A veces la realidad molesta, con lo confortable que resultan las proyecciones, de manera que la semana se ha ido en intentar convencer al personal de que o no se votó o se votó poco o se votó según ellos quieran hacernos ver, con lo que las declaraciones se han llenado de “los españoles han pedido en las urnas esto o aquello” como si el escrutinio hubiera que explicarlo. Será por eso que el recuento se alarga y existen ciudades que, tras tanto lío, no podrían decir con exactitud quién quisieron los vecinos que fuera el alcalde ni el alcalde sabe qué quisieron sus vecinos.
Así, y pese a la caída en las generales, en las europeas, en las autonómicas y en las municipales, Pablo Iglesias ha preferido el silencio, porque ya que ha descubierto la discreción de las negociaciones pretende alargarla también a las explicaciones. En vez darlas, se somete a las incomodísimas preguntas de Juan Carlos Monedero junto al que le hace la autocrítica a los demás y se felicita de lo bien que estuvo en los debates electorales. Qué más dará el recuento, si uno puede proclamarse vencedor en los debates de la tele, donde Albert Rivera se decía imbatible y presumía de su premio de juventud al mejor orador. La cosa iba de eso, entonces, de la lucha entre hermandades universitarias. Si Iglesias se largó el domingo sin comparecer y no se siente en la exigencia de tener que dar explicaciones de fondo, es una quimera esperar la asunción de responsabilidades.
Mientras, Pablo Casado se pelea con los barones del PP porque va a resultar que ellas y ellos fueron los únicos que se creyeron en toda España el giro exprés hacia el centro. Se ve Casado con fuerzas, que por algo ha sacado el peor resultado en la historia del partido. Ha marcado Madrid como línea roja de la negociación y lo venden en Génova como estrategia cuando a toda luz se ve que es pura necesidad: lo único que le queda es la posibilidad de gobernar la capital y su comunidad. La derrota fue tan indisimulada, que Casado quiere hasta imponer a Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz de su grupo en el Congreso.
Se ve que junio trae los calores del trópico y extiende por doquier los espejismos, a cuya fabricación se dedica, con el cuidado del orfebre, José Félix Tezanos, que dispone las preguntas y la aritmética de forma que coincida el barómetro del CIS con la opinión del Gobierno, en una alquimia memorable. Tezanos pone los números y José Luis Ábalos escribe la letra: a las pocas horas de que Pedro Sánchez pidiera a Podemos que reconsiderase lo de la coalición, el ministro reconsideró a Sánchez. Gobierno con miembros de Podemos, puede, pero que no lo llamen coalición, dijo. Poesía. Uno se cree que, como gobierna, puede vaciar las palabras igual que vacían partidas presupuestarias.
Y, al fin, Rivera, protagonista de los giros más inverosímiles, resuelto a poner en torno al PSOE el cordón sanitario que no le puso a la extrema derecha y después a levantar ese veto con condiciones imposibles y después a ofrecerle la alcaldía de Barcelona al PSC. Tiene lógica que pida a los otros que renieguen de su palabra, en vista de la propia experiencia. Si estos eran los tiempos líquidos, Ciudadanos vive en una inundación. Más ahora, cuando para entrar en los gobiernos andan todos con negociaciones simultáneas.
Faltaban, en esta semana de espejismos, las propuestas de Manuel Valls e Íñigo Errejón, que alegan razones de interés general para romper el tablero en Barcelona y en Madrid. En el caso barcelonés, rompe también el tablero de Ciudadanos. Las ofertas de Valls y Errejón, que quizá vayan en su perjuicio electoral, llegan en la hora en que de verdad se tienen que hacer los cordones –cuando se reparte el poder, no los sondeos– y están en coherencia con las máximas a las que se comprometieron en campaña: evitar en un caso la alcaldía independentista de Barcelona y, en el otro, la presencia de Vox en los gobiernos. ¿Espejismo, interés u otra manera de hacer? Desde luego, novedad. Y un dilema que les interroga tanto a ellos como a todos los demás: ¿van primero sus principios o sus intereses?