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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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La normalización de la ultraderecha y su crecimiento electoral

Candidato del partido de extrema derecha austriaco FPO, Herbert Kickl, celebra la victoria tras las elecciones parlamentarias en Viena este sábado
2 de octubre de 2024 21:46 h

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El éxito de los partidos de ultraderecha es una de las tendencias políticas más discutidas recientemente. En los últimos doce meses, partidos de ultraderecha han ganado las elecciones en Italia, Holanda y Austria. Al mismo tiempo, esta ideología ha irrumpido con fuerza en países que antes se consideraban “inmunes” al fenómeno, como Alemania, España o Portugal.

A la hora de explicar este fenómeno, es habitual pensar que, si los partidos de ultraderecha están creciendo, eso significa que las sociedades se están volviendo más ultraderechistas. La pregunta obvia que sigue es: ¿qué está llevando a los votantes a convertirse en ultraderechistas? Se trata de una pregunta que ha suscitado un importante debate, tanto académico como periodístico.

Sin embargo, centrarse en la cuestión de “individuos que se convierten en ultraderechistas” puede ser engañoso. La persuasión es un proceso lento --los individuos no cambian de opinión tan rápidamente--, mientras que los partidos de ultraderecha tienden a crecer muy rápidamente una vez logran abrirse camino. Para ilustrar este punto, el gráfico 1 muestra el porcentaje de votos de los partidos de ultraderecha en seis países europeos (Grecia, Portugal, Suecia, Francia, Hungría y España) en las primeras elecciones a las que se presentaron. Como queda claro en el gráfico, suele ocurrir que los partidos de esta ideología pasan del 0% de los votos al 10%, 15% o incluso 20% en sólo un par de elecciones.

Explicar este patrón en base a cambios en la opinión pública implicaría suponer que las opiniones ciudadanas también cambiaron drásticamente. Tomando el caso de España como ejemplo, esto significaría suponer que en junio de 2016 el 0,2% de los españoles eran de ultraderecha (esa fue la cuota de voto a Vox en las elecciones de ese año), pero que ese número creció hasta el 10% en abril de 2019 y hasta el 15% en noviembre del mismo año.

Un crecimiento tan acelerado del número de ciudadanos de ultraderecha es inverosímil.  Como han demostrado diversos estudios en ciencias sociales, las opiniones políticas y sociales de los individuos son bastante estables a largo plazo.

Pero si las opiniones de los ciudadanos no cambian con tanta rapidez, ¿cómo se pueden explicar pautas como las que muestra el gráfico 1?  Esta es la cuestión que intento abordar en mi reciente libro “The Normalization of the Radical Right: A Norms Theory of Political Supply and Demand”, publicado por la editora Oxford University Press en septiembre. En el libro sostengo que parte del crecimiento de la ultraderecha no se debe a que los votantes cambien de opinión y se vuelvan ultraderechistas. En realidad, se debe a individuos que ya tenían ideas de ultraderecha, pero que no mostraban esas opiniones por miedo a sufrir repercusiones sociales, como ser juzgados, perder contactos sociales o ser objeto de cotilleos.

Como mi coautora Amalia Álvarez-Benjumea y yo comentamos en este texto para Piedras de Papel, a menudo se da el caso de que existe una norma social en contra de expresar opiniones de ultraderecha. Existe la percepción de que estas opiniones se consideran inaceptables y que mostrarlas puede acarrear los tipos de repercusiones sociales mencionados anteriormente. Como consecuencia, muchos individuos con opiniones de ultraderecha acaban prefiriendo ocultarlas. Esto es lo que, en las ciencias sociales, suele denominarse “falsificación de preferencias”.

De hecho, en el libro muestro que muchos individuos que están dispuestos a apoyar a partidos de ultraderecha en privado (por ejemplo, cuando votan), no están dispuestos a admitir esas opiniones cuando interactúan con otras personas. Por ejemplo, comparo el porcentaje oficial de votos de los partidos de ultraderecha con la proporción de personas que declaran haberlos votado en las encuestas postelectorales—i.e., encuestas en las que, tras unas elecciones, los entrevistadores preguntan a los encuestados a quién votaron en las elecciones que acaban de celebrarse.

Los resultados de este ejercicio se muestran en el Gráfico 2. El panel de la derecha compara el porcentaje de voto oficial y el porcentaje de voto declarado en encuestas para partidos de ultraderecha. A la izquierda, la misma comparación, pero para el resto de partidos. El gráfico muestra cómo el porcentaje de voto declarado es inferior al real para las opciones de ultraderecha. Esto significa que, incluso los individuos que están dispuestos a votar a un partido de esa ideología en privado a menudo no admiten haberlo hecho cuando hablan con otra persona (por ejemplo, un encuestador). No ocurre lo mismo, sin embargo, cuando recurrimos a partidos de otras ideologías, en cuyo caso los porcentajes de voto oficiales son muy similares a los declarados. Esto sugiere es que, debido a estas normas sociales contra la expresión de opiniones de ultraderecha, los individuos que tienen esas opiniones suelen ocultarlas a los demás.

Dada esta ocultación de opiniones políticas, los políticos pueden acabar subestimando cuántos votantes son de ultraderecha y, en consecuencia, el potencial electoral de presentarse a unas elecciones con una plataforma de esa ideología. Esto hace que los políticos que de otro modo estarían dispuestos a presentarse con una plataforma de esa ideología prefieran unirse a partidos de otras ideologías, o simplemente no presentarse a las elecciones. Así, los partidos de ultraderecha acaban teniendo líderes menos capacitados, incapaces de movilizar incluso a los votantes que tienen opiniones de ultraderecha en privado para que vayan a votarles. Esta es la razón por la que la ultraderecha no tenía éxito anteriormente: no porque los individuos no tuvieran esas opiniones, sino porque los políticos que articulaban esas opiniones en el debate político eran percibidos como poco cualificados y con pocas probabilidades de ganar unas elecciones, lo que significaba que no tenía sentido votarles.

Una vez que la clase política se da cuenta de que estos votantes existen, aunque no expresen abiertamente sus opiniones, habrá políticos de mayor nivel que concluirán que se puede sacar provecho electoral de la movilización de estas opiniones de ultraderecha. Esto puede ocurrir en contextos como la crisis de los refugiados en Alemania o el proceso de independencia catalán en España, los cuales provocan que algunos individuos de ultraderecha se sientan más cómodos expresando sus ideas. Al observar que las opiniones de ultraderecha están quizá más extendidas de lo que se pensaba, es posible que políticos hábiles intenten movilizarlas para lograr un avance electoral. Si logran ese avance electoral, será su propio éxito el que demuestre que, en realidad, las opiniones de ultraderecha siempre habían estado más extendidas de lo que pensaban.

Una de las implicaciones es que los votantes que ya tenían opiniones de ultraderecha, pero no las mostraban en público, ahora se sienten más cómodos expresándolas cuando están rodeados de otros. Para demostrar este punto, uno de los análisis que realizo en el libro se basa de nuevo en la comparación de los porcentajes de voto oficiales frente a los declarados por los partidos (como en el gráfico 2). En estos análisis, calculo la proporción del voto real a cada partido de ultraderecha que se declara en las encuestas postelectorales. Cuanto mayor es esta proporción, mayor es el porcentaje de individuos que votan a un partido de ultraderecha y que están dispuestos a admitir que lo han hecho. A continuación, comparo esta proporción en función de si un partido está o no en el parlamento, que es un indicador común del éxito electoral.

Los resultados se muestran en el Gráfico 3. Como muestra la barra de la izquierda, cuando los partidos de ultraderecha no están en el parlamento, la proporción es de aproximadamente 0,6. Esto significa que, por cada diez individuos que votan a un partido de ultraderecha, sólo unos 6 están dispuestos a admitir haberlo hecho. Pero esta cifra es mucho mayor cuando se analiza a los partidos que sí entraron en el parlamento. Como se muestra en la barra de la derecha, en este caso la proporción ronda el 0,9, lo que significa que, por cada diez individuos que votan a un partido de ultraderecha, ahora unos 9 están dispuestos a admitirlo.

En conclusión, los análisis del libro muestran que una parte del ascenso de la ultraderecha está impulsado por individuos que ya tenían estas opiniones. No es que estos individuos hayan cambiado realmente lo que piensan; simplemente han pasado a sentirse más cómodos actuando de acuerdo con lo que ya pensaban en privado.

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