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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Yolanda Díaz y el tecnopopulismo

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.
1 de junio de 2022 22:38 h

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Este post tiene dos objetivos. El primero es pedir disculpas por emplear semejante palabro en el título: “tecnopopulismo”; y el segundo, explicar a qué nos referimos con este concepto y por qué puede ser útil aplicarlo como un marco de análisis para entender el proyecto político que poco a poco va dibujando Yolanda Díaz.

Tecnopopulismo es un concepto que se ha empezado a utilizar recientemente -aunque aún de manera marginal- en la literatura de partidos políticos y de actitudes políticas para caracterizar la coincidencia de dos retóricas aparentemente opuestas: la retórica populista y la retórica tecnocrática. En este mismo blog se ha analizado en varias entradas cómo el populismo y la tecnocracia podían presentarse como reacciones, alternativas, frente a la crisis de los partidos, es decir, frente a la crisis de la democracia representativa, particularmente a raíz, o en correlación, a la Gran Recesión (véase aquí, aquí o aquí). El populismo y la tecnocracia comparten la desafección política como motor de sus propuestas, el rechazo a los partidos como agentes de intermediación entre representantes y representados, así como una visión poco pluralista de la sociedad. Respecto a esto último, desde un plano teórico, ambos discursos defienden que existe algo así como un bien común o interés general que podemos poner como meta y alcanzar sea siguiendo la voluntad del pueblo o aplicando las políticas basadas en el saber experto, en el conocimiento científico, para optimizar el bien social. Ambas posturas, en el fondo, niegan el conflicto de intereses, la pluralidad de preferencias y, por tanto, la simple idea de que cuando se elige una política en vez de otra siempre habrá ganadores y perdedores.

Las diferencias entre una visión populista y una tecnocrática de la política son evidentes. En primer lugar, el populismo coloca al pueblo, a la gente, como actor central en la toma de decisiones; la tecnocracia, al saber experto, a una élite con formación específica sobre cada uno de los asuntos; el populismo opera con una lógica de responsiveness o de sensibilidad a las demandas de los ciudadanos; la tecnocracia con la idea de responsibility o de tomar buenas decisiones teniendo en cuenta el largo plazo, evitando el cortoplacismo electoral e incorporando los intereses de actores más allá de los votantes (por ejemplo, los mercados). La legitimidad política del populismo, entendido como una especie de correa de transmisión entre pueblo y políticas, descansa en el principio de soberanía popular: la política, sea la que sea, es buena si es que emana de la voluntad del pueblo. La legitimidad de la retórica tecnocrática, en cambio, es una legitimidad de resultados: no es necesario atender a las preferencias de la gente si la política que se aplica es la mejor de las posibles.

La combinación de estas dos retóricas puede a priori resultar extraña. Pero varias experiencias nos indican que no lo es tanto. Hay dos formas de aproximarnos al estudio sobre la concurrencia de estos dos discursos: desde el punto de vista de los partidos (desde la oferta política) y desde el punto de las preferencias de los votantes (desde la demanda). En relación a lo primero, existen pocos trabajos al respecto. Sin embargo cabe destacar el reciente libro de Bickerton e Invernizzi en donde analizan el New Labour de Tony Blair, el Movimento 5 Stelle en Italia y el caso de En Marche! en Francia como diferentes casos de tecnopopulismo; así como una edición especial de trabajos publicados en la revista Politics and Governance en donde se estudia la concurrencia de populismo y tecnocracia como un subtipo de populismo enfatizando la supuesta generación de buenas políticas públicas.

Por el lado de la demanda, tampoco existe mucha investigación. Pero lo que hay es sobradamente interesante. Eri Bertsou y Daniele Caramani han analizado nueve democracias avanzadas y reportan que un 17% de su muestra combinan actitudes populistas con posiciones favorables al papel de los expertos en el proceso de decisiones políticas, y negativas hacia el papel de intermediación de los partidos. Por otro lado, para el caso de Países Bajos, Akkerman y otros encuentran que los simpatizantes del Partido por la Libertad (PVV) y del Partido Socialista (SP), partidos de derecha y de izquierda radicales respectivamente, puntúan alto en una escala de actitudes populistas, pero también en una escala de elitismo. Para el caso español, en un artículo recientemente publicado junto a Pablo Fernández-Vázquez y Luis Ramiro, encontramos que en una encuesta realizada en junio de 2020 la proporción de ciudadanos con actitudes tecnopopulistas (es decir, que puntúan por encima de la media en la batería de preguntas de actitudes populistas a la vez que en la de actitudes tecnocráticas) es ni más ni menos que de un tercio.

Este último dato nos invita a reflexionar sobre nuestro escenario político actual y en concreto sobre el perfil político que está desarrollando Yolanda Díaz, pues puede que sea el que mejor encaja con estas actitudes y que por tanto cuente con los mimbres suficientes para desarrollar una retórica tecnopopulista.

Aunque aún navega en la indefinición respecto a muchos temas, podría decirse que el discurso de Díaz combina algunas dimensiones del populismo con algunas dimensiones de la tecnocracia, junto con un discurso que enfatiza temas clásicos de los partidos a la izquierda de la socialdemocracia. Por un lado, mediante las políticas que ha liderado desde el Gobierno Díaz siempre ha mantenido a la gente, al pueblo, a los trabajadores, a “la mayoría social”, como el principal receptor de sus beneficios (la reforma laboral, la subida del salario mínimo o los ERTE como respuesta a la pandemia). En este aspecto, Díaz continúa con la estela dibujada por Podemos, aunque desde una perspectiva menos beligerante, menos identitaria y más técnica, subrayando su especialización profesional en el campo del derecho y de las relaciones laborales. Asimismo, en los últimos meses, Díaz ha subrayado la necesidad de trascender a los partidos políticos como fórmula para volver a conectar con la sociedad, reuniéndose con sectores profesionales como economistas, ingenieros, expertos de distintos ámbitos durante su “proceso de escucha”. Como es lógico, su motivación puede ser puramente coyuntural y por tanto estratégica, pero el énfasis en la dilución de la intermediación también la coloca en las coordenadas de la retórica populista. No obstante, el anti elitismo, como otra dimensión propia del populismo que explota marcos maniqueos -de buenos vs. malos, de gente vs. casta, o de los de arriba vs. los de abajo-, está menos presente en su mensaje político.

Por otro lado, la vicepresidenta segunda del Gobierno despliega claramente en su estrategia de comunicación una retórica tecnocrática. Su perfil más técnico, muy pegada al conocimiento, al detalle, de las políticas públicas con las que trabaja, transmite solvencia, eficacia y eficiencia. No es exagerado afirmar que este aspecto es el que más ha labrado estando a cargo del Ministerio de Trabajo, así como en sus intervenciones parlamentarias, marcando una enorme distancia con el perfil más político del anterior líder de Unidas Podemos. Dicha característica entronca también con un perfil menos partidista, que de alguna forma rehúye el conflicto y que presenta sus posiciones políticas como fórmulas asépticas a problemas concretos para resultar atractiva a ciudadanos con diferentes posiciones políticas.

En definitiva, el marco tecnopopulista, dado los datos mencionados más arriba sobre el electorado en España, sumado al perfil que poco a poco va desarrollando Yolanda Díaz invitan a pensar que podría existir un espacio discursivo para conseguir lo impensable en tiempos de polarización: atraer a ciudadanos de distintas posiciones políticas o, al menos, a abstencionistas bajo un mismo paraguas, algo más amplio de lo que permite la actual batalla electoral, es decir, conseguir cierta transversalidad. No obstante, todo sea dicho, ningún discurso puede hacer magia, y las condiciones estructurales son las que son. Por tanto, de ser útil la estrategia tecnopopulista lo será seguramente en los márgenes de la competición política.

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