Los chalecos amarillos han acorralado a Macron lo mismo que el Brexit a Theresa May, Salvini y Di Maio han capitulado con el déficit y Merkel ya conoce a su sustituta al frente de la CDU. Donde antes se lideraba ahora se sobrevive, que es la profesión de Pedro Sánchez. El presidente anda por su tercera vida a pesar de que todo lo tenga en contra, empezando por la minoría parlamentaria. Luego está el desplome en Andalucía, Vox, la oposición, el giro esloveno de Torra y la contestación creciente dentro del PSOE que se ocupa de aventar la pareja Page-Lambán.
Entre los resultados andaluces y lo que pueda darse en Catalunya, el mandato de Sánchez alcanza su momento agónico y los días que vendrán –en especial el viernes, cuando lleve a Barcelona el Consejo de Ministros– determinarán si la legislatura aguanta o acaba y si lo que acaba es la legislatura o una etapa que llamaron de la nueva política. España puede volver a cambiar de escenario.
Pedro Sánchez llegó al poder por el producto de una suma de debilidades. Todo era frágil y, en cambio, nunca lo pareció tanto como ahora. El PSOE se prepara para perder el gobierno de Sevilla y PP y Ciudadanos ensayarán allí lo que pretenden llevar a toda España: la alianza que patrocina José María Aznar y que incluye sin reparos a la extrema derecha.
Cuanto más reniega Albert Rivera de las negociaciones con Vox más aprovecha Vox para recordarle a Rivera que habrá de pasar por su aro. Cuanto más acusa Rivera a Sánchez de venderse al independentismo, más foco reclama el partido de Santiago Abascal, al que le bastaba al principio con desalojar al PSOE de San Telmo y ya piensa en poner condiciones concretas. Nada es gratis. Sánchez tratará de explotar esa baza y el miércoles, durante el debate en el Congreso, se la vino a anunciar a Rivera: yo he frenado a los soberanistas –alegó él–, ¿frenarás tú a la extrema derecha?
Pablo Casado y Albert Rivera exigen a Sánchez que disuelva y convoque de inmediato y en su propio partido muchos se lo aconsejan también. En su propio partido, el desplome andaluz ha despertado a las baronías silentes, que tienen elecciones en unos meses y echan a Sánchez la culpa de lo que les pueda ocurrir. Aires de superdomingo, para que el balance de daños fuera repartido si se confirmara un mal resultado de los socialistas. Al socio catalán, por si faltaba algo, le ha dado por mentar a Eslovenia y, aunque haya tratado de corregir, el efecto resultó demoledor.
Después de que Quim Torra tensionara, Elsa Artadi se ha empleado en la distensión, con eso y con el consejo de ministros del viernes próximo que, sin nadie a los mandos, puede convertirse en la prueba definitiva. “La prueba del algodón”, a decir de Josep Borrell. Lo será en muchos sentidos. Sánchez subió el tono frente a la Generalitat esta semana, pero era, de momento, sólo eso: el tono. Casado y Rivera aguardan.
Sin presupuestos, sin socios, sin certezas y discutido entre sus siglas, al presidente del Gobierno se le reducen mucho las opciones. Es el momento agónico y, sin embargo, el alambre se le puede alargar un poco. De la misma manera que la debilidad le llevó al mando, la necesidad puede hacer que se mantenga en él. Podemos llama casi dramáticamente a revivir la mayoría de la moción de censura que el propio Pablo Iglesias había dado por muerta. “Aún hay tiempo”, fue la frase de Joan Tardà en la tribuna en un mensaje parecido al de Carles Campuzano.
La alternativa de unas generales en las que irrumpa Vox y sume con PP y Ciudadanos se ha vuelto el único argumento sólido para Sánchez en medio de tanta fragilidad. Frente al “consorcio de las derechas” del que el presidente habló en su último corrillo en el Congreso, lo único que puede ofrecer por el momento es una especie de conjunción de la necesidad para la que requiere, al menos, de la capacidad elemental de que se mantenga el orden público en Catalunya. La prueba del algodón.