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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

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El dilema de Casado: ¿halcones o palomas?

Casado reitera que Sánchez no debe reunirse con Torra porque no es presidente

Marta Romero

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Los primeros días del nuevo gobierno de coalición entre socialistas y morados han comenzado, paradójicamente, con una buena parte del foco mediático puesto en la oposición. Y, más concretamente, en las filas populares.

Recién constituido el Gobierno, la dirección nacional del PP mostraba su enérgico rechazo a negociar, como primer partido de la oposición, la renovación del poder judicial, aunque ahora este rechazo ha sido matizado (condicionado al cumplimiento o no de una serie de requisitos por parte del Gobierno). Poco después, llegaría la decisión de no secundar las protestas sociales convocadas por Vox para dar la “bienvenida” al nuevo ejecutivo, poniendo de manifiesto su frontal rechazo a éste. Los dirigentes populares lanzaban así el mensaje de que, a diferencia de la formación liderada por Santiago Abascal, el PP iba a optar por hacer “oposición en las instituciones y no en la calle”.

Un paso hacia el extremo, con tono duro/crispado. Otro hacia el centro, con tono moderado. En una secuencia cronológica de “gestos” contradictorios, inevitablemente surgían o resurgían, dentro del partido, las voces críticas con la falta de claridad política de Génova. Para acallarlas, Pablo Casado negaba que hubiera, a nivel interno, dos sectores, uno duro y otro blando y reafirmaba su voluntad de optar por una “oposición sin estridencias, ni trincheras”. No obstante, el mensaje del centrismo quedaba (otra vez) eclipsado por la salida de Borja Sémper, uno de los referentes moderados del PP. Un adiós político cuyos ecos mediáticos se apagaron rápidamente por la polémica generada a cuenta del llamado pin parental. La apuesta de Génova por asumir como propia la iniciativa estrella de Vox de otorgar a los padres la capacidad para vetar contenidos educativos, volvía a hacer que las miradas se pusieran en la línea de oposición del PP.

Los bandazos y tensiones internas por la estrategia política han sido constantes desde que, a mediados de julio de 2018, Pablo Casado relevara a Mariano Rajoy en la presidencia del PP.

Casado optó inicialmente por el endurecimiento en las formas y en el fondo del discurso político, como parte del prometido “rearme ideológico” de su partido y por contraposición a la etapa (tecnócrata) de Rajoy. Pero se encontró con una fuerte contestación interna, tras los malos resultados cosechados por los populares, en la primera prueba electoral en la que él se “examinaba” como nuevo líder del partido: las elecciones generales del 28 de abril del pasado año. No era tanto la magnitud de los votos perdidos (más de 3,5 millones respecto a las elecciones de 2016), lo que resultaba más preocupante para el PP, sino el realineamiento del espacio electoral de la derecha. Ciudadanos, por el centro, se había quedado a poco más de 200.000 votos de ellos. Y, a su derecha, estaba Vox, con una nutrida bolsa de apoyos (2,7 millones de votos), aunque frenado en número de escaños por el sistema electoral, en su condición de quinta fuerza política.

El alivio por haber evitado el sorpasso de Ciudadanos, así como por la percepción generalizada de que Vox había obtenido muchos menos escaños (24) de los que se esperaba, no podía ocultar que la estrategia seguida por la nueva dirección del PP había fracasado. De acuerdo con los datos de la encuesta postelectoral realizada por el CIS, en las elecciones generales de abril, el PP sufrió más fugas de antiguos votantes que se decantaron por Vox, que por Ciudadanos, y también más hacia el PSOE, que hacia la abstención.

Una vez constatado el fracaso o, al menos, el decepcionante balance de resultados del desplazamiento a la derecha, Pablo Casado anunciaba su intención de dar un “volantazo al centro” de cara a las siguientes paradas electorales. En su decisión, pesaba la presión ejercida por los sectores centristas y por destacados dirigentes, como Alberto Núñez Feijóo.

El cambio de estrategia, optando por un perfil más moderado, les resultó exitosa en los comicios generales del pasado 10 de noviembre. Un éxito que también se vio favorecido por la situación de crisis interna en la que Ciudadanos se presentó a esa cita electoral. El PP recuperó más de 600.000 votos respecto a las elecciones de abril. El sondeo postelectoral del CIS apunta a que los populares consiguieron elevar la proporción de sus votantes fieles, al tiempo que captaron un considerable porcentaje de electores desencantados con Ciudadanos y frenaron las fugas hacia Vox.

Si bien, su recuperación electoral se veía ensombrecida por el gran avance de Vox en escaños (de 24 a 52), que pasaba a desbancar a Ciudadanos como tercera fuerza política. Ante la nueva reconfiguración del tablero político, los dirigentes de Vox dejaban clara su intención de convertirse de facto en la principal fuerza política de oposición (política, ideológica y cultural) al gobierno de Sánchez.

El temor a que los que fueron antiguos miembros del ala dura del PP sigan ganando espacio, con su propia marca, es lo que ha podido llevar a Casado a optar por no renunciar al perfil duro. Al fin y al cabo, el objetivo de los populares es volver a ser la opción electoral de todos los votantes de derecha (desde el extremo al centro derecha).

También cabe pensar que los actuales dirigentes del PP pueden considerar necesario no desatender el flanco situado más a la derecha de su partido, por el temor a que se produzcan nuevas deserciones. En este sentido, la decisión que ha tomado Pablo Casado, de mantener a Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del grupo popular en el Congreso, podría responder a ese propósito. A pesar del perfil estridente de esta política y de las fricciones que, dentro del PP, generan muchas de sus polémicas declaraciones, Casado puede preferir tenerla cerca, como aliada.

De este modo, los cálculos o dudas estratégicas sobre la línea a seguir para hacer oposición al gobierno de Sánchez en un contexto en el que Vox intenta marcarles el paso, tanto en su condición de rivales políticos a nivel nacional, como de aliados de gobierno a nivel regional y local, pueden contribuir a explicar los recientes vaivenes políticos protagonizados por la dirección del PP.

Y como consecuencia de ello, también parece haberse reabierto el (siempre latente) debate interno sobre la conveniencia o no de optar por dar la batalla ideológica (cultural) y por la confrontación política con la izquierda, o, por el contrario, optar por la moderación, centrándose en temas transversales, como la capacidad de gestión.

Utilizando la metáfora de los políticos que actúan como halcones y palomas, dentro del PP habría, de un lado, partidarios de una estrategia de confrontación. Estos abogan por imitar o seguir el estilo de oposición de Vox. Y, de otro, están los partidarios de una línea más conciliadora. Ellos son críticos con el acercamiento al partido de Abascal y defienden, en cambio, diferenciarse lo más posible de éste.

Pero el auge de Vox ha hecho que el sector duro se sienta más fuerte para imponer sus tesis dentro del PP o, incluso, para ir por libre, ayudados por el apoyo que les brindan algunos medios de comunicación y/o la visibilidad que sus cargos institucionales les otorga (como es el caso de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso). En un momento, además, en el que la debilidad de Casado, como un líder político cuya popularidad es baja, juega a su favor.

No obstante, si analizamos la evolución electoral del PP, encontramos que a este partido le ha ido mejor a nivel nacional cuando las “palomas” se han impuesto a los “halcones”. Tanto en el año 2000 como en el 2011 el PP obtuvo mayoría absoluta en las elecciones generales, con una estrategia centrada en la capacidad para gestionar la economía. Por el contrario, la estrategia de crispación utilizada por Rajoy para hacer oposición al primer gobierno de Zapatero no le dio los resultados esperados en los comicios generales de 2008. Asimismo, encontramos que, aun teniendo la mayoría parlamentaria necesaria, Rajoy optó, desde un cálculo coste-beneficio, por retirar en 2014 el controvertido proyecto planteado por Alberto Ruiz-Gallardón para derogar la ley del aborto aprobada por el gobierno de Zapatero.

La lectura que muchas veces se ha impuesto en el PP es que las medidas más ideológicas (sobre las que el electorado está dividido), así como la estrategia de crispación, llevan a este partido a perder más votos, de los que gana en un país donde la media ideológica del votante es de centro izquierda. Por una parte, se alejan, los votantes moderados (menos ideologizados y con un menor grado de identificación partidista). Por otra parte, como efecto colateral, se produce una movilización de los sectores progresistas a favor de los partidos de izquierda.

Por el momento, la cúpula del PP parece seguir (y de forma reactiva) la táctica de actuar unos días con un perfil más moderado y otros, con un perfil más agresivo, en función del tema que sea y de los movimientos que haga Vox. Por ello, unos días marcan diferencias con esa formación política, y otros se aproximan a ella (siendo más voxistas que Vox), mientras parecen dan por neutralizada la competencia con Ciudadanos, como un partido que se halla en fase de reconstrucción interna.

Es posible que, con esta táctica, los dirigentes del PP piensen que tienen asegurada la paz interna, tratando de contentar a uno y otro sector del partido. Pero parece difícil que puedan mantener esta posición a medio plazo. A no ser que la atención esté puesta exclusivamente en el gobierno, pretender ser “palomas” y “halcones” al mismo tiempo puede llevar a los populares, en su labor de oposición, a desorientar a sus votantes, al tiempo que les impide ensanchar su base de apoyos. Asimismo, la proyección de la imagen de un partido que quiere ser una cosa y la contraria, sólo puede contribuir a potenciar las divisiones internas. Y, por ende, a poner en entredicho el liderazgo de Casado.

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