Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
¿Cómo estáis?
Después de más de dos meses de estado de alarma, ¿cómo estáis? ¿No estáis echando de menos una mantita por encima? ¿Reparadora? ¿No estáis sintiendo que el cuerpo se desquebraja? ¿Que habéis consumido ya, por hoy, suficiente violencia? ¿Con cuántos mensajes de Whastapp os habéis levantado esta mañana? ¿Cuántas opiniones habéis oído ya? ¿Cuántas habéis manifestado?
Lejos de querer convertirme en ejemplo de nada, querría hacer esta pregunta ahora en alto -¿cómo estáis?- por considerar que contribuyo diariamente a ser una máquina expansiva del miedo colectivo. Una máquina expendedora de sobreinformación de la que estoy intentando quitarme. ¿Qué sentiste cuando estabas hasta arriba y te mandé otro enlace más para tu entretenimiento o para que estuvieras al tanto de algo? Fui violenta. Ahora lo sé. Debí preguntarte si, en ese momento, querías ver y consumir el titular que te estaba mandando. Lo siento.
Es increíble. Nunca fui tan consciente como ahora de lo invasiva que puedo a llegar a ser manejando información desde esas partes nuevas de nuestros cuerpos que son nuestros dispositivos móviles. Extensiones por las que nos convertimos, sin demonizar tampoco al aparato, en cómplices y creadores de la producción del miedo. En aliadas de quienes quieren adelantarse a que pienses antes de que lo hagas por ti misma. Para entrar en una casa, llamamos a la puerta. Es una costumbre que no deberíamos perder. Preguntar a alguien si quiere recibir una información antes de volcarla sobre ella sin permiso. Hay que retomar lo de llamar a las puertas. En serio…
Al principio de este confinamiento consideré que podría cuidarme de él: del miedo. Ésa fue mi prioridad. Me dije “Mar, cierra esa puerta virtual. Apaga todo lo que sea un canal de información que no quieres recibir. Se va a meter sin permiso en tu cuerpo”. Lejos de sentirme culpable por vivir con miedo –voy a dejar también de sentirme culpable por todo- mi intención era crearme los míos propios. Ser un poco dueña de ellos. Guionista y creadora de mis propios miedos. Fíjate qué libertad más curiosa. Tener un poco de invención sobre ellos porque, ¿cómo no tenerlos? Quería no estar a la merced de los canales de noticias, a la merced del titular de última hora, a la merced del último dato actualizado. A la merced de la inmediatez en la que vivimos porque considero que los cuerpos, si los queremos sanos, habitan otros ritmos y otras informaciones.
Una pandemia, duelos sin espacios para llorar, confinamientos difíciles por tantos motivos, pobreza, incertidumbre… Cuestiones que afectan y que, sin duda, merecen el respeto de la pausa. Un respecto que no estamos teniendo ahora.
Nunca fui tan consciente de cómo invadimos el cuerpo ajeno con información. Siempre lo supe pero no tanto como hasta ahora. Estoy convencida de que la curva de la sobreinformación ha estallado ya. Ha superado con creces el límite de lo que nuestro espíritu es capaz de asumir. Hemos sido receptores y emisores, recipientes y dadores de información. Hemos volcado sin permiso y en cadena basuras que ni nos ha dado tiempo a digerir.
No te tomarías 3.000 pastillas en un día. Te matarían. ¿Por qué nos metemos más de 3.000 palabras -¡muchas más!- al día que hacen estragos en nuestra salud mental que también es física. Que condicional de manera terrorífica nuestra forma de habitar el mundo.
Hemos tenido altibajos, hemos padecido de insomnio, a veces no sabíamos dónde estaba nuestra cabeza, hemos empatizado y sentido el dolor de algunas personas que han perdido a sus seres queridos y todo lo que el mundo nos dice es “¡no pares! ¡sigue! ¡consume esto que que estoy a punto de meterte por los ojos!”. Estas dinámicas no respetan ni las pausas necesarias de los duelos. Duelos estructurales en tantos y tantos casos.
Todo invita a seguir, a pensar, a leer, a producir… Todo invita a generar basura informativa, mierda en forma de servicio público y miedo.
Nunca creí que MÁS fuera posible. Lo es. Estoy sorprendida con la sociedad del espectáculo y del 3.0. Aquella en la que nos convertimos en receptoras e informantes. En receptoras y generadoras de todo tipo de contenido.
Se habla de desescalada pero no hay revisión. No hay mirada hacia atrás. Nada parece detenerse. Nada parece susceptible de ser analizado y mirado más allá de la vuelta a una “nueva normalidad” que cada vez suena a más absurdez. Estoy en una pandemia. Respetadme. Estoy sintiendo, de nuevo, que quizás no estoy haciendo lo suficiente, que quizás la culpa de mi situación sea mía. Quizás no me he reinventado lo suficiente, como Madonna. Quizás no me he formado lo suficiente. Estos mensajes son los que me llegan. Estáis metiendo todos esos discursos en mi cuerpo. Respetadme.
Es increíble cómo se moviliza todo un pueblo por cuestiones de salud a través de otras acciones que nos enferman como el exceso de información. ¿Será que la salud mental sigue sin considerarse como parte de nuestro importante de nuestro bienestar? ¿Será que el capitalismo, el heterocispatriarcado, el racismo y demás sistemas de opresión se asientan en la idea de que nuestra salud mental puede ser machacada hasta decir basta? ¿En la idea de que podemos soportar altas dosis de violencia psicológica? ¿Qué pasaría si diéramos más importancia como sociedad a este aspecto? ¿Si dejáramos de considerarla “sutil” o “micro”? ¿Si empezáramos a señalar que determinados comentarios, situaciones y discriminaciones están incidiendo de manera terrible en nuestra salud mental? ¿Qué la violencia psicológica y es tan importante como la física? ¿Qué tal si eso fuera, por una vez, realmente importante y alarmante?
Salí a la calle a andar con mi hermana. No parábamos. “Tengo ganas de gritar ahora mismo”, le dije. La gente anda deprisa. No paramos. ¿Cómo estoy? No lo sé. Exploté y lloré. El miedo ya estaba dentro. Demasiado tarde. No lo he podido contener. Lo siento Mar, lo siento. Ansiedad galopante la llamo. Pastillita para dormir. Cómo seguir viviendo en un mundo que, pase lo que pase, actúa como si sólo quisiera seguir. ¿Necesitábamos una pandemia para tener una sociedad empática? ¿Realmente hemos creído que necesitábamos una pandemia para mirar a la de enfrente, para entender que no somos el centro del universo? Planteamiento equivocado. Yo no necesitaba una jodida pandemia.
-¿Qué necesitas?
-Una Pandemia.
No ¿verdad?
¿Cómo estás? ¿Cómo estáis ante tanto machaque psicológico?
Algunas cosas me han ayudado como una mantita reparadora. Entender que, por primera vez en mi historia, la mayoría de medios retransmiten a la vez las mismas comparecencias. Sólo con el discurso monárquico de Navidad se movilizaban todos los canales. He tenido que distinguir ese relato único que me daba una sola versión de “la calle” del mío propio. Me he dado la oportunidad de salir, comprobar por mí misma y poner mi cuerpo en juego. Hacer un cara a cara con el asfalto y decidir qué es verdad y qué no. Tener un pequeño control sobre el relato. Y, ¿sabéis qué? Salgo siempre con miedo y pereza a hacer la compra pero, a mi vuelta, vengo con una sonrisa. Porque la frutera sigue siendo la frutera y la frutera me dice “cariño y hasta luego mi amor”. Porque yo misma habito el mundo mirando a otras personas y sabiendo que existen y eso no va a cambiar con ninguna pandemia. Yo misma soy una porción de mundo que no piensa habitar esa identidad que inventa constantemente al enemigo. Hay gente tela de esperanzadora. Siguen existiendo. No olvidadlo entre tanto “sálvese quien pueda”. El activismo se construye con rabia pero también con “amor” y ternura. Sólo quieren lo primero pero en estos días he sentido también lo segundo. Como un bálsamo para el alma.
¿Sabéis qué más me ha servido? Cada noche, antes de dormir, cierro los ojos y dedico unos minutos a toda esa gente que se ha ido. A quienes han perdido su vida en el confinamiento y a quienes lo han hecho por otros motivos. También a quienes lo están pasando mal. A quienes no paran pero porque no pueden. A quienes lo pasaban y lo pasan mal por causas distintas a ésta. Intento visualizar una luz enorme para ellas y rezo a mi manera. Las derechas nacional-católicas no pueden monopolizar estos ritos. Son también nuestros. Es la forma que mi cuerpo tiene de albergar la pausa que el mundo nos niega. Es mi forma de decirme que yo soy ese espacio que hace la pausa posible. Que yo soy ese cuerpo-espacio-sistema nervioso que construye una vida, que reconoce los duelos, que reconoce que no se puede seguir como si nada.
Nunca he sabido seguir por seguir. A veces, me he sentido culpable por necesitar parar ante lo que me ocurría. Siempre creí que era un error. Que yo era débil. Que no poder seguir en la rueda en todo momento era un síntoma de inmadurez. Yo era el fallo que no se adaptaba al sistema. Ahora sé que no es así. Que estoy ante un sistema insensible y enfermizo y que mi cuerpo era sabio. El sistema es el fallo que no nos permite habitar vidas que merecen la pena. Ahora entiendo también esta expresión: “merecer la pena”. Lo que merece ser vivido valora la alegría de Benedetti pero construye, a su vez, espacios para poder habitar lo que nos duele. Las penas tienen que tener un lugar en sociedad más allá de los hipócritas minutos de silencio. Lugares que nos permitan ser y construir también desde ahí resistencias que nos lleven a mundos menos insensibles y nefastos. Más respetuosos con nuestras salud emocional y nuestras sensibilidades. Que no digan que nuestros sentires también lo merecen.
¿Cómo estáis? ¿Qué dolores vuestros pondrían ahora en jaque al sistema si dejaran de negarnos el espacio y el tiempo para sentirnos? ¿Cómo hablan nuestras penas de las dinámicas que nos hieren? ¿Nos hemos culpado por ellas?
NOTAS AL PIE. Según información proporcionado por Orgullo Loco Madrid, en la anterior crisis el consumo de antidepresivos creció por encima del 120%.
Tanto profesionales de la psicología como organizaciones internacional de la salud están alertando de los efectos adversos de la sobreinformación sobre la salud mental. La Organización Mundial del la Salud (OMS) ha pedido incluir en los planes de Gobierno un incremento urgente de la inversión en servicios de salud mental. Asimismo la ONU ha alertado de una posible crisis psicológica masiva por la pandemia si los países no toman las medidas oportunas.
Sobre este blog
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