Cómo la derecha utiliza la pandemia para desacreditar a un feminismo que le incomoda
“Gritar 'viva el 8M' es como gritar viva la enfermedad y viva la muerte”, lanzó el líder de Vox, Santiago Abascal, en la tribuna del Congreso, a comienzos de junio. “El 8M era altamente contagioso” o “menudo feminismo es ese que llevó a miles de mujeres a las calles a un potencial contagio” son frases que ha pronunciado en las últimas semanas el portavoz del PP en el Senado, Javier Maroto. Con estas y otras declaraciones los líderes de la derecha y de la extrema derecha han alimentado un discurso que une el desgaste al Gobierno y el descrédito a un movimiento feminista en auge que les incomodaba.
En el relato que los sectores conservadores intentan construir sobre la expansión de la pandemia sobran el transporte público, los partidos de fútbol, las ferias en IFEMA, los conciertos, los bares abiertos y hasta el mitin que Vox celebró en Vistalegre el mismo domingo. La atención se centra en las manifestaciones del 8M, una fecha que, en los últimos años, ha consagrado al feminismo como un movimiento en auge, capaz de influir sobre la agenda política.
Para la politóloga y escritoria Noelia Adánez, el uso del 8M como fecha crítica para la pandemia es evidentemente intencionado. “El señalamiento de las mujeres feministas como transmisoras de infección es algo que históricamente ya ha sucedido, especialmente en momentos de grandes luchas feministas. Las mujeres organizadas generan incertidumbre y la incertidumbre se combate con culpa, con su señalamiento como irresponsables y sus acciones como ilegítimas. Las concentraciones del 8M son un desorden en el relato que la derecha quiere construir sobre la pandemia, son alguien a quien culpabilizar de la muerte en masa, que es además alguien que te estaba causando un desorden en el statu quo”, reflexiona.
La politóloga Berta Barbet cree que el objetivo principal del relato es desacreditar al Gobierno pero, de paso, “empañar la imagen y generar distancia” con un movimiento con el que no tenían afinidad. “A la derecha le va muy bien porque no le genera ningún tipo de disonancia que la manifestación fuera la del 8M. Si hubiera sido una movilización por la familia ya no podrían venderlo como una conspiranoia y tendrían que hacerlo de otra forma”, explica.
En términos electorales, sostiene, no tiene costes para la derecha porque, aunque el auge feminista ha hecho que también militantes y votantes del PP se denominen así e incluso compartan ciertas reivindicaciones –dirigentes del partido de Pablo Casado también acudieron a las marchas del 8M–, su caladero de votos no está ahí y no es probable que pierdan votantes por mantener este discurso. Y, al mismo tiempo, da alas a quienes en la derecha y la extrema derecha sí señalan al feminismo como enemigo. “Es un 'odias al Gobierno' y 'odias a las feministas', pues puedes odiarles juntos”, apunta Barbet.
También de acuerdo con esa tesis está el politólogo Eduardo Bayón. Si la oposición de Aznar a González puede ser considerada el primer episodio de gran crispación política de la derecha, explica, y el momento posterior al 11M, el segundo, el relato actual que toma como centro el 8M podría considerarse la tercera ola de crispación política en la que la derecha arremete contra un Gobierno progresista.
“Hay una estrategia de desgaste al Gobierno que en cuanto a tono y lenguaje es desproporcionada para un ciudadano medio”, sostiene. En esa estrategia el 8M es “un filón” para la derecha: “Hay un sector social especialmente conservador y formado por hombres que se siente amenazado y que ha visto en este 8M el punto perfecto para desgastar a un movimiento que en cuanto a batalla cultural les estaba desbordando y contra el que no tenían ni discurso político ni medios para combatirlo”.
Dentro de los “pequeños triunfos culturales” que había conseguido el feminismo estaba precisamente que ciertos razonamientos empezaran a calar dentro de la sociedad de manera irreversible, hasta el punto de forzar a determinados sectores a tener que asumirlos de alguna manera.
“Esos sectores sociales habría que vincularlos a actores políticos que, si bien no estaban enfrentándose al 8M, el feminismo les resultaba ajeno o lejano o era algo que no podían controlar porque es un movimiento autónomo. Ahora ven una oportunidad de desgastarlo sin necesidad tampoco de oponerse directamente a su discurso”, subraya Bayón.
Sin necesidad de confrontar ideas o reivindicaciones, la asociación entre pandemia y 8M busca generar una sospecha, una mancha, una sombra. “Todo lo que tiene ver con el feminismo causa en la derecha una tensión que no saben resolver. Las feministas escenificamos una forma de entender la política que tiene el sexo y la sexualidad en el centro y eso a la derecha le genera una gran ansiedad, abre zonas de incertidumbre por las que no quieren transitar o que transitan con mucha dureza”, añade Noelia Adánez.
La escritora cree que este 8M marcará un punto de inflexión para entender el feminismo. Y deja una reflexión: “Ha habido que hacer tanta defensa del 8M para legitimar lo que por otra parte no hacía falta ser legitimado que no sé hasta qué punto por el camino hemos dejado otras cosas que teníamos que hacer, como tender puentes entre las distintas almas del feminismo en este momento”.
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