Hace dos meses Alfonso Rueda daba por descontada otra plácida mayoría absoluta en Galicia y adelantó las elecciones a conveniencia del PP para desgastar al Gobierno de Sánchez en pleno debate sobre la amnistía. El partido tenía muchos argumentos para hacerlo: durante casi cuatro años los sondeos situaban a los populares clavados en 42 escaños, los mismos que había logrado Alberto Núñez Feijóo en mitad de la pandemia, cuatro por encima de la mayoría absoluta. Además, el PSOE y sus socios aún tenían por delante el peliagudo trámite de la ley de amnistía.
Pero en 2024 la política -y casi todo- corre muy deprisa: solo unas semanas después de la convocatoria electoral Galicia parece otra. Como si quisiera acabar con la última década y media de balneario para el PP. Los sondeos publicados -y los que siguen manejando los partidos aunque desde el lunes ya no se pueden difundir-, pronostican que la distancia de los populares se ha evaporado, que la Xunta se juega en un puñado de votos y que los indecisos (o quienes prefieren callar ante los encuestadores) pueden decantarlo todo.
Así que este 18 de febrero, en las postrimerías del carnaval, lo que está en juego es el vuelco electoral: si la izquierda 15 años después puede gobernar Galicia, la tierra que solo le concedió un mandato desde 1989. En realidad, este domingo se vota el futuro de la era postFeijóo: la posibilidad de que Ana Pontón, nacionalista y mujer, llegue a la presidencia de la Xunta, o cuatro años para el heredero, Alfonso Rueda, que hace dos años con la marcha de su mentor a Madrid, se quedó con la presidencia de Galicia y del PP gallego.
Una generación entera de jóvenes solo ha visto al PP al frente de la Xunta, donde se instaló en marzo de 2009 tras vencer contra pronóstico a un bipartito de izquierdas (PSOE más BNG). Rueda, en su debut como candidato, se mide a otro potencial, que de sumar los votos, tendría los papeles cambiados, esta vez la presidencia sería para el BNG, con Ana Pontón a la cabeza, la dirigente mejor valorada por los gallegos y la portavoz nacional que levantó a su organización casi de la nada, tras recibirla hecha pedazos hace ahora ocho años.
La leyenda de que Galicia es un feudo de derechas y nunca pasa nada es un diagnóstico incompleto. Las grandes ciudades las ha gestionado fundamentalmente la izquierda en este siglo y en varias generales PSOE y BNG han sumado más que el PP. Otra cosa son las elecciones a la Xunta, generalmente con una participación mucho menor. Por encima del 64% todo está abierto dicen los sociólogos que han estudiado la series electorales. En 2005, en las últimos comicios de Fraga, PSOE y BNG llegaron a la Xunta superando ese listón. Salvo en su debut como candidato, en 2009, Feijóo ha cimentado sus mayorías absolutas sobre participaciones muy bajas que no superaron el 55%. En las últimas en plena pandemia más de la mitad de los censados no votaron.
Aquellas fueron campañas de perfil bajo, en las que se ocultaban las siglas del PP y Feijóo restringía al máximo las visitas de líderes nacionales para anestesiar el debate, confiado en su control férreo de los medios públicos y la mayoría de los privados.
Esta vez todo ha sido distinto. El regreso de Feijóo, que intentaba compensar el bajo conocimiento de Rueda y sobre todo su patinazo en el único debate en que participó, metió en campaña el debate nacional. Tras la pegada de carteles el líder popular había dicho que Galicia debía elegir entre Sánchez y Rueda en lo que pretendía ser una secuela de las últimas autonómicas y municipales. La amenaza de Puigdemont por carta a los eurodiputados de contar todo lo que había negociado con el PP antes de la investidura fallida de Feijóo llevó a los populares a intentar una voladura controlada: ante 16 medios de comunicación la dirección del partido reconoció que consideraron la amnistía durante 24 horas, que el partido está dispuesto a estudiar el indulto al expresident catalán si regresa a España y renuncia a la independencia y que veían muy difícil probar que Puigdemont fuese un terrorista.
El mensaje podría resultar apropiado en Galicia donde las manifestaciones contra la amnistía no tuvieron el eco de otros territorios, pero suponía una enmienda al discurso del PP durante los últimos meses. Se desató una tormenta en los medios más conservadores de Madrid. Dirigentes del PP gallego y algunos miembros del equipo de Rueda contemplaban la escena atónitos.
Mientras todo eso pasaba en la doble caravana del PP -Rueda a los feudos urbanos, Feijóo a los pueblos y las villas medias-, la candidata del BNG que ya se había impuesto con claridad al candidato popular en el debate, desplegaba una campaña personalista con un mensaje menos identitario y más transversal, de propuestas para la sanidad, la educación y movilidad, de acuerdo con el trabajo de oposicion acumulado durante 8 años, primero frente a Feijóo y después ante Rueda.
Con las mareas desaparecidas y algunas de las escisiones que sufrió el BNG como Anova de vuelta en la casa grande del nacionalismo, las encuestas pero también la sensación en los mítines, apuntan que solo Pontón está en disposición de arrebatar la Xunta al PP. Las otras izquierdas, PSOE, Sumar y Podemos, ni siquiera han discutido esa máxima y han evitado confrontar con el BNG, conscientes de que tras el 18F la única posibilidad de cambio pasa por una coalición liderada por el Bloque.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha intentado volcarse con el candidato José Ramón Gómez Besteiro, igual que ha hecho otro exlíder del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, agitador de las últimas campañas socialistas. Pese a ello en los cuarteles socialistas asumen que la alternativa, si dan las matemáticas, pasa por hacer presidenta a Pontón.
Sumar, el proyecto de Yolanda Díaz, que vuelve a casa para su segunda campaña electoral ha ido de más a menos con su candidata Marta Lois y ni siquiera tiene escaño asegurado en los comicios, igual que Podemos.
Por la derecha, la sorpresa puede darla Democracia Ourensana, el partido del atrabiliario alcalde de Ourense y socio del PP, Gonzalo Pérez Jácome. Con su mensaje trumpiano “Ourense primero”, Jácome aspira a ser llave de gobierno y ya ha advertido cuáles van a ser sus reivindicaciones tras el domingo electoral: “Show me the money”. Su entrada en el Parlamento gallego no está ni mucho menos descartada, a tenor de los sondeos. En su ayuntamiento y la diputación ha pactado siempre con el PP.
Más difícil lo tiene Vox: la extrema derecha y sus candidatos desconocidos ha tirado de Abascal como reclamo en un feudo donde nunca ha tenido un diputado ni un alcalde.
Las elecciones del 18J en Galicia tienen otra particularidad: el voto emigrante, que puede hacer esperar al resultado definitivo más de una semana, lo que tarden en vaciarse y recontarse las sacas de la diáspora, fundamentalmnte de América. Ese escrutinio empezará el 26 de febrero y puede hacer bailar algún escaño. En Ourense, por ejemplo, casi un tercio del censo es de residentes fuera de España.
Que se ha estrechado el margen lo evidencia el nerviosismo del PP: el recurso a última hora de intentar vincular al BNG con el terrorismo, pese a que la mitad de sus votantes valoran bien a Ana Pontón. Y la decisión de la Xunta de tirar de dinero público horas antes de la jornada de reflexión. El último día de campaña prometió subidas salariales a los sanitarios. Y un par de días antes, pagas para los mariscadores.
Igual que en la izquierda, la derecha asume que puede estar en juego un cambio de régimen. Pero para ello el PP tendría que perder cinco diputados, más de uno por provincia en uno de sus feudos más fieles.
En función del resultado, las elecciones gallegas podrán tener además varias lecturas para la política nacional. Una eventual pérdida de la mayoría absoluta en Galicia podría amenazar el liderazgo de Feijóo al frente del PP, donde algunas voces ya han empezado a cuestionar su estrategia de las últimas semanas.
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