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Los señores tapón nos hicieron feministas

Selma Tango

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La generación tapón se jubila y lo hace por la puerta grande, dejando el mundo peor, incapaz de arrancar compromisos para paliar los efectos del cambio climático o hacer autocrítica de su legado. Ellos lo han hecho todo bien, repiten y reaccionan de forma violenta cuando se ponen en duda sus “éxitos”. Son los nacidos entre 1943-1964 y coinciden temporalmente con la generación baby boom estadounidense, la anterior a la generación X (1965-1980), considerada la del boom demográfico español.

Josep Sala i Cullel es el primer autor en acuñar el término en su libro Generación Tapón (Garbuix books- 2021) con una tesis muy clara: “Nos están dejando una herencia ruinosa a las generaciones venideras”. Un problema a nivel global que señalan varios autores. Ada Calhoun en su obra Por qué no podemos dormir: la nueva crisis de la mujeres en la mediana edad (Grove Press UK-2020), pone de manifiesto cómo han dirigido empresas e instituciones en Estados Unidos, acaparando los puestos relevantes sin permitir el acceso al poder a generaciones posteriores y en especial a las mujeres.  

Bruce Canon Gibney, en Una generación de sociópatas: Cómo los boomers traicionaron a América, examina cómo se enriquecieron actuando sin empatía, prudencia o respeto y manifiesta lo que nos espera en la década de 2030, cuando el daño a la Seguridad Social, las finanzas públicas y el medio ambiente será catastrófico e irreversible, responsabilizando a los boomers de ello. Helen Andrews autora de Boomers: Los hombres y mujeres que prometieron la libertad y trajeron el desastre (Penguin random house 2021), deja claro que el idealismo de esta generación no trajo libertad sino caos pese a sus “buenas intenciones”.

¿Pero qué fue de las mujeres tapón españolas? Salvo algunas privilegiadas en la política o la empresa, el resto fueron educadas para ser amas de casa. Se les permitió trabajar cuando el régimen necesitó mano de obra, pero al casarse se dedicaban al hogar oficialmente sin acceso a trabajos asalariados, aunque muchas lo hacían en la economía sumergida. La “moral nacional” orquestada por la sección femenina de Pilar Primo de Rivera no permitía que llegasen a la secundaria, salvo las de clases más pudientes. Relegadas al hogar y los cuidados, fueron madres de muchas niñas X a las que repetían: “Haz una carrera, no te cases hasta que tengas un buen trabajo y lo podrás tener todo”. Lo apostaron todo a la educación en un acto de fe para vernos libres. Ser económicamente independiente era la llave de la libertad para ellas y un pilar del feminismo de los años 70, junto con el divorcio y el aborto.

La presencia femenina universitaria se incrementó exponencialmente desde finales de los 70 hasta los 90, coincidiendo con la generación X. El estudio y el trabajo iban a ser la salvación de la primera generación damnificada por la gestión de los señores tapón, con desiguales consecuencias para nosotras respecto a nuestros compañeros X. Creciendo en barrios dormitorio sin supervisión de adultos y con miedo al VIH y a la heroína, fuimos las hijas de los matrimonios divorciados. Pese al escenario de soledad, salimos como la primera generación más formada y la incorporación de las mujeres al mercado laboral pareció vivirse con naturalidad pero guardaba trampas. También fue la primera vez que las mujeres disfrutamos del ocio nocturno con mayor libertad pese al caso Alcàsser, que nos mostró la cara de la violencia machista en un espectáculo bochornoso y con tertulias que hablaban ya de la tela que faltaba en las minifaldas.

Salimos al mercado laboral con la crisis del 93 y fue difícil encontrar trabajo, pero al poco tiempo teníamos empleo aunque no todas en lo que habíamos estudiado. En el trabajo, las mujeres X tuvimos que demostrar que éramos merecedoras de ese “todo” que íbamos a conseguir si nos esforzábamos. Crecimos con el discurso meritocrático porque el esfuerzo haría que tuviésemos una mejor vida que la generación anterior y nos sentimos obligadas a conseguirlo ya que parecía que estaba al alcance de la mano. Esa cultura del esfuerzo que los señores tapón han usado para ponerse por encima y hacernos trabajar cada vez más por menos.

La tele de la época vendía que era nuestro momento y compramos los anuncios y pelis donde las mujeres trabajaban duro, ganaban dinero, criaban, cocinaban, asistían perfectas a cenas de ensueño, comían bombones sin engordar y tenían el maquillaje perfecto todo el día hasta llegar a una casa preciosa a tiempo de leer un cuento a los niños antes de dormir. Ese era el “todo” que íbamos a conseguir y ellas unas mujeres con el súper poder psicotrópico de multiplicar las horas del día, como la misma marihuana que tiene el efecto de modificar la percepción del tiempo en nuestro cerebro. Pero no estábamos fumadas, era un espejismo que se difuminaría en unos años. Al llegar el momento de ser madres.

Después de un tiempo trabajando con los señores tapón entendimos que no iban a soltar sus sillones. Nuestra maternidad podía esperar un poco más a ese puesto ansiado y seguro. Si había problemas, la reproducción asistida lo podría arreglar. Mientras los jefes nos ponían reuniones a la hora de salir para no volver pronto a casa y tener que “ayudar” a sus mujeres con los niños, o no aceptaban un “no” cuando invitaban a una copa y teníamos ganas de llegar a casa. Cuando pedimos más, porque habíamos demostrado suficiente, nos dieron puestos intermedios de consolación y, esperando el momento ideal, conocimos la infertilidad sin saber cómo había pasado. Gastamos lo que no teníamos para ser madres y entendimos que habíamos estado años riendo gracietas a los tapón en el bucle finito: retrasar la maternidad para no perder el trabajo esperando un momento ideal con el fin de mantener el trabajo al que la maternidad siempre le iba mal y por eso teníamos que retrasar la maternidad...

El colmo de estos señores tapón es que siguen diciéndonos que somos una generación floja, que no fuimos tan currantes ni lo hicimos tan bien como ellos. Alimentan con ello su ego en las comidas familiares cuando la realidad es que estuvieron en el momento indicado. Beneficiarios de las políticas socialdemócratas (que luego han liquidado), del boom industrial de la segunda guerra mundial y de los fondos llegados de la Comunidad Económica Europea, han ganado más dinero que sus padres y se han centrado en mantener lo conseguido, empeorando las vidas de las generaciones siguientes. Multiplicaron su patrimonio con la burbuja inmobiliaria. Como explica Josep Sala “son ese obrero de fábrica que vota mantener sus condiciones laborales a cambio de renunciar para los nuevos contratados a las conquistas conseguidas”. Prejubilados de banca y empresas con pensiones por encima del sueldo de los más jóvenes. Una generación acomodaticia sin la formación de las generaciones siguientes que ha usado su poder para beneficiarse.

La Gran Recesión de 2008, provocada en gran parte por señores tapón, nos puso la puntilla precarizando nuestras condiciones de vida, coincidiendo con la maternidad en el caso de muchas mujeres X. Así nos topamos con el patriarcado y empezamos a perder parte de lo conseguido, al chocarnos con los privilegios masculinos en los que muchos están atrincherados. Por eso abrazamos el feminismo, sufriendo en carne propia la mentira de la supermujer que puede con todo.

Nos etiquetan de generación irrelevante, consumista y apolítica que pasará a la historia sin pena ni gloria. A nosotras nos ha tocado reescribir ese guión sabiendo que nunca estuvo previsto nuestro espacio. Ahora estamos en la mediana edad y comenzamos a ser más invisibles y más feministas tras quitarnos la venda de los ojos, cansadas de esperar, sacudiéndonos la frustración de haber sido engañadas. Nuestro logro no será poder con todo como heroínas de Marvel sino ser conscientes de que no se puede y denunciarlo. Reclamar la manera de encontrar equilibrios que permitan una vida que sea respetuosa con nosotras.

Como madres hace tiempo rompimos con la educación patriarcal, consecuencia de nuestra experiencia vital que se convertirá en nuestro legado: ser las madres que educamos a una generación para no perpetuar el patriarcado, sembrando para el cambio definitivo. Conseguimos abrir muchas puertas pero nos hemos quedado rozando con los dedos los espacios que ahora los señores tapón han empezado a dejar. Nos toca seguir denunciando y reclamando mejores condiciones para maternar, para trabajar y para no tener que hacer dobles y triples jornadas. Continuar junto a las nuevas generaciones de mujeres haciendo crecer la conciencia feminista a nuestro alrededor. A las más jóvenes os toca continuar, a nosotras no abandonar.

La generación tapón se jubila y lo hace por la puerta grande, dejando el mundo peor, incapaz de arrancar compromisos para paliar los efectos del cambio climático o hacer autocrítica de su legado. Ellos lo han hecho todo bien, repiten y reaccionan de forma violenta cuando se ponen en duda sus “éxitos”. Son los nacidos entre 1943-1964 y coinciden temporalmente con la generación baby boom estadounidense, la anterior a la generación X (1965-1980), considerada la del boom demográfico español.

Josep Sala i Cullel es el primer autor en acuñar el término en su libro Generación Tapón (Garbuix books- 2021) con una tesis muy clara: “Nos están dejando una herencia ruinosa a las generaciones venideras”. Un problema a nivel global que señalan varios autores. Ada Calhoun en su obra Por qué no podemos dormir: la nueva crisis de la mujeres en la mediana edad (Grove Press UK-2020), pone de manifiesto cómo han dirigido empresas e instituciones en Estados Unidos, acaparando los puestos relevantes sin permitir el acceso al poder a generaciones posteriores y en especial a las mujeres.