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La fractura generacional y política de la Transición

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Hace un par de semanas se conmemoró el 40 aniversario del 23F y lo que venía siendo una efeméride que concitaba unión y celebración de la democracia, la división política en la que vivimos instalados no fue ajena a esta ocasión. El acto del Congreso de los Diputados, que además contaba con la presencia del Rey, fue rechazado por grupos políticos que, en su mayoría, forman parte de la coalición en la que se sustenta la estabilidad parlamentaria del gobierno. Estos grupos, a su vez, hicieron público un comunicado en el que se referían al 23F como una operación de estado que “blindó los pilares y valores del régimen establecido en la mal llamada transición democrática española”.

Más allá de que estos partidos son minoritarios en el Congreso, esta polémica surge en un momento de creciente impugnación de la Transición, de la que podemos decir que el 23F es su último momento de convulsión y, con ello, se ha convertido probablemente en una fecha que ha servido, junto con la aprobación de la Constitución, como mito fundacional de nuestra democracia. Las reacciones contra el 23F y la Transición muestran la crisis de estos mitos fundacionales, pero ¿cómo de generalizadas están estas opiniones?

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha estado preguntando por la visión que tenemos sobre la Transición desde los años 80. La pregunta de la que tenemos una serie más larga indaga, en concreto, sobre el sentimiento de orgullo que tienen los españoles por el proceso de la transición a la democracia. Aunque la pregunta se ha realizado (como lamentablemente ocurre a veces con el CIS) con enunciados ligeramente distintos y con una frecuencia irregular que ha decaído en los últimos años, nos da una idea de cuál ha sido la evolución que hemos tenido sobre este tema. En el gráfico siguiente se muestra el porcentaje de españoles a lo largo del tiempo que dicen sentir orgullo por la transición española. Como se puede comprobar, el nivel de orgullo ha sido de modo general amplio, aunque ha venido decreciendo en los últimos años. A finales de los 80, alrededor del 76% de los ciudadanos declaraban orgullo por el proceso de transición. A medida que el referente de la Transición se fue consolidando, el sentimiento de orgullo tuvo una tendencia ascendente hasta alcanzar el 86% en el año 2000. Desde entonces, esta posición se ha reducido, acelerándose la tendencia bajista hasta el último año del que tenemos datos, 2018, cuando el sentimiento de orgullo era del 67,3%. Es el único año de la serie donde el porcentaje de españoles con este sentimiento está por debajo del 70%.

Este dato lo podemos valorar de distintas maneras. Es obvio que la identificación con la Transición está más baja que nunca, pero, igualmente, la visión positiva sigue siendo alta y mayoritaria. Más importante, desde mi punto de vista, no es tanto valorar si el entusiasmo medio sigue siendo alto, como analizar las fracturas y divisiones que han emergido. De ellas me centraré en dos: la partidista y la de edad.

Gráfico 1: Evolución del sentimiento de orgullo por la Transición.

En el Barómetro de septiembre de 2018, último para el que tenemos datos, podemos comprobar que la fractura alrededor del orgullo sobre la transición tiene un carácter partidista. Utilizando la clásica variable del CIS de “voto + simpatía” (aquellos que declaran que votarían por un partido mañana o que tienen simpatía por él) emerge una división clara que no es exactamente entre nuevos partidos y viejos partidos. Ni siquiera entre partidos de la derecha y partidos de la izquierda. Por un lado, vemos un bloque de ciudadanos ampliamente orgullosos de la Transición. Destacan los votantes de Ciudadanos y del PP, donde este sentimiento supera el 80%, pero también los del PSOE, con un 78,3% e incluso los de Vox, donde la proporción de ciudadanos orgullosos supera el 73%. El bloque opuesto es el de los partidos que cuestionan abiertamente la Transición y lo que llaman “el régimen del 78”. Entre los votantes de Unidas Podemos, el grado de orgullo es del 49% y por debajo de este umbral nos encontramos sucesivamente a los partidos nacionalistas e independentistas.

Gráfico 2: Orgullo sobre la Transición por partidos (2018)

En este sentido, es evidente que partidos y votantes están alineados. Cuesta decir, solo con estos datos, si son los partidos los que recogen el malestar con sus votantes, o en qué medida la ruptura del consenso sobre la Transición es generado por los propios líderes políticos que marcan un camino a sus votantes. Lo que es cierto es que esta fractura partidista no ha estado siempre ahí. En el gráfico 3 repetimos el ejercicio con datos de 1995. Las diferencias entre partidos eran inexistentes (excepto para el caso de Herri Batasuna). De hecho, los votantes de los partidos que hoy muestran mayor alejamiento de la Constitución, entonces tenían un mayor porcentaje de votantes con una visión positiva de la Transición. El orgullos sobre la transición no solo era ampliamente extendido, sino que abarcaba también a los nacionalismos periféricos.

Gráfico 3: Orgullo sobre la Transición por partidos (1995)

Aparte de la brecha partidista, que es muy evidente en el debate público, hay otra división alrededor de la Transición que empieza a emerger y que creo que debería preocupar aún más a los defensores de la Constitución actual: la fractura de edad. El siguiente gráfico muestra el porcentaje de ciudadanos que se consideran orgullos del proceso de transición por grupos de edad. El sentimiento de orgullo cae dramáticamente cuando miramos al sector más joven de la ciudadanía. Entre aquellos que en 2018 estaban entre 18 y 24 años, el orgullo sobre la Transición estaba por debajo del 50%, mientras que para los mayores de 65 años están en el 76%. La brecha es de más de 26 puntos porcentuales.

Gráfico 4: Orgullo sobre la Transición por edad (2018)

Este dato es todavía más relevante cuando miramos la brecha 10 y 20 años antes. Si la diferencia en orgullo entre los más mayores y los más jóvenes es de 26 puntos en 2018, en 2008 era de 13,1 puntos y en 1998 de 12,4 puntos. En otras palabras, no es que los más jóvenes siempre estén mucho menos orgullosos de la Transición y a medida que se hacen más mayores empiezan a apoyar el consenso del 78, sino que son los nuevos jóvenes los que ya no cuentan con la Transición entre sus referentes. La fractura generacional es algo reciente, pero tiene el potencial de, a medida de que se produzca el reemplazo generacional, la referencia de la Transición desaparezca.

Gráfico 5: Orgullo sobre la Transición por edad (1998 y 2008)

Las implicaciones de estas fracturas caracterizan bien la situación política y tienen largo alcance. Toda comunidad política necesita sus mitos fundacionales: eventos históricos sobre los que hay un consenso y que la comunidad toma como episodios clave que legitiman a la comunidad misma y su sistema político. Sin mitos fundacionales, la cohesión política se deteriora. No debemos infravalorar su valor simbólico. La Transición ha sido durante décadas el pegamento que ha unido a españoles de diversa índole: edad, ideología e incluso postura frente a España. A pesar de todas las divergencias, el nacionalismo periférico se adhería con entusiasmo al mito de la Transición en los años 90. Este mito hoy está derrumbándose sin que emerjan otros nuevos. Y mientras algunos referentes básicos no se reconstruyan o se sustituyan por otros, la crisis política seguirá siendo constante.

Hace un par de semanas se conmemoró el 40 aniversario del 23F y lo que venía siendo una efeméride que concitaba unión y celebración de la democracia, la división política en la que vivimos instalados no fue ajena a esta ocasión. El acto del Congreso de los Diputados, que además contaba con la presencia del Rey, fue rechazado por grupos políticos que, en su mayoría, forman parte de la coalición en la que se sustenta la estabilidad parlamentaria del gobierno. Estos grupos, a su vez, hicieron público un comunicado en el que se referían al 23F como una operación de estado que “blindó los pilares y valores del régimen establecido en la mal llamada transición democrática española”.

Más allá de que estos partidos son minoritarios en el Congreso, esta polémica surge en un momento de creciente impugnación de la Transición, de la que podemos decir que el 23F es su último momento de convulsión y, con ello, se ha convertido probablemente en una fecha que ha servido, junto con la aprobación de la Constitución, como mito fundacional de nuestra democracia. Las reacciones contra el 23F y la Transición muestran la crisis de estos mitos fundacionales, pero ¿cómo de generalizadas están estas opiniones?