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Las cuatro mociones de censura de la democracia: una batalla política que no siempre se gana con votos

Felipe González, durante su intervención en el debate parlamentario sobre la moción de censura al Gobierno de Adolfo Suárez.

Marcos Pinheiro

20 de octubre de 2020 22:25 h

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“Una moción de censura es un impulso para la clarificación, para que cada partido, para que cada hombre y cada mujer tomen posición sobre lo que ocurre políticamente en nuestro país” dijo Alfonso Guerra cuando el PSOE defendió la primera de la democracia contra Adolfo Suárez en 1980. Antonio Hernández Mancha la registró para darse a conocer como candidato cuando no tenía ni escaño en el Congreso e intentaba afianzarse como líder de Alianza Popular en 1987. Treinta años más tarde, Podemos definió así la suya contra Mariano Rajoy: “Es un mecanismo parlamentario que permite la visibilización de una oposición y una alternativa de país”.

La cuarta, en 2018, tumbó por primera vez a un Gobierno. Una semana después de la condena de Gürtel, caía el gabinete de Mariano Rajoy, después de que le hubiesen abandonado sus socios de PNV en una moción de censura negociada en unas horas.

El Congreso de los Diputados debate este miércoles -y vota el jueves- la quinta moción de censura de la democracia, un instrumento recogido en la Constitución para retirar la confianza del Parlamento al presidente del Gobierno y forzar su dimisión. Tres de las cuatro que se han celebrado en los últimos cuarenta años han tenido un objetivo distinto.

Vox plantea la suya sin opción alguna de ganar, pero con el objetivo de disputar al PP el liderazgo de la oposición a Pedro Sánchez. La del PSOE de 1980 buscaba situar a los socialistas como una alternativa fiable al Gobierno de Adolfo Suárez y lo consiguieron incluso perdiendo la votación: dos años después arrasaron en las elecciones.

La de 1987 también fue un instrumento de propaganda sin consecuencias para el Gobierno. El candidato de AP, Hernández Mancha, necesitaba publicitarse, aunque en su caso la estrategia resultó fallida. La vuelta de Pedro Sánchez al liderazgo del PSOE empujó en parte la que impulsó Pablo Iglesias en 2017, en medio de una pugna por quién se alzaba con la hegemonía en la izquierda.

La primera moción: ni triunfo de Suárez ni derrota de González

Solo dos años después de que se aprobase la Constitución, que recogía el mecanismo de la moción de censura en su articulo 113, el PSOE tiró de este precepto contra el Gobierno de Adolfo Suárez. Los de Felipe González lo hicieron cuando apenas se había cumplido un año desde las elecciones de 1979.

España afrontaba entonces una crisis económica contra la que el Gobierno de Suárez intentaba combatir con el plan diseñado por Fernando Abril Martorell. En pleno debate sobre el estado de la Nación en 1980, dominado por la grave crisis del paro, el PSOE anunció que presentaba una moción contra Suárez que inmediatamente sumó el apoyo del Partido Comunista. El problema para los socialistas es que era su único apoyo.

El debate se celebró entre los días 28 y 30 de mayo y contó con una particularidad inédita en la época: fue retransmitido íntegramente por RTVE. Alfonso Guerra, el encargado de exponer las razones de la moción, dedicó parte de su discurso a detallar un mecanismo al que el Congreso se enfrentaba por primera vez.

Suárez estuvo arropado por buena parte de sus ministros, que tomaron la palabra durante el debate para responder a algunos portavoces del resto de partidos. Por ejemplo, el propio Abril Martorell, interpelado constantemente por la oposición, o los titulares de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún; Administración Territorial, José Pedro Pérez Llorca; o Comercio y Turismo, Luis Gamir, intervinieron en aquella sesión.

Tan es así que Suárez tuvo que justificar, ante las criticas de algunos parlamentarios, que sus compañeros de gabinete asumieran réplicas que le correspondían a él. “Se ha demostrado bien a las claras que no hay otra alternativa, ni mejor, ni peor, simplemente que no la hay. Que de esta Cámara, hoy por hoy, no puede emerger un Gobierno, salvo el que tenga el apoyo fundamental con el que cuenta Unión de Centro Democrático”, dijo en una de sus breves intervenciones.

La oposición desplegó a portavoces ilustres, con un Santiago Carrillo muy duro contra Suárez: “Este Gobierno ha fracasado al dar la impresión de que aquí han cambiado algunas cosas formales, para que de esa forma no cambiara nada”. También Manuel Fraga, al frente de un pequeño grupo de nueve diputados, y al que algunas crónicas de la época situaron como uno de los ganadores del debate.

En la votación, Suárez obtuvo una victoria que no supo a tal. Solos sus diputados rechazaron la iniciativa del PSOE, y por el camino se quedaron 23 votos de otros grupos que un año antes habían servido para hacerle presidente, y que entonces acabaron en la abstención. González perdió, pero consiguió presentar la imagen de un PSOE moderado y con opciones de hacerse con el Gobierno en un debate que sentó ante la tele a medio país en un momento en que solo había un canal.

Poco después de la moción, en verano, Suárez sacó a Abril Martorell de su Gobierno, propuso una cuestión de confianza en septiembre que superó con holgura pero acabó dimitiendo, sin apoyos ni dentro ni fuera de su partido, en enero de 1981. El PSOE de Felipe González arrasó en las elecciones de 1982 con 202 diputados.

Una moción como acto de campaña fallido

La segunda moción de censura de la democracia tuvo una particularidad: su candidato no se sentaba en el Congreso de los Diputados. Antonio Hernández Mancha, presidente de Alianza Popular, presentó en marzo de 1987 una moción de censura contra Felipe González por “el deterioro general de la situación por la que atraviesa el país y la incapacidad del Gobierno para afrontarlo”.

En realidad, la iniciativa tenía otro objetivo. Hernández Mancha, elegido presidente de AP en febrero de 1987, no había podido ejercer de líder de la oposición en el debate del estado de la nación por no ser diputado, y necesitaba un golpe de efecto para darse a conocer y erigirse como el contrapeso de González. 

Era un movimiento arriesgado, porque la mayoría absoluta del PSOE anticipaba el fracaso de la moción y Hernández Mancha solo se jugaba su prestigio político en un debate con Felipe González y Alfonso Guerra, mucho más bregados en la batalla parlamentaria que el nuevo presidente de AP.

El debate empezó mal para el líder de la derecha al que el Congreso permitió defender su moción a pesar de no ser candidato. Hernández Mancha se llevó las críticas de los partidos porque acudió al pleno sin haber contactado con ellos para sondear posibles apoyos. Algunos portavoces ni siquiera se refirieron a él y centraron su intervención en criticar al Gobierno, en una suerte de reedición del debate del estado de la nación que había tenido lugar un mes antes.

Especialmente duro fue Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno, que habló abiertamente de los motivos de AP para presentar la moción: “Si de lo que se trata es de iniciar una campaña electoral, de popularizar a un líder, de obtener ventajas sobre el resto de los grupos de oposición, de aprovechar una serie de conflictos al margen de su contenido para deteriorar al Gobierno y quedar bien con los sectores implicados, lo que parecía inexplicable empieza a tener explicación”.

A pesar de la más que previsible derrota y de haber sido el blanco de todos los ataques, Hernández Mancha salió satisfecho del debate y dejó abierta la posibilidad de presentar una moción “en cada periodo de sesiones”. No tuvo opción. Su imagen había quedado muy dañada y el partido se sumió en una sucesión de luchas internas que acabaron por empujarlo a la dimisión dos años después. Fraga tomó entonces las riendas y en 1989 refundó AP para alumbrar el PP.

La moción de Podemos para presentarse como “alternativa de país”

Tuvieron que pasar tres décadas hasta la siguiente censura. El 27 de abril de 2017, Pablo Iglesias compareció acompañado de algunos de los principales dirigentes de Podemos para anunciar una moción contra Mariano Rajoy, que llevaba dos años gobernando en minoría. El ahora vicepresidente del Gobierno justificó la propuesta en que la corrupción del PP era ya inadmisible para el país.

Solo unos días antes de esa comparecencia, agentes de la Guardia Civil habían arrestado en su domicilio al expresidente de Madrid, Ignacio González. Su predecesora y madrina política, Esperanza Aguirre, valoró aquella detención en unas declaraciones a las puertas de la Audiencia Nacional, tras declarar como testigo en el juicio del caso Gürtel. El 18 de abril el tribunal había citado al presidente del Gobierno para que acudiese también como testigo un par de meses más tarde.

Pero el clima de goteo de noticias sobre corrupción no fue suficiente. La moción arrastró en un primer momento el único apoyo de Compromís y la disposición a negociar de los nacionalistas catalanes. El PSOE, en plena batalla por el liderazgo, se desmarcó ese mismo día y mostró su enfado por no haber sido informado de la iniciativa. “Cuando uno quiere un Gobierno en coalición lo que hace es trabajarlo antes, cuando quiere que una moción de censura prospere, la trabaja antes y no viene aquí a decir que pase lo que pase la va a presentar”, dijo el entonces portavoz parlamentario del PSOE, Antonio Hernando.

El mantra del PSOE durante las semanas siguiente fue que los números no daban, que no había posibilidad alguna de armar una mayoría alternativa a la que tenía el PP con apoyo de Ciudadanos. Podemos siguió intentando recabar el apoyo de los socialistas sin éxito.

Podemos registró la moción el 18 de mayo. Diez días más tarde se filtró un documento interno en el que el partido de Iglesias analizaba la situación política tras el triunfo de Pedro Sánchez en las primarias y lo que representaba la moción. El texto daba por hecho que se perdería pero celebraba que se hubiese situado en el centro del debate.

El documento mencionaba las mociones de González y Hernández Mancha: “Es muy importante insistir en la idea de que la moción de censura no es solo un mecanismo constructivo, es también un mecanismo parlamentario que permite llevar la visibilización de una oposición y una alternativa de país a la cámara. Tal y como ya hicieron en el pasado tanto PSOE (González) como PP (AP, Hernández Mancha)”. El texto pedía también incidir en “que el simple hecho de celebrar el debate ya es una victoria de la dignidad frente a la indignidad del Gobierno y que votar en contra de la moción es votar a favor del Gobierno (de la indignidad)”.

El 13 de junio comenzó el debate de la moción, que se votó un día más tarde. José Luis Ábalos reprochó a Iglesias ese documento y cuestionó que los motivos de Podemos fueran realmente desalojar al PP del poder. El debate, eso sí, se movió en un tono cordial entre los partidos que hoy forman el Gobierno: Iglesias ofreció trabajar ya en una nueva moción mientras Ábalos respondió que su plan inmediato era ir reprobando a ministros salpicados por escándalos. La iniciativa fracasó al sumar únicamente los únicos votos de Podemos, Compromís, Bildu y ERC.

La corrupción impulsa la primera moción exitosa

Un año después de esa moción fallida, el 24 de mayo de 2018, la Audiencia Nacional publicó la sentencia de la conocida como primera época de Gürtel, la pieza más importante del caso. Casi 1.700 páginas que describían un “auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional” fruto de la sinergia entre el PP y las empresas de Francisco Correa. El fallo constataba la existencia de la caja B, y aunque el Supremo ha limado ahora esas afirmaciones, también la da por probada.

Un día después, y tras algunas dudas, Pedro Sánchez anunció su moción de censura. Dijo que tras la sentencia de Gürtel el país se encontraba en una “crisis institucional de extrema gravedad” y pidió el voto a los “350 diputados”. Un día más tarde ya estaba registrada en el Congreso. Podemos anuncia su apoyo sin condiciones.

La entonces presidenta de la Cámara Baja, Ana Pastor, puso en marcha una estrategia que se demostró fallida: el 28 de mayo convocó el debate para el 31, el primer día legalmente posible, a fin de acortar los tiempos para que el PSOE no pudiera recabar apoyos. Si la anterior moción tardó semanas en convocarse, en esta apenas transcurrieron seis días.

Esa moción pasó de fallida a exitosa en muy poco tiempo. La falta de tiempo para negociar jugó a favor de Sánchez. El sector moderado del PdCAT presionó para echar a Rajoy sin entrar en una negociación con el líder del PSOE. En las horas previas, los socialistas se aseguraron el apoyo de Compromís y ERC sin tiempo para pactar contrapartidas. Si querían echar a Rajoy tienen que decidir su voto ya, las negociaciones vendrían después. Todas las miradas estaban entonces en el PNV, que había ayudado al PP a aprobar los presupuestos tan solo una semana antes.

Durante el debate, Sánchez ofreció a Rajoy retirar la moción a cambio de que dimitiese, pero este se negó a pesar de que tenía casi imposible ganar la votación. En la tarde del 31 de mayo, el PNV desveló que votaría a favor de Sánchez. Al PP ya no le quedaba nada que hacer. El entonces presidente del Gobierno recibió la noticia en un restaurante al que se había retirado con algunos de sus colaboradores. Su escaño lo ocupó esa tarde el bolso de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

Al día siguiente, 1 de junio, se celebró la votación. Sánchez sumó 180 votos: los de su partido, Unidos Podemos y las confluencias, ERC, PDeCAT, PNV y EH Bildu. Rajoy tomó la palabra para felicitar al nuevo presidente y decir que dejaba una España mejor que la que se había encontrado. Esa misma tarde, Ana Pastor acudió a la Zarzuela a comunicar a Felipe VI que en el Congreso había triunfado la primera moción de censura de la democracia.

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