Café largo
Esta semana en que ha fracasado el acuerdo entre PP, Ciudadanos y Vox es cuando más exitosa ha resultado esa alianza, porque aunque hayan roto en Murcia al final -no es el final, más bien empiezan a hablar en serio- han normalizado su relación.
Albert Rivera, que ya había compartido foto y había puesto su logotipo junto al de Vox en los papeles, se sienta en la misma mesa que la extrema derecha, con la que su partido conversó cinco horas a la vista de todo el mundo. Cariño, esto no es lo que parece, salieron diciendo: “Hemos quedado para tomar café”. Rivera toma café con quien siempre negó que negociaría después de que ese mismo partido le llamara acojonado y lameculos, pero se niega por dignidad a entrevistarse con el candidato a la investidura que designó el rey.
Esta semana en que ha fracasado el acuerdo en Murcia y se ha encallado la situación en Madrid, es el momento en que los tres partidos de la derecha han dado el paso definitivo. Quizá recuerden el principio, que fue Andalucía, donde Vox se presentó a las negociaciones con un listado de propuestas retrógradas e inasumibles y el PP tuvo que afrontar las críticas no ya por admitir sus excesos -es verdad que muchos fueron eliminados-, sino por compartir mesa con quien proponía aquello y dar por naturales los planteamientos de la derecha extrema. Así colaron los primeros goles: se mantendrían -de momento- las leyes por la igualdad, pero se rememoraría a Cristobal Colón. Pequeñas cosas, antes de que vinieran las demás.
Esta semana los titulares se interesaban por el resultado de las negociaciones en Murcia y en Madrid, porque la noticia estaba en si prosperaban las investiduras para las que aún hay tiempo, pero lo sustancial eran las negociaciones mismas por el hecho de que el PP y Ciudadanos, pese a renegar de ello incluso en el momento en que lo hacían, se disponían a entenderse con quienes planteaban la deportación de inmigrantes y la supresión de las leyes LGTBi. A entenderse y a cederles algo, que en eso consiste cualquier negociación.
Vox aprendió en Andalucía que no podía vender baratos sus apoyos y en Madrid entendió que por pocos escaños que tuviera debía volverlos relevantes. Y eso hace, poner el reloj en sus manos y encarecer el precio de sus votos. No se trata sólo del poder; se trata de la influencia y de la capacidad de marcar el paso a los demás. La hegemonía, en fin, que es el objetivo general. Por lo pronto, el partido de Santiago Abascal ha logrado que PP y Ciudadanos le den el tratamiento de socio mientras se permitía, de paso, humillar a Albert Rivera con un tuit que no ha borrado.
Esta semana, entonces, el PP ha negociado con Vox y luego le ha vuelto a llamar extrema derecha, “extrema derechita cobarde”, según Teodoro García Egea, hacedor de frases así. Lo dijo por la rabia del fracaso, pero lo singular es que, por lo que sea, el PP ha llamado de nuevo a Vox por su nombre, que es algo que Rivera no se atreve a hacer con quienes le insultan. Podría deberse a una complicación con el léxico, habida cuenta de que a una negociación la llama tomar café.
Esta semana, en fin, el candidato del PP en Murcia, López Miras, describió como razonables y constitucionales las propuestas de esa misma extrema derechita cobarde a la que parecía que mendigaba el voto. Esta semana, Rocío Monasterio tensaba la cuerda en Madrid, harta de que les traten “como apestados”, mientras Isabel Díaz Ayuso, consciente de que puede perder la posibilidad de gobernar, pedía a Ciudadanos que dejara de fingir, que todos saben lo que hay y que resulta evidente que sí, es lo que parece. “Ciudadanos y Vox están negociando en Madrid todos los días”. Eso dijo, ella que lo sabe.