Un nuevo partido ha irrumpido en la arena nacional. Imposible pasar por alto las imágenes del pasado 7 de octubre en las que, al más puro estilo “trumpiano”, los líderes de Vox llamaban a “hacer España grande otra vez” en un multitudinario mitin en Madrid.
Imposible también pasarlo por alto en un contexto marcado por el auge de los populismos nacionalistas y xenófobos a nivel europeo y a escaba global. Y, menos aún, en el mismo día en el que el foco de atención internacional estaba puesto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. Una primera vuelta cuyos resultados vinieron a confirmar la pujanza de Jair Bolsonaro, como, y a falta de la celebración de la segunda vuelta que tendrá lugar el 28 de octubre, el potencial futuro Presidente ultraderechista del país más poblado de América Latina; y de otro nuevo dirigente de corte populista en el mundo.
Es cierto que Vox suscita ahora gran atención mediática, tanto dentro como fuera de España, por la novedad que supondría que un partido de derecha radical consiguiera próximamente representación en el Congreso de los Diputados. Pero también hay que tener en cuenta que, en los últimos cuatro años, ha sido habitual hablar de la irrupción de nuevos partidos, desatándose una auténtica “partidos-manía”.
Así, encontramos que 2014 fue el año de Podemos. El año en que la formación morada, después de cuatro meses de vida política, entraba, y lo hacía, además, con la fuerza de cinco escaños, en el Parlamento Europeo. Posteriormente, tras el pronosticado, pero no cumplido sorpasso al PSOE en 2015 y 2016, la “podemos-manía” daba paso a la “ciudadanos-manía” impulsada por los buenos augurios demoscópicos que llegaron a situar, en el ámbito nacional, a esta formación como primera fuerza política en voto estimado. Unos augurios que, más tarde, se verían eclipsados por la exitosa moción de censura presentada por Pedro Sánchez a finales de mayo, hasta situarse, ahora, el partido naranja por detrás de socialistas y populares en los sondeos.
Lo novedoso es hoy la “Vox-manía”, entendida como el potencial éxito de un nuevo partido. Podemos preguntarnos cuáles son las claves del auge de una formación que, recordemos, fue fundada a finales de 2013 por ex militantes críticos con la línea seguida por el PP, entonces en el gobierno y liderado por Mariano Rajoy, por considerar que éste carecía de la firmeza ideológica suficiente en asuntos como el terrorismo o Cataluña.
Después de haber logrado cerca de 250.000 votos en las elecciones al Parlamento europeo de 2014, Vox vio cómo sus apoyos descendieron hasta las pocos más de 58.000 papeletas (0,23% del voto válido) en las elecciones generales de diciembre de 2015 y a menos de 48.000 (0,2% de voto válido) en las de junio de 2016. Unos resultados que hasta hace poco tiempo habían relegado a esta formación a la irrelevancia mediática, aunque sus miembros hayan estado muy activos en las redes sociales.
De acuerdo con los datos del CIS de intención directa de voto (es decir, los resultados que arroja la pregunta “suponiendo que mañana se celebrasen elecciones al Parlamento español, ¿a qué partido votaría Usted?”), Vox comenzó a ser una opción atractiva para una parte de los electores el pasado julio, coincidiendo con el cambio de gobierno y el relevo de Mariano Rajoy por Pablo Casado en el PP. Entonces, por primera vez en la serie del CIS, aparece, el registro de Vox con un 0,5% en intención directa de voto en julio, y con un 0,9% en septiembre. Porcentaje que, en voto estimado, se elevaba al 1,4% en septiembre (con la expectativa de alcanzar representación parlamentaria).
La estrategia de confrontación y polarización elegida por Pablo Casado para hacer oposición al gobierno de Pedro Sánchez, así como la pugna ideológica que, por la derecha, mantienen los populares con Ciudadanos, especialmente en el ámbito de la política territorial, parece estar beneficiando a Vox. Algo que se debe a tres factores. El primero es que los temas de confrontación, y en particular el conflicto catalán, elegidos por el PP y Ciudadanos para hacer oposición dan visibilidad a Vox. El segundo tiene que ver con el hecho de que, en la batalla por ser el mayor defensor de los intereses de España y de los españoles, el que puede hacer gala de un discurso más duro y políticamente (más) incorrecto es Vox, frente al PP y Ciudadanos. El tercero está relacionado con la mayor credibilidad que tiene la formación liderada por Santiago Abascal como partido nuevo, frente a Ciudadanos. En tiempos de aceleración política, como los de estos últimos años, lo nuevo envejece pronto y la opción que siempre parece más anti-establishment, es (siempre) la última en llegar.
Vox supone un reto para el PP, pero también para Ciudadanos que ha pasado a ser percibida como una fuerza política cada vez más escorada a la derecha (si en mayo de 2014, la media ideológica de esta formación se situaba, a ojos de la ciudadanía, en un 5,54, en septiembre de 2018 es de 7,1 en una escala de 1 a 10, donde 1 es izquierda y 10 es derecha).
La fragmentación del voto y la volatilidad beneficiaron a la formación naranja cuando ésta dio el salto a la política nacional en 2014. No obstante, la fragmentación y la volatilidad electorales juegan ahora en su contra, porque ha aparecido un nuevo competidor dispuesto a captar votos en el mismo caladero. Siguiendo los datos del CIS, encontramos que, en septiembre, un 1,9% de los electores que declaraban haber optado por Ciudadanos en las elecciones generales de 2016, tenía intención de votar a Vox, mientras que, entre los electores del PP, ese porcentaje era del 1,7%. Ideológicamente los votantes potenciales de Vox se sitúan en las posiciones que están más a la derecha. Votantes a los que, en comparación con el conjunto del electorado, les preocupa, en mucha mayor medida, la independencia de Cataluña y la inmigración.
Es aún pronto para saber si, en el caso de esta formación, estamos ante una “burbuja” o ante un fenómeno imparable que, siguiendo la estela de Podemos, comenzará su andadura irrumpiendo en el Parlamento europeo para dar, después, el salto al Congreso. De cualquier modo, resultará de gran interés ver hasta qué punto se fragmentará el voto de los electores de derecha entre el PP, Ciudadanos y Vox, y si una fuerza política ultraderechista consigue o no representación parlamentaria a nivel nacional. Dos elementos que podrían resultar novedosos en una (aún) joven democracia española en la que, hasta hace muy poco tiempo, sólo había un partido que aglutinara el voto de los electores de derechas (desde el centro a la extrema derecha) y que, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos, no cuenta con un partido ultraderechista en el Parlamento.
Pero más allá del espacio político y electoral que pueda llegar a ocupar Vox, también debemos analizar el potencial éxito de esta formación como un síntoma del malestar político que sigue existiendo en la sociedad española. La crisis de representación política, gestada al calor de la crisis económica, se hizo visible con el estadillo del 15-M en 2011 y ha dado paso a nuevos partidos que han tratado de responder a esa insatisfacción o de aprovechar el momento para entrar en la escena política. Sin embargo, la mayor oferta electoral no parece estar redundando, o al menos no por sí sola, en una mayor satisfacción política de los ciudadanos.
Prácticamente desde hace nueve años, y de forma ininterrumpida, la política y los políticos son percibidos por la ciudadanía como uno de los principales problemas que tiene España. Y ello al margen del problema de la corrupción y el fraude, que, desde el inicio de 2013, se sitúa en los primeros puestos del ranking de preocupaciones sociales.
Asimismo, encontramos que, de acuerdo con los datos del CIS correspondientes a septiembre, casi el 55% de los ciudadanos se siente poco o nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia. Particularmente crítica se muestra la opinión pública con el Parlamento. Siete de cada diez ciudadanos están insatisfechos con su funcionamiento. Y casi un 76% considera que, en el Congreso, se “presta demasiada atención a problemas de poca importancia”. Se trata de la valoración más negativa desde que, en 1987, el CIS comenzara a incluir en sus estudios, aunque de forma muy discontinua, esta pregunta.
Por tanto, el malestar político sigue siendo hoy muy intenso. Y este clima es propicio para la aparición de nuevos partidos. En este sentido, hay que tener en cuenta que, a pesar de que las miradas están puestas en Vox, los barómetros del CIS vienen registrando, desde enero de 2016, el auge de otra formación: PACMA, el Partido animalista contra el maltrato animal, con una intención directa de voto que ha oscilado entre el 0,6 y el 1,4%. Es más, en voto estimado, el CIS situaba en septiembre a PACMA (1,6% de voto), por delante de Vox (1,4%). Dos partidos de signo político muy diferente, pero que pueden nutrirse del voto de los descontentos. Al igual que otras nuevas formaciones que puedan surgir en el futuro, sean del signo ideológico que sean, mientras el nivel de malestar político siga siendo tan elevado.
Un malestar que, por otra parte, puede verse aún más acentuado por el creciente clima de crispación política y que como efecto colateral, puede conllevar un aumento de las preferencias de los ciudadanos por “nuevas opciones”, frente a los “partidos ya establecidos”.