Cifuentes intenta liquidar el legado político de Aguirre en cuatro días
Los enemigos de Esperanza Aguirre se han cansado de verla resucitar. Sus 34 años de militancia política, 28 en cargos institucionales, han labrado una leyenda de dirigente indestructible que sobrevive a accidentes de helicóptero, graves enfermedades e incluso a una derrota electoral gracias a dos de los tránsfugas más célebres de la historia reciente de España: los exsocialistas Tamayo y Sáez. Su epílogo acompaña ese relato: no hay demasiados antecedentes de políticos en el mundo que para abandonar su carrera tengan que dimitir tres veces.
Así que su sucesora, Cristina Cifuentes, presidenta del PP de Madrid y también de la Comunidad, se ha apresurado esta semana a dinamitar las ruinas de su legado político. Apenas unos minutos después de que Aguirre anunciase su última renuncia el pasado lunes, ahogada por la corrupción que había encarcelado a sus dos dirigentes preferidos a quienes entregó la secretaría general del partido y las vicepresidencias de su Gobierno, Francisco Granados e Ignacio González, el PP de Madrid, su partido de siempre, mandó a la prensa una despedida envenenada.
En la segunda línea del comunicado tras agradecer y mostrar respeto por la marcha de Aguirre, la nota insistía en que el nuevo PP manifestaba su acuerdo con “las razones expuestas para dejar el cargo, especialmente en lo que se refiere a que debía haber vigilado con mayor eficacia los posibles casos de corrupción, lo que ha causado daño a las instituciones y al propio partido”.
La redacción de ese texto remitido a los medios por el equipo de Cifuentes no guardaba duelo y abundaba en que la nueva etapa abierta en el partido “está marcada por una política beligerante con la corrupción que es irrenunciable, y está basada en la más absoluta transparencia, y tolerancia cero frente a cualquier posible indicio de la misma”.
El último párrafo también tenía recado para la líder caída: “El Partido Popular de la Comunidad de Madrid seguirá trabajando para restablecer la confianza de los ciudadanos” y “por ofrecerles un proyecto político atractivo, transparente y moderno”.
Eso fue el lunes, cuando ni se habían apagado las luces de la sala del Ayuntamiento donde Aguirre quiso escenificar el último de sus finales.
El jueves, en la reunión de la dirección del PP madrileño abundaban las caras de funeral. Allí el discurso de Cifuentes, abierto a los medios, volvió a evidenciar que Aguirre era ya un personaje del pasado. Con un tono más tibio que el de la nota de despedida y algunos elogios de trámite, la presidenta regional aludió a los nuevos tiempos, a los controles contra la corrupción, pidió ser muy estrictos con el dinero que entra y el dinero que sale, y justificó la personación de su Gobierno regional en el caso Lezo, que mantiene en prisión a su antecesor, Ignacio González, “para defender los intereses patrimoniales de los madrileños”.
Cifuentes aprovechó su intervención para enterrar el liberalismo teórico que su antecesora gustaba de exhibir en sus proclamas mientras practicó el intervencionismo en todas las instituciones que le interesaron desde Telemadrid al Canal de Isabel II. “El rumbo ideológico del partido en Madrid, de acuerdo a las pautas del Partido Popular nacional nos define como lo que somos: un partido de centro reformista. Se acabaron las discusiones ideológicas. Nuestro problema no es eso”, clamó Cifuentes a los suyos en un ambiente gélido.
A continuación, la presidenta del partido lanzó un alegato para que el grupo municipal decidiese “en libertad” quién sería la nueva cara del PP en el Ayuntamiento “para liderar la alternativa, que no la oposición” a la alcaldesa, Manuela Carmena. La votación estaba fijada para el viernes y el abogado del Estado José Luis Martínez Almeida se impuso por 10 votos a ocho en el grupo municipal al escudero más fiel de Aguirre, Íñigo Henríquez de Luna. La votación de los concejales registró dos abstenciones.
Entre los dos candidatos aguirristas ganó el menos aguirrista de todos. El epílogo a la carrera de la lideresa que quiso disputar el liderazgo del PP a Mariano Rajoy lo quiso escribir Cifuentes en cuatro días y medio.