“En aquel momento se elegía entre democracia y dictadura, y la democracia no la trajo ni Fraga, ni Suárez ni Carrillo, la trajo la gente que luchó en las calles contra la dictadura. Hoy elegimos otra cosa: un nuevo modelo social”. Esta frase la pronunció el coordinador de IU, Alberto Garzón, el pasado marzo, en la investidura fallida de Pedro Sánchez. Se dirigía a Albert Rivera, a quien espetó: “No use nuestra historia para justificar sus acuerdos”.
Cuando llegó el momento de redactar la Constitución del 78, el peso del PCE –19 escaños en manos de la dirección del exilio, Santiago Carrillo– era equivalente al de los posfranquistas de Manuel Fraga (16 escaños). El búnker y el mayor referente del antifranquismo estaban empatados. El pacto fundamental se produjo entre el reformismo de la UCD y el del PSOE, al que se sumaron tanto Fraga como Carrillo, con renuncia a la república incluida.
Aquel fue el contexto en el que se cimentó el régimen del 78, con el miedo a la violencia pero también con el afán de la reconciliación, que ha producido paradojas como que el Valle de los Caídos, un monumento a un dictador, sobreviva 38 años después, y que decenas de miles de personas sigan en cunetas y fosas comunes.
La figura de Santiago Carrillo volvió a utilizarse tras el pacto entre Podemos e IU para concurrir juntos el 26J como Unidos Podemos. Esta vez, no fue el presidente de Ciudadanos, sino los dirigentes del PSOE, como la presidenta andaluza, Susana Díaz.
En octubre, durante la investidura de Mariano Rajoy, el nombre de Carrillo volvió a ser protagonista, esta vez de un rifirrafe entre el PSOE y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en el que terció Garzón.
¿Qué había dicho Iglesias de Carrillo?: “Quizá no le quedó más remedio que decir sí a todo. No somos una izquierda de su orden. A Carrillo le perdonaron todo, hasta que se reuniera con Stalin; a nosotros no nos perdonan que les digamos lo que son”.
Pero, ¿qué ocurre para que Santiago Carrillo y el carrillismo estén de actualidad en 2017? Tiene que ver con el papel que han de desempeñar Podemos, IU y las confluencias: más o menos pactistas, más o menos pragmáticos, más o menos reformistas, más o menos rupturistas, y que se demostró en su rechazo al pacto entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, así como en su apuesta por un proceso constituyente.
“Para algunos observadores”, escribía Garzón en eldiario.es, “puede ser llamativo que en los últimos meses Susana Díaz haya recuperado la figura de Carrillo. Lo hizo durante la campaña electoral y lo hace a menudo. En realidad elogia a Carrillo porque éste también fue de orden, es decir, defensor del régimen –aunque por motivos bien distintos. Susana no da puntada sin hilo y trata de seducir, subida de nuevo en el escenario, a los neocarrillistas que, conscientemente o no, no apuestan o incluso rechazan la ruptura democrática”.
Un debate que también atraviesa a Podemos, y que a menudo se simplifica en la dictomomía calle/institución; radicalidad/amabilidad; Pablo Iglesias Vs Íñigo Errejón.
En ese imaginario, “la izquierda de orden”, que mencionaba Iglesias en la tribuna del Congreso y que describía Garzón en eldiario.es, venía a ser representada por aquella izquierda más proclive a la gobernabilidad que viene a apuntalar el actual estado de las cosas. Y es esa actitud pactista la que recibe el apelativo de carrillista. Una actitud que este lunes Garzón ha calificado como “izquierda domesticada”, en respuesta a las críticas vertidas en los últimos días contra su estrategia de impugnar la Transición y que tuvo su máximo exponente en un artículo de Javier Cercas en El País el día de Año Nuevo y que defendía el papel del PCE en aquellos años.
El excoordinador de IU Gaspar Llamazares ha replicado a Garzón en Twitter:
Posibilismo, domesticación, orden, reforma, izquierda de régimen, carrillismo. O ruptura, impugnación, proceso constituyente ante una arquitectura política que 40 años después ya no sirve. Esas son dos de las principales tensiones que atraviesan a Podemos e IU. Mientras IU lo ha resuelto en su Asamblea de junio pasado dominada por las tesis de Garzón, Podemos deberá afrontarlo en las próximas semanas en su Vistalegre 2.