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Álvaro Pérez: el Lazarillo de Gürtel que iluminaba a Aznar

Alvaro Pérez, en el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valencia.

José Precedo / Marcos Pinheiro

Álvaro Pérez es uno de esos hombres que sabe vivir con los tiempos. Técnico de sonido de José María García y secundario en varias películas de Pajares y Esteso, logró hacerse un nombre en la representación de artistas de segunda fila en los años 80. Pero fue en la última década del siglo XX cuando supo que había llegado su hora. Su red de amistades y contactos lo habían situado en el entorno de Francisco Correa, Alejandro Agag y otros jóvenes buscavidas que vieron negocio en aquellas mayorías absolutas del PP en todas partes. Y de repente, el Bigotes se vio iluminando los mítines del mismísimo José María Aznar... Y de invitado a la boda de su hija Ana, en el mismo álbum de fotos que Tony Blair y Silvio Berlusconi. Estaba en todas las salsas.

Cuando el sumario Gürtel escribía sus primeros tomos allá por 2009, el cabecilla de la red, Francisco Correa, explicó que fue la primera dama de entonces, Ana Botella, a través de su yerno Alejandro Agag, quien aupó a este personaje dicharachero y simpático al equipo de campaña del presidente. “Álvaro es el sobrino de Pajares. Y entonces me dijo Alejandro, 'ponle para que lleve los actos del presidente', y yo le dije, '¿pero tú estás loco?, uno que viene del mundo de Pajares'... Bueno, pues lo pusimos y Ana Botella se enamoró de él, en el buen sentido, le encantó, y empezó a trabajar con él y tuvo un éxito tremendo”.

Ahora se sienta en las filas de atrás del banquillo de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares (Madrid). También está pendiente de otro juicio en Valencia por el llamado caso Fitur sobre el amaño de otro contrato para colocar una caseta del Ayuntamiento de Jérez en la feria madrileña. Hasta que le tocó declarar el pasado viernes 28, acusado de un delito de cohecho que le podría llevar cinco años a la cárcel según la petición de la Fiscalía, trasteó con el móvil, más o menos ajeno a los trámites. Solo cuando testificaron sus antiguos amigos y socios, Correa y su lugarteniente en la trama, Pablo Crespo, se revolvió en el asiento. Ambos le trataron durante los interrogatorios con condescencia. Correa se refiere a él como “Alvarito”. Crespo directamente contó que Pérez era capaz de “arruinar una mina de oro”.

Para explicar un apunte de 600 euros en la contabilidad que no cuadraba, Correa contó al juez: “Sería una comida, estos estaban siempre yendo a La Trainera [un restaurante de lujo de Madrid] a comer ángulas”.

De todo el bestiario que ha pasado estos días por la Audiencia Nacional, el Bigotes es tal vez el personaje más pintoresco. Saltó a la fama de la corrupción nacional cuando se publicaron los pinchazos telefónicos de la policía deseándole felices navidades al presidente valenciano de entonces, Francisco Camps, “su amiguito del alma”, que le exigía “lealtad toda la vida”.

En el juicio de Gürtel I, comparece como responsable de Special Events, otra firma que facturó a distintas administraciones del PP. Ha abandonado el bigote que dio nombre a su alias, para dejarse barba, pero no su desparpajo. Cuando llegó su turno dio permiso al juez para cortarlo si se extralimitaba. Lo hizo a su manera: “Le pido por favor que si usted ve, presidente, que mi vehemencia me lleva al desastre, me avisa, porque hay que contenerme, hay que sujetarme en corto. Si se me escapara algún taco también se lo pido, por favor, no me lo permita. Pero soy defensor del taco como Camilo José Cela, y de ir sin calcetines”.

Luego ratificó desde el banquillo y a preguntas solo de su abogado, la tesis de Crespo y Correa de que en su trabajo era “el mejor” porque logró cambiar la escenografía del PP de Aznar. Y que introdujo novedades que aún perviven en las campañas, como el público sentado con las banderitas aplaudiendo por detrás del candidato. El bigotes lo explicó así: “Recuerdo que en alguna ocasión se dijo que Aznar se había hecho un lifting. Pero no era un lifting, era que le iluminábamos de otra manera (…). Yo recuerdo que tenía la ceja poblada y el ojo muy hundido y, como tenía un gesto así, tenía cara de mala leche. Empecé a iluminarlo de otra manera y salía muy fresco, y tuvo tanto éxito que empezaron a copiarnos los demás partidos”.

El hombre que iluminó a Aznar en aquellos mítines multitudinarios, que en su propia boda llegó a agradecer a Correa haberlo rescatado para las campañas del PP y a Camps su invitación a hacer negocios en Valencia hoy reniega del partido y de la política. Lamenta haberse perdido los primeros años de la vida de su hijo por trabajar “de lunes a lunes para el PP”. De aquellos años dorados, según contó en el juicio, queda sin embargo algún buen recuerdo: “Mi dinámica y mi forma de ser ha hecho que en toda mi vida no haya nadie que haya tenido relación profesional conmigo que hable mal de mí”.

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