La elección de Javier Milei como presidente de Argentina el domingo 19 de noviembre ha suscitado considerable atención y debate, tanto dentro como fuera del país. Esto se debe en parte a su extravagancia. Milei se hizo conocer vistiéndose de superhéroe, cantando canciones de rock en sus actos, revelando que hablaba con su perro muerto, Conan, por medio de una médium, y gritando para explicar sus ideas libertarias. Sin embargo, lo que lo puso en la mira de los comentaristas políticos han sido sus inusuales propuestas económicas, como dolarizar la economía o eliminar el banco central, y sus posturas reaccionarias. En uno de los pocos países de América Latina que desarrolló fuertes derechos sociales, donde se juzgó y condenó al dictador Jorge Videla por terrorismo de estado y en el que las mujeres pueden interrumpir libremente su embarazo, Milei considera que la justicia social es una “aberración”, que el aborto es un “asesinato” y que durante la última dictadura militar se cometieron “excesos” en el contexto de una “guerra”. Todo esto sugiere que el triunfo de Milei es sorprendente, como lo fue la victoria de Donald Trump en Estados Unidos en 2016. Pero no lo es. Hay tres razones que explican el triunfo de Milei y ninguna tiene que ver con sus excentricidades ni con sus posturas de derecha radical.
La principal es económica. Como machacaba James Carville, el jefe de campaña electoral de Bill Clinton, a su equipo para que se enfocara en la principal debilidad de George Bush en un contexto de recesión económica: “It’s the economy stupid”. En Ciencia Política existe una teoría muy probada, llamada del voto económico, según la cual la gente decide votar o no por el candidato del partido de gobierno tomando en cuenta fundamentalmente qué tan mal o bien está su situación económica al finalizar ese gobierno comparado a cómo estaba al comenzar éste. Claramente, una amplia mayoría de los argentinos consideraron que su situación económica era peor hoy que hace 4 años atrás. El contrincante de Milei, Sergio Massa, es parte de un gobierno que está dejando una inflación de más del 140%, un crecimiento económico negativo, y un 40% de pobreza. Nadie, en ningún lado, gana una elección con esos números.
Es posible argumentar, claro, que incluso bajo condiciones económicas deplorables no es racional dar un salto al vacío, que siempre se puede estar peor. Pero es más fácil repudiar un presente muy malo y conocido que un futuro incierto. Y como han propuesto los premios nobel Daniel Kahneman y Amos Tversky, la aversión al riesgo de los seres humanos varía de acuerdo al punto de referencia; somos menos proclives al riesgo cuando creemos que tenemos algo que conservar que cuando percibimos que ya no tenemos nada que perder.
La segunda razón es el agotamiento de alternativas entre los partidos y coaliciones establecidas. Ni el peronismo Kirchnerista, de izquierda, sobre todo durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner entre 2011 al 2015, ni la coalición de centroderecha Cambiemos, que fundó Macri y gobernó de 2015 a 2019, lograron resolver los problemas económicos y sociales del país. Y estos problemas se agravaron durante la presidencia de Alberto Fernández, con un peronismo supuestamente unificado. En 2015, al terminar el gobierno de Cristina Fernández, la tasa de crecimiento del Producto Bruto Interno era baja, de 2.7. En 2019, al terminar Macri y en 2023, al terminar Fernández, fue negativa. La tasa de inflación anual estaba en 25% en 2015, 53% en 2019, y nada menos que en 142% en octubre de 2023. El porcentaje de gente viviendo por debajo de la línea nacional pobreza también ha aumentado notablemente: era del 30% en 2015, 35% en 2019 y 40% hoy. Es decir, un deterioro económico y social constante.
El caso de Argentina es excepcional, por supuesto. Sin embargo, es muy difícil gobernar en América Latina, con sociedades desiguales, economías poco competitivas, y estados débiles, que además de no ser capaces de apoyar un proceso de desarrollo económico también generan altísimos niveles de corrupción, que alienan a los votantes. Por eso lo que prima en la región, no es una ola izquierdista ni derechista sino una alta volatilidad. De 33 elecciones presidenciales que se dieron entre 2015 y 2023, en solo 9 ganó el candidato oficialista, y de esos 9, 1 ocurrió en Venezuela y 2 en Nicaragua, que no cuentan porque están gobernadas por dictaduras.
El tercer factor que explica el triunfo de Milei fue el apoyo de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, la candidata de la coalición de centroderecha Juntos por el Cambio que perdió en la primera vuelta electoral. Este apoyo de alguna manera “normalizó” a Milei antes los ojos de los votantes de esta coalición que buscaban un cambio al gobierno actual, pero que no confiaban hacerlo de la mano de Milei. Los más de 6 millones de votos adicionales que obtiene Milei entre la primera y la segunda vuelta no se explican sin el vuelco de los votantes de Bullrich (6.379.023 en la primera Vuelta) a favor del libertario. Se calcula que un 90% o más de esos votos fueron transferidos a Milei, así como lo fueron la mayorá de los votos que obtuvo Juan Schiaretti, un peronista disidente, en la primera vuelta. Esto explica también por qué, contrariamente a lo esperado, se mantuvo una participación similar y no aumentó el voto en blanco entre la primera y la segunda vuelta.
A diferencia de como lo quiso presentar el oficialismo y lo vieron muchos observadores en el exterior, el clivaje principal en la elección presidencial Argentina no fue democracia versus fascismo. El clivaje fue statu quo versus cambio, y la mayoría prefirió esto último, aunque el cambio fuera radical y sin clara viabilidad. Milei no triunfó por el atractivo de sus propuestas. Aunque encuestas previas a la elección mostraban un crecimiento en el apoyo a políticas de mercado, la dolarización o la eliminación del Banco Central, no eran populares. Según la encuestadora Atlas (la que con más precisión predijo los resultados de la primera ronda de elección presidencial), si bien la mayoría de los que votaron por Milei en primera vuelta estaban a favor de la dolarización (85%), esta postura no era mayoritaria entre quienes votaron a Bullrich y luego apoyaron a Milei. Algo similar ocurrió con las propuestas más reaccionarias del libertario.
Entender la elección de Milei no implica, por supuesto, que su futura gestión no genere preocupación. No está claro que el nuevo presidente decida utilizar su capital político actual para resolver problemas acuciantes en la Argentina (reducir el déficit fiscal, estabilizar la moneda, promover la inversión y renegociar la deuda externa) en vez de empujar medidas técnica y legalmente cuestionables como la dolarización. Tampoco es evidente que el nuevo gobierno renuncie a impulsar propuestas retrógradas que polarizarían a la sociedad. Milei tiene menos del 15% de diputados y del 10% de senadores, la representación partidaria más baja que haya tenido un presidente desde 1983. Tampoco cuenta con ningún gobernador de su partido y es posible que encuentre amplia resistencia en organizaciones sociales y sindicales ligadas al peronismo. El apoyo de Juntos por el Cambio será crucial para asegurar la gobernabilidad, pero esta coalición está partida y el nivel de apoyo que logre Milei entre sus filas dependerá de las políticas que quiera promover. Si Milei se modera, podríamos estar ante el surgimiento de una nueva coalición de derecha liberal. Si no lo hace, podría sumarse a la larga lista de presidentes en América Latina, de derecha e izquierda, que desde 1978 no pudieron terminar su mandato por perder súbitamente todo apoyo político y social.
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