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Camps, Ana Mato, Soria... Rajoy no echa a nadie, los deja caer

La secuencia se ha repetido mil veces durante los sucesivos escándalos que han sacudido al PP en los tribunales y fuera de ellos. Ante los primeros titulares del caso la organización cierra filas y hace un apoyo explícito del dirigente afectado, que puede conllevar o no ovación pública. Francisco Camps, Esperanza Aguirre, Ignacio González o Ana Mato podrían relatar aquellos aplausos en primera persona. Es la fase negación.

Pero a medida que trascienden los detalles incómodos de la historia empieza a extenderse un espeso silencio entre la clase dirigente. Se entra en la era de las dudas. Hasta que un día alguien rompe el velo, pide explicaciones públicas y otros portavoces van detrás. En este tercer estadio se encuentra la presidenta madrileña. Nada que no hayan conocido antes algunos de los dimisionarios más célebres.

El ministro de Justicia Rafael Catalá invitó este viernes a la presidenta madrileña a “tomar las decisiones que correspondan”. El portavoz parlamentario en el Congreso, Rafael Hernando se jactó “de tener un máster como dios manda”. Y uno de los viceportavoces, Pablo Casado, lleva desde el lunes remarcando la diferencia entre sus famosos posgrados y el máster de la líder del PP en Madrid. “Yo trataba a los profesores de usted y hacía cola en la ventanilla”, llegó a decir en su ronda de entrevistas de esta última semana.

La carrera política de Cifuentes -una de las dirigentes que llegó a colarse en las quinielas de la sucesión de Mariano Rajoy- ha quedado triturada en 21 días. Por las irregularidades de su máster, sí, pero sobre todo por el modo de gestionar el caso. La presidencia de Madrid está en el alambre y no lo oculta ya ni su propio portavoz parlamentario, Enrique Osorio, quien este viernes por la mañana admitió que la dimisión es una salida más que no puede descartarse. Luego convocó a los medios para desdecirse a su manera. Alegó que la prensa lo interpretó mal, que él se refería a la moción de censura registrada por el PSOE.

Ahí es Ciudadanos quien tiene la llave y esta semana sus portavoces empezando por el propio líder del partido, Albert Rivera, llevó muy lejos su amenaza. Dio a entender que si no dimite Cifuentes y fuerza un relevo a la murciana -la sustitución del presidente por otra persona de su grupo parlamentario sin problemas de corrupción- entregarían el poder a Ángel Gabilondo en una sesión parlamentaria para la que todavía no hay fecha pero que legalmente no puede posponerse más allá del 7 de mayo. 

La penúltima palabra, antes de llegar a ese escenario la tiene Mariano Rajoy, a quien  pocos en el partido saben interpretar. Su número tres, Fernando Martínez Maíllo, lleva unos días haciendo ese tipo de declaraciones que sirven para que el dirigente señalado sepa que ha llegado su hora. Y mientras el entorno de Cifuentes se esfuerza en difundir que el presidente Rajoy la llama cada día para interesarse por su estado. Que se muestra cariñoso y le deja ver su apoyo. Que incluso ha sacado tiempo de su agenda internacional para telefonearle desde Argelia y Argentina, los dos últimos países que han visitado.

Pero en el PP saben mejor que nadie que el cementerio político está lleno de dirigentes que antes recibieron mensajes de aliento del presidente. El más clamoroso en forma de SMS le llegó al extesorero Luis Bárcenas, después de que se conociese que tenía cuentas en Suiza: “Luís, sé fuerte”. A Bárcenas, mucho después de que arreciasen los primeros titulares en contra, se le había mantenido durante meses el coche, el despacho y la secretaria, todo pagado por el partido. La cosa -no hace falta entrar en detalles- acabó como acabó.

Durante sus horas más imposibles en las que ni puede gobernar ni presentar actos públicos porque todo lo inunda el máster, la presidenta madrileña ha tensado la cuerda todo lo posible. Ha ido mucho más allá de comunicar a los cuadros del PP que no se va, ha advertido que ya solo responde ante Mariano Rajoy, como si los mensajes que le envía el número 3 del partido y algunos ministros fuesen opiniones personales.

Este viernes el presidente durante una rueda de prensa conjunta con el primer ministro de Dinamarca, Lars Løkke Rasmussen, la respaldó, a su manera, y aprovechó de paso para atacar a Ciudadanos: “No existe ninguna razón para romper un acuerdo que se está cumpliendo y que además es bueno para los ciudadanos de Madrid. No entiendo la posición de Ciudadanos en esta materia. Yo creo que la presidenta de la Comunidad de Madrid ha dado explicaciones ante los medios y ante el Parlamento Regional. La Universidad está tomando medidas para aclarar  los errores que se hayan producido y averiguar hasta donde llegan las responsabilidades”.

Nadie en el partido cree que el caso está cerrado y el mensaje del presidente se interpreta como una forma de meter presión a Ciudadanos, de hacerle ver el coste electoral de votar junto a PSOE y Ciudadanos nada menos que el derrocamiento de la presidenta de Madrid. La incógnita es saber quién va a frenar primero. Y han sido muchas las voces en el PP que han reconocido estos días que el partido no puede permitirse perder el Gobierno de Madrid, una institución que maneja cerca de 20.000 millones de presupuesto anual y emplea a más de dos centenares de asesores y cargos de confianza. Y mucho menos en año preelectoral.

Mientras tanto, todo lo que rodea al famoso máster está en ruinas. La propia Universidad Rey Juan Carlos con su credibilidad bajo mínimos; el director del grado, Enrique Álvarez Conde, suspendido de sus funciones; las profesoras del tribunal que no lo fue, investigadas por la Justicia y alguna de ellas de baja médica por la tensión acumulada. 

En público ya nadie pone la mano en el fuego por Cifuentes. Los dirigentes que salieron en su defensa en las primeras horas después de que el 21 de marzo eldiario.es desvelase la falsificación de las notas están perplejos y ya no quieren chamuscarse. 

En privado hay un lamento general sobre lo mucho que está durando el episodio Cifuentes y aunque hacia fuera se culpa a los medios de comunicación y las televisiones, puertas adentro hay dirigentes que se preguntan por qué no se ha puesto fin a esta polémica desde el principio con una renuncia que ven inevitable. 

Está el antecedente de la exministra de Sanidad Ana Mato. Aguantó el chaparrón del Jaguar que había aparecido en su garaje, los cumpleaños con payasos que pagaba la Gürtel. Rajoy se mojó hasta donde pudo hacerlo. Pero el día en que el tribunal señaló a Mato como beneficiaria a título lucrativo de la trama corrupta, la dejó caer, pese a que su partido, el PP, estaba en la misma situación. Horas antes de presentar la renuncia Mato y Rajoy se vieron y el presidente le hizo ver que ya no podía sostenerla en el cargo. Presentó su dimisión poco después de ese encuentro en La Moncloa. 

El president valenciano Francisco Camps, al que el líder del PP le dedicaba desenfadados elogios en aquellos mítines multitudinarios de la plaza de toros también vivió esas tres etapas tras verse implicado en sucesivos escándalos de corrupción, incluido el episodio de los trajes, del que al final salió absuelto: negación, duda y cordón sanitario .

El penúltimo que ha pasado por ese vía crucis interno fue el exministro José Manuel Soria a raíz de la investigación de Los Papeles de Panamá por su vínculos con sociedades en paraísos fiscales y sus explicaciones cambiantes. 

El expresidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, fue otro de los que intentó aferrarse al sillón pese a estar acorralado en los tribunales con una doble imputación en tramas de corrupción, una de ellas heredada de su anterior puesto de alcalde. El partido lo apoyó en días muy complicados hasta que Rajoy vio en riesgo el Gobierno de la Comunidad donde el PSOE también había planteado una moción de censura. En el último minuto desde los despachos de Génova 13 se le mandó la señal. Pedro Antonio Sánchez acabó echándose a un lado y Ciudadanos pudo presumir de cobrarse la pieza. 

En el partido son legión quienes sostienen que la historia puede repetirse en Madrid porque nadie quiere arriesgarse a perder el Gobierno regional. Y aún en el caso de que Ciudadanos acabe echándose atrás, opte por abstenerse en la moción de censura del PSOE y decida prolongar la agonía de la presidenta de Madrid hasta las autonómicas de 2019, Cifuentes tiene fresco el ejemplo de antecesor, Ignacio González, a quien Rajoy descabalgó en el último minuto de la carrera electoral para elegirla a ella. La imagen de González entonces, como la de Cifuentes ahora, estaba achicharrada.