Las consultoras – sobre todo de consultorías élite como McKinsey, Price Waterhouse Coopers o Bain - han sido descritos como magos: mentes analíticas superiores que pueden cambiar el rumbo de los negocios, pero también como impostoras que venden modas de gestión e ideas cuasi académicas a compañías y gobiernos. En la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de nuestros entrevistados también las describió como 'sacerdotes', empresas contratadas para transformar la organización en base a su 'biblia': la estrategia organizativa. Sin embargo, esta imagen neutral y distante, asimilada a la de un sirviente técnico que trabaja para una organización pública, es engañosa. Más bien, como describimos en nuestro estudio sobre la participación de empresas de consultoría en la OMS, los consultores no son neutrales o solamente técnicos. Actúan como comisarios que filtran el conocimiento y las voces que forman parte de las propuestas de reforma. A menudo están estrechamente vinculados con los intereses de determinados actores y mecenas como la Fundación Bill y Melinda Gates.
El comisariado
¿Qué hacen los comisarios? En las artes, los comisarios reúnen objetos, actuaciones o voces en una exposición final. En los negocios y la política, las empresas de consultoría hacen algo similar. Cuando vienen a ayudar a cambiar la OMS u otras organizaciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio o la Conferencia de Seguridad de Múnich, recopilan información, entrevistan al personal y otros interesados, y buscan 'estudios de caso' de las llamadas mejores prácticas como modelos para la reforma. La tarea precisa y el alcance del trabajo varían de un contrato a otro, pero al menos en la OMS, se han llevado a cabo muchas rondas de entrevistas y consultas desde el cambio de milenio.
Esta labor puede generar conflicto cuando los consultores no parecen neutrales. Por ejemplo, en una controvertida reforma de la asociación público-privada Roll Back Malaria alojada por la OMS, los países endémicos de malaria y sus aliados fueron marginados en una misión de consultoría patrocinada por la Fundación Gates y realizada por McKinsey & Co. Los consultores entrevistaron a todo tipo de interesados, pero no a los países endémicos de malaria y casi a ningún personal de la OMS, y los modelos que utilizaron para diseñar una reforma provenían del mundo empresarial en lugar de instituciones públicas. Por ejemplo, tomaban a empresas como Uber y Alibaba como ejemplo de mejores prácticas. Su propuesta de reforma se convirtió en el modelo para una revisión que, entre otras innovaciones, hacía que Roll Back Malaria fuese menos participativo y consensuado: suprimía la representación de partes interesadas como países afectados u ONG.
Falta de transparencia
Estos procesos no son solamente controvertidos, sino que también son opacos. En la OMS, una organización brutalmente infrafinanciada, muchos servicios de empresas de consultoría son ofrecidos por donantes y no aparecen en los libros de cuentas. Y dado que cuentan como 'contratos' (como con un servicio técnico) en lugar de colaboración formal con la sociedad civil, no se aplican las regulaciones habituales sobre conflictos de interés. Los mecenas también pueden coescribir los términos del servicio, pero esto también se hace de manera informal y no se da a conocer públicamente. Técnicamente, la OMS, como cliente formal, compra la contribución de los consultores y posee los resultados por lo que desde fuera no es fácil determinar qué contribuciones hicieron los consultores y mediante qué metodología. Los entrevistados nos relataron estar en reuniones organizativas y ver esas icónicas diapositivas de PowerPoint que solo podrían ser de una conocida empresa de consultoría, pero que carecían de logotipo. Los informes sobre los procesos de consultoría, cuando se hacen disponibles, también tienden a permanecer vagos en cuanto a la autoría. El grupo de trabajo de reforma para Roll Back Malaria tenía a consultores de McKinsey como miembros clave, pero sus nombres no figuraban como parte del equipo.
Hay, por lo tanto, un claro déficit de responsabilidad en la forma en que los consultores trabajan para la OMS. Los lazos personales de los consultores con las partes pueden ser evidentes y criticados (como en la reforma de Roll Back Malaria), pero no hay un mecanismo para contrarrestar esta problemática. Y a menos que un país que desempeñe el papel de auditor externo en la OMS decida investigar los acuerdos de consultoría, hay muy pocos datos sobre estos acuerdos disponibles públicamente. Cuando un auditor proporcionado por India investigó las actividades de empresas de consultoría durante la pandemia de Covid-19 encontraron irregularidades en la forma en que se otorgó ese contrato de consultoría. Además, aunque la empresa de consultoría describía sus servicios como trabajo 'pro bono', en realidad cobraba a la organización millones de dólares, y los contratos que la firma negoció para la compra de equipo de protección personal generaron al menos serias dudas en términos de relación calidad-precio.
Falta de fondos, falta de control
La Fundación Gates, uno de los principales patrocinadores de los servicios de empresas de consultoría para la OMS, ha decidido internalizar parte de su capacidad de estrategia de gestión. La fundación opera, por así decirlo, su propio McKinsey interno. La razón es que incluso si contratas consultores externos de estrategia, necesitas tener recursos suficientes para saber qué tipo de servicio puedes necesitar y obtendrás de los consultores. Las organizaciones con fondos limitados como la OMS, que necesitan sobrevivir con fondos específicos para proyectos, no tienen esa opción. Los consultores pueden ser de ayuda a la hora de “vender” la utilidad de la OMS a los potenciales donantes o como señal de que la organización es rigurosa en sus cuentas. Pero incluso si estos consultores se etiquetan como conocimiento donado, falta control y no hay forma de pasar por alto que estos son servicios costosos comprados para sostener un régimen de austeridad deliberada para la salud pública global.
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