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Feijóo no se pierde su cita con la xenofobia

Von der Leyen y Feijóo en la romería de O Pino el fin de semana.
3 de junio de 2024 21:58 h

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Ah, los valores europeos, cuántos crímenes se han cometido en su nombre. Los dirigentes europeos los han mencionado con frecuencia, excepto cuando han firmado acuerdos con los gobiernos de Túnez, Egipto o Mauritania –promovidos por la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen– para que hagan de policías a distancia de la Unión Europea a cambio de sumas millonarias. Dentro de nuestras fronteras, el respeto al Estado de derecho es sagrado. Para frenar la inmigración, resulta un inconveniente porque los tribunales no siempre colaboran. Y tampoco los países a los que se pretende deportar a los recién llegados.

Tomemos el caso de Aruna, un hombre de Sierra Leona de 39 años. Fue detenido en febrero por la policía tunecina cuando salió de un campamento para comprar comida. “Cogieron mi teléfono, me ataron y me golpearon. Luego, me llevaron al desierto”, contó al Financial Times. Los agentes metieron a 70 de ellos en un autobús y les abandonaron de noche cerca de la frontera con Argelia. No tenían comida ni agua. Sólo les quedó comenzar a andar hasta regresar al campamento trece días después. Allí esperaban a Aruna su hijo de ocho años y su hermano.

Alberto Núñez Feijóo estuvo en Santa Cruz de Tenerife el lunes. Al igual que la extrema derecha europea, el líder del Partido Popular cuenta con una solución, porque cree que hay demasiados inmigrantes en España o al menos hay muchos que no deberían estar aquí. Y de la misma manera que Vox utiliza la cuestión de los derechos de las mujeres con la intención de describir a los extranjeros como una amenaza. Entiéndase, a los extranjeros de África y Oriente Medio.

“Las personas que quieran formar parte del proyecto de la UE deben firmar un compromiso de adhesión y respeto a los valores fundacionales de Europa, como la igualdad entre hombres y mujeres. Es un compromiso que les pedimos a toda la gente que venga a trabajar a Europa”, dijo en un mitin.

En Estados Unidos, lo llaman “Dog Whistle Effect”. Denunciar un problema, pero sin utilizar palabras o conceptos –por ejemplo, un lenguaje claramente racista– que puedan desvelar tus auténticas intenciones. Feijóo no dijo que los inmigrantes sean unos violadores en potencia, pero introdujo la igualdad como un requisito básico para aceptar que esas personas vivan en España. ¿Quién puede negarse a que se protejan los derechos de las mujeres?

Evidentemente, eso no es un problema para que el PP pacte gobiernos autonómicos y locales con Vox en los que se toman medidas como reducir los fondos públicos a organizaciones feministas dedicadas a la lucha contra la violencia machista. O que se adopten medidas simbólicas como eliminar la denominación “para víctimas de violencia de género” de la Casa de Acogida de Ciudad Real. En general, todo lo que tenga que ver con el feminismo no es bienvenido en esas instituciones.

Las personas que quieren llegar a Europa porque les persiguen en sus países o porque no tienen ningún futuro allí estarían dispuestas a firmar cualquier cosa. Ya aceptan contratos para trabajar en condiciones penosas y por un salario ínfimo en los puestos que los españoles no quieren asumir. Y a veces incluso se ven obligados a trabajar sin contrato siendo víctimas de la explotación.

Entre las muchas normas que han ingeniado los dirigentes europeos de la derecha para perjudicar a los extranjeros pocas son tan discriminatorias como el test de ciudadanía que ideó Nicolas Sarkozy cuando presidía Francia. Entre las cuestiones diseñadas para la prueba, estaba preguntar por la fecha de construcción de la torre Eiffel u otra sobre una famosa cantante francesa: “¿Era Edith Piaf una cantante, una ciclista o una experta en pájaros?”. Se desconoce qué respuestas hubieran dado los nacidos en Francia. El test nunca se llegó a implantar al perder Sarkozy la reelección en las urnas.

En las últimas elecciones presidenciales francesas la candidata del principal partido conservador, Los Republicanos, hizo que su campaña estuviera marcada por un discurso duro contra la inmigración. Adoptó el mensaje xenófobo de Marine Le Pen, aunque con su propio estilo. Tampoco es que tuviera ideas muy brillantes. “Ser francés significa tener un árbol de Navidad, comer foie gras, elegir Miss Francia y el Tour de Francia, porque eso es Francia”, dijo en televisión. Y no estaba haciendo un chiste. Sacó un 4,7% en la primera vuelta de las elecciones.

En la campaña catalana, Feijóo no tuvo ningún escrúpulo en relacionar delincuencia e inmigración al decir que eran los de fuera los que se dedicaban a “ocupar” nuestras viviendas, algo que Vox hace todas las semanas. Ahora reincide en la misma línea: “Las personas que elijan Europa para vivir, trabajar e integrarse son bienvenidas e iguales en derechos. Quienes la elijan para delinquir o infringir nuestros valores no tienen cabida”.

Al meter a las mujeres en la ecuación, se diría que antes de que comenzó la llegada masiva de extranjeros, hace dos décadas, no había violaciones en España y no existía la discriminación de la mujer.

Lo que no ocurre con tanta frecuencia en las campañas es que haya políticos en la derecha que expliquen la realidad. Los inmigrantes son contribuyentes netos a la sociedad. Pagan sus impuestos y suponen una carga inferior en la sanidad que los españoles de origen al tener una edad media inferior. Por la misma razón, se gasta menos dinero en sus pensiones. Su presencia en España es el único remedio que funciona para conjurar el inevitable envejecimiento de la población. El récord de afiliación de trabajadores a la Seguridad Social no se habría conseguido sin los extranjeros. Y no, los inmigrantes no roban los empleos a los locales, como demuestran los estudios hechos en países occidentales.

Los inmigrantes sí tienen una obligación que cumplir si viven en España. Deben cumplir las leyes, empezando por los derechos recogidos en la Constitución. Que es exactamente lo mismo que deben tener presente los ciudadanos que han nacido en este país. No hay distinciones por el color de la piel, la religión o el estatus social. Eso debería ser suficiente. Pero algunos políticos en campaña creen que les beneficia poner el punto de mira en aquellos que han nacido fuera.

Buscar votos presentándolos como una amenaza debe de ser una muestra de eso que llaman los valores europeos.

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