Fue Felipe González el que acuñó el término 'jarrón chino' para referirse a la situación en la que quedan los expresidentes del Gobierno en los partidos tras abandonar sus responsabilidades. “Somos como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. No se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando”, suele repetir el exdirigente socialista.
José María Aznar, presidente español entre 1996 y 2004, y Nicolás Sarkozy, presidente de la República Francesa de 2007 a 2012, ejercían este martes con orgullo en Pozuelo de Alarcón (Madrid) de jarrones chinos, un papel que encarnan a la perfección. Los dos han demostrado de sobra no tener pelos en la lengua incluso cuando se trata de criticar a los suyos.
Aznar fue durante lustros el personaje más incómodo para su partido, el PP, cuando lo dirigía Mariano Rajoy, al que el propio expresidente eligió a dedo y del que después se desmarcó por considerarlo demasiado endeble. Tras su salida del Elíseo, Sarkozy mantuvo duros enfrentamientos con miembros de su formación, la UMP, llegando a forzar la refundación de la misma en 2015 con otro nombre, Los Republicanos, que pasó de ocupar el Gobierno y tener mayoría absoluta en el Senado a quedarse relegada a una fuerza minoritaria en la Asamblea Nacional.
Los dos expresidentes protagonizaban este martes una sesión magistral sobre el futuro de Europa en la católica Universidad Francisco de Vitoria ante varios cientos de alumnos entregados, que aplaudían la acérrima defensa de los “valores occidentales” realizada por los dos exdirigentes frente al pluralismo y la multiculturalidad de las sociedades europeas.
“Poderes neototalitarios”
En su realidad, la de dos “líderes” de una época pasada que, como confesaba Aznar, viven con preocupación “en estos tiempos de bajo liderazgo o de liderazgos inexistentes”, la verdadera crisis que vive Europa es de valores. “Treinta años después de la caída del Muro de Berlín el orden liberal está siendo desafiado por poderes neototalitarios. Las democracias liberales viven su momento más angustioso”, aseguraba el expresidente español.
Los dos apuntaban hacia los inmigrantes. A ellos, Sarkozy les recordaba que en Europa “tenemos raíces judeo cristianas”. La integración y la aceptación de quienes vengan de fuera, añadía el expresidente francés, tiene que ver con el respeto a las “costumbres occidentales”, si bien no especificaba a qué se refería exactamente. “Quienes quieran compartir nuestro estilo de vida lo pueden compartir, pero tienen que entender que ese es nuestro estilo de vida”, añadía.
Mirando también hacia el extranjero, Aznar completaba la teoría de su excolega considerando que en Europa “hay un problema de seguridad porque nuestras fronteras están siendo enormemente presionadas”. En su opinión, “los espacios y los países tienen una capacidad limitada de acogida sin romperse”. Ocurra lo que ocurra, “el mantenimiento de los valores occidentales es esencial si no queremos que las sociedades se quiebren”.
Para el expresidente español el verdadero peligro es la mezcla de culturas que se pueda producir en los países europeos si la inmigración va a más, porque “las sociedades multiculturales rompen la escala de valores de los países occidentales. Generan más radicalismos y populismos, de derecha y de izquierda”.
“Creer en la diferencia”
Los dos, Aznar y Sarkozy, defienden un concepto de “justicia” por encima de cualquier valor, incluso de la igualdad. “Creo en lo que es justo y, por lo tanto, no creo en lo que es igualitario. Creo en la diferencia. Hay que creer en la diferencia. Cuando no había salarios mínimos comprendo que se diera una reivindicación igualitaria, pero ahora hay que dejar de prometer una igualdad que jamás existirá porque hay gente alta, baja, gorda y delgada”, reflexionaba el expresidente francés con semblante serio mientras el español asentía con un gesto que le daba la misma gravedad.
Son amigos, pese a que asumen que tienen personalidades propias que en numerosas ocasiones han causado problemas a sus respectivos partidos. “A Aznar lo admiro. Es un amigo y tiene un carácter tan fácil como el mío. Por eso nos llevamos bien”, ironizaba el exinquilino del Elíseo al principio de la charla. “Sarkozy es un gran amigo de España, lo ha demostrado con los hechos. Le echamos de menos”, le respondía el exmandatario español.
Ambos tienen a Catalunya en el punto de mira. “No puede ser que triunfe el egoísmo”, afirmaba Sarkozy poniéndose en el escenario de una hipotética independencia catalana. “Después serán los flamencos y luego las tres regiones de Italia del norte. No puedo aceptar la división de España, de Europa, ni que esa división suponga un riesgo para la civilización europea que hemos heredado de nuestros padres y tenemos que dejar a nuestros hijos”, remachaba.
“Si después del Brexit se independiza Catalunya, ese no será un problema exclusivamente español, sino de todo el continente europeo. El problema catalán es un problema para cada país de Europa que podría verse enfrentado a las mismas pulsiones secesionistas. Tendría un efecto dominó. Nuestros países han tardado siglos en construirse, si empezamos a deconstruir lo que ha construido la historia acabaremos mal”, añadía el expresidente francés, para concluir: “El inmovilismo de las democracias favorece todas las tentativas secesionistas”.
El peligro del “chavismo”
Aznar dejaba claro que mientras se mantenga el desafío independentista él hará que se oiga su “voz”. “Me encuentro en una situación de máxima preocupación respecto a este asunto. Yo no estoy dispuesto a aceptar una posibilidad de que la nación española se rompa”, advertía.
A renglón seguido, cargaba contra el PSOE y se situaba frente a las negociaciones iniciadas por Pedro Sánchez para formar un Ejecutivo progresista. “Si construimos un Gobierno basado en una coalición radical de izquierdas en la que por primera vez desde la Guerra Civil entren los comunistas, que son chavistas, y, además de eso, el Gabinete está garantizado por el secesionismo y el independentismo estamos en una situación de máximo riesgo y preocupación”, sostenía Aznar. “Expreso mi angustia así como mi determinación de que mi voz se oiga”, recalcaba.
Ambos expresidentes comparten otra pasión además de la política: el fútbol. A última hora de la tarde del martes, tenían previsto ver juntos el partido entre el Real Madrid y el Paris Saint-Germain. El deporte separaba –cada uno fue con su respectivo equipo de su país– a dos jarrones chinos que este martes trataron de marcar agenda unidos, alejados ya del poder que acumularon durante años pasados.