Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
De izquierda o de derecha, pero poco hecha (la tortilla)
España es un país polarizado, donde cada vez más cuestiones culturales están politizadas. Sin embargo, parece que algunas preferencias gastronómicas aún no están influídas por la ideología de cada uno.
Tenemos “la política hasta en la sopa”. Efectivamente, vivimos tiempos de una amplia cobertura mediática, sobre todo de la actualidad política del día a día. Las declaraciones de unas y de otros, los gestos simbólicos, los relatos, todo ello amplificado y discutido en tertulias y otros programas, incluso de entretenimiento. Tal vez por eso las encuestas de opinión empiezan a capturar un aumento del cinismo y del cansancio de la población con la política.
Al mismo tiempo, se puede observar una tendencia hacia la politización de temas nuevos, especialmente los culturales. Si tradicionalmente el conflicto político en España se planteaba en términos económicos (impuestos, servicios públicos) o en términos de tensiones entre centro y periferia, ahora el debate político se ha extendido a muchas cuestiones del día a día: el tipo de medio de transporte que se utiliza, el tipo de ocio que se consume, los tipos de pareja que se forman, y tantas otras cuestiones de las que previamente no se discutía apenas, al no como temas de relevancia política.
La extensión del ámbito de batalla político plantea preguntas muy relevantes. Una de ellas, quizá no las más palpitante pero sí al menos una sugerente se refiere a la medida en que la creciente polarización cultural afecta a nuestros gustos gastronómicos. A continuación, voy a mostrar que esto no parece ser así, al menos para algunos platos fundamentales de la cocina española. Para ello, voy a emplear datos de un estudio reciente del Centro de Investigaciones Sociológicas (estudio 3419). Este estudio ha tenido bastante repercusión social, sobre todo porque incluye preguntas inéditas sobre la preferencia de la ciudadanía española acerca de la tortilla de patata, uno de los platos característicos de la gastronomía patria. De hecho, Toño Fraguas en este mismo periódico resumía algunos de los resultados del estudio.
De los datos recopilados por el CIS se desprende que los gustos por la tortilla de patata no están politizados, al menos de momento. Si examinamos las preferencias por cómo cocinar la tortilla en función de la ideología de cada cual, vemos que los gustos no cambian según seamos de derechas o de izquierdas. El gráfico 1 muestra que la cebolla es un ingrediente fundamental para una amplia mayoría de personas, ya sean éstas de extrema izquierda o de extrema derecha. La preferencia por incluirla en la receta oscila entre un 66% y un 75%, y no se aprecia ninguna tendencia clara en función de la ideología.
La tortilla de patata también genera consenso político respecto a cómo cocinarla. Una mayoría de personas la prefieren poco hecha, sean cuales sean sus simpatías políticas. Así lo muestra el gráfico segundo. Observamos más variabilidad en función de la posición en la escala izquierda-derecha, pero no hay ninguna correlación entre posicionamiento ideológico y el gusto por una tortilla más o menos cuajada. De hecho, una persona muy de izquierdas, autoubicada en el 2 de la escala, tiene la misma probabilidad de preferir una tortilla poco hecha que una persona claramente inclinada a la derecha, en la posición 9 de la escala. Así pues, si se da una situación en que políticas/os de partidos ideológicamente opuestos deben sentarse a negociar, tendrán problemas a la hora de ponerse de acuerdo en casi cualquier cosa, pero no tendrán problemas en negociar una tortilla como refrigerio, aunque le pongan nombres diferentes (tortilla española, truita, tortilla de patacas, o patata tortilla).
Este consenso gastronómico no acaba ahí. El estudio del CIS pregunta también por la preferencia entre carne y pescado[1], y el acuerdo entre grupos ideológicos se mantiene. Como muestra el gráfico 3, la proporción de los que prefieren la carne al pescado es muy similar sea cual sea su autoubicación ideológica. La proporción oscila entre el 40% y el 50% tanto para los de izquierdas como los de derechas. Este consenso es quizá más sorprendente que el suscitado por la tortilla, ya que el consumo de carne y su impacto en el cambio climático es un debate que se ha politizado en los últimos años. Así ocurrió, por ejemplo, ante el posicionamiento del Ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre la necesidad de consumir menos carne, lo cual generó una respuesta encendida de otros políticos y de intereses agropecuarios.
Donde tal vez exista una asociación entre ideología y opiniones gastronómicas sea en relación con el orgullo patriótico que genera la cultura culinaria española. En efecto, el estudio de opinión del CIS pregunta a las personas entrevistadas si consideran que la cocina española es la mejor del mundo. Una gran mayoría opina que sí, pero en este caso el entusiasmo parece estar algo más extendido entre aquellos que se consideran conservadores. Este entusiasmo aumenta casi 10 puntos porcentuales entre la izquierda y la derecha. En todo caso, esta asociación empírica es relativamente débil ya que incluso entre los de extrema izquierda, 3 de cada 4 creen que como la gastronomía española no hay ninguna.
[1] La pregunta del CIS dice exactamente: “¿Prefiere carnes o pescados en la gastronomía española?”
Tenemos “la política hasta en la sopa”. Efectivamente, vivimos tiempos de una amplia cobertura mediática, sobre todo de la actualidad política del día a día. Las declaraciones de unas y de otros, los gestos simbólicos, los relatos, todo ello amplificado y discutido en tertulias y otros programas, incluso de entretenimiento. Tal vez por eso las encuestas de opinión empiezan a capturar un aumento del cinismo y del cansancio de la población con la política.
Al mismo tiempo, se puede observar una tendencia hacia la politización de temas nuevos, especialmente los culturales. Si tradicionalmente el conflicto político en España se planteaba en términos económicos (impuestos, servicios públicos) o en términos de tensiones entre centro y periferia, ahora el debate político se ha extendido a muchas cuestiones del día a día: el tipo de medio de transporte que se utiliza, el tipo de ocio que se consume, los tipos de pareja que se forman, y tantas otras cuestiones de las que previamente no se discutía apenas, al no como temas de relevancia política.