Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Esto también es sumisión química
Cuando estudiaba en la universidad, un par de compañeros de clase contaban, entre risas siempre, cómo algunos fines de semana se levantaban a las seis de la mañana para ir a la puerta de una discoteca de Pamplona a ver qué caía.
Sí. A ver qué caía. Lo que querían que cayera, claro, era alguna tía que estaba borracha y a la que era fácil ligarse y llevarse a casa, estando ellos frescos como lechugas, recién levantados. Nunca supe si lo hacían de verdad o era una fantasía que no terminaron de llevar a cabo. En cualquier caso, se me ha quedado grabado porque me incomodaba muchísimo a pesar de que sonreía y negaba con la cabeza en plan “vaya par”. Se me ha quedado grabado, sobre todo, porque entonces decía que eran unos asquerosos, pero ahora sé qué nombre les pongo: violadores.
Del mismo círculo de gente de la universidad eran algunas voces que me negaban, cuando empecé a ser colaboradora de Pikara Magazine, que existiera el patriarcado. Ya. Pues no solo existe, sino que esa cultura asquerosa, violadora, sigue siendo aplaudida tal cual hoy en día también. Esa cultura que acepta someterlas a ellas –a nosotras–, no contar con nuestra opinión. No considerarnos iguales. Entre ellos son colegas que se tratan de cracks. Nosotras somos las otras, las subalternas, los complementos de juego. De ahí los consejos entre maromos para poner los cuernos a sus mujeres con las que no se atreven a tener una relación abierta porque, claro, eso implica negociar y ceder. De ahí los consejos entre puteros para que no les pille su esposa, su facilidad para consumirnos sin pestañear y sus puntuaciones sobre esas mujeres que consumen.
De ahí también lo que ha aparecido en mi muro de Twitter. El Xokas, un gamer, youtuber, twitcher o lo que sea, un tío con un millón de personas seguidoras, alaba a un amigo suyo que tiene, dice, “un trucazo”: no beber mientras ellas –nosotras– nos ponemos hasta las trancas para “controlar la situación” y que todo sea más fácil. Claro. Someternos, no contar con nuestra palabra. No considerarnos iguales, sujetas de derechos plenos. No tener en cuenta nuestro consentimiento y violarnos, vaya.
Un amigo publicista, que tiene que hacer una campaña de alerta sobre la sumisión química para el Gobierno de una comunidad autónoma, me pidió consejo para tener clara la perspectiva. Lo de la sumisión química está volviendo a ser una movida de primer orden a raíz de varios casos denunciados en bares de Madrid. Lo comenté un poco con mis compañeras Andrea Momoitio e Irantzu Varela y le dimos nuestra opinión. Centrarte en ellos y no en nosotras, asustándonos con el cuento de “Tened cuidado porque hay hombres muy malos que os pueden drogar para someteros”. No extender el terror sexual. Centrarte en ellos y decirles que no violen.
Centrarte en ellos para decirles que es tremendo que eroticen un cuerpo casi inerte. Centrarte en ellos para decirles que someter no es solo la premeditación de comprar una droga para anular nuestra voluntad. Someter también es esperar a que estemos borrachas, a que seamos más fáciles. Someter también es ponernos dobladas a chupitos mientras tú bebes zumos, Xocas, y esperas tu momento. Someter también es cuando lo haces con tu novia, que está pedo pero a ti te da igual. Someter es todo eso, señores, a ver si les entra en la cabeza.
Tenemos que centrarnos en ellos para no reírles las gracias, para no sonreír negando con la cabeza y diciendo “vaya par”. Para no alabar el trucazo de tu amigo violador. Tenemos que centrarnos en ellos para tener claro qué es someter y qué es violar y, cuando lo vemos, pararles los pies y no permitirlo. Y ellos, vosotros, tenéis que centraros y entender que estáis violando. Y dejar de hacerlo.
El alcohol también es una forma de sometimiento y follar con alguien a quien sometes es violar. Y esto no va de la historia del hombre malo malísimo que echa droga en las copas de las mujeres cuando se despistan –que también existe, claro–. Esta es una historia más común y mundana, la de todos esos tíos que no drogan ni incitan a beber. Que solo esperan. Y entonces no ven que eso también es sumisión química. Que eso también es violación.
En la misma conversación en la que hablaba con mis compañeras sobre la perspectiva de una buena campaña que alerte de la sumisión química, hablábamos de una idea que nos ronda la cabeza hace tiempo: mujeres poniéndose como cebo para violadores por las noches para pillarles, para vengarnos, con un grupo esperando agazapado para cuando ellos piquen. Sí, como en cierta película que no voy a mencionar explícitamente para no hacer spoiler. Parecido a esa película pero en grupo, no solas, porque, como dice Irantzu Varela, la protagonista fracasa porque su estrategia no es colectiva, sino individual.
Quizá sería más inteligente –y menos peligroso, y menos cansado, que vaya trabajo nos dais– que simplemente empecemos todas a difundir por ahí el rumor de que hay comandos de tías haciéndose las borrachas para pillar a violadores. Solo con la idea, si es demasiado potente, podemos hacer que duden –que dudéis– antes de violar a alguien sometida por el alcohol.
Por si acaso. Por si no está borracha como parece. Por si os pillan. Tened cuidado. No violéis.
Cuando estudiaba en la universidad, un par de compañeros de clase contaban, entre risas siempre, cómo algunos fines de semana se levantaban a las seis de la mañana para ir a la puerta de una discoteca de Pamplona a ver qué caía.
Sí. A ver qué caía. Lo que querían que cayera, claro, era alguna tía que estaba borracha y a la que era fácil ligarse y llevarse a casa, estando ellos frescos como lechugas, recién levantados. Nunca supe si lo hacían de verdad o era una fantasía que no terminaron de llevar a cabo. En cualquier caso, se me ha quedado grabado porque me incomodaba muchísimo a pesar de que sonreía y negaba con la cabeza en plan “vaya par”. Se me ha quedado grabado, sobre todo, porque entonces decía que eran unos asquerosos, pero ahora sé qué nombre les pongo: violadores.