El 7 de septiembre de 1999 José María Aznar viajó a Valladolid, al Palacio del marqués de Villena. Tenía una cita con la historia. Y esta vez no era una frase hecha. Había llegado al edificio donde el emperador Carlos V solía pernoctar para dar un discurso que fundaría la corriente de reivindicación conservadora de una historia “sin complejos”. Ante los invitados al palacio en el que se inauguraba la exposición La época de Carlos V y Felipe II en la pintura de historia del siglo XIX, pronunció un discurso con el que reconquistó la memoria de la invasión de América. “Es necesario esclarecer tópicos y leyendas que tantas veces nos ocultan las dimensiones reales de la historia que nos antecede”, dijo al arranque de su intervención.
Aznar advirtió que, gracias a él, la historia imperial española sería recuperada y reescrita. Quería reconstruir una historia libre de “interpretaciones tan estrechas como inútiles”. Continuó con su arenga: “Es preciso que la enseñanza de la historia sea clara, rigurosa y libre de prejuicios y deformaciones interesadas, para que pueda ser asumida por todos los españoles”. Faltaban pocos meses para que lograra la mayoría absoluta y gestionara su segunda legislatura sin molestias parlamentarias y el entonces presidente de España y líder del PP, en el cenit de su carrera, propuso intervenir el relato histórico para adoctrinar a los alumnos con una nueva historia que borrara las torturas y matanzas sanguinarias que se cometieron en el nuevo mundo.
Para entonces, el expresidente ya se había disfrazado de Cid Campeador en un reportaje publicado por El País Semanal, en 1987, con fotos de Luis Magín. Su propósito era devolver “la verdad” a las aulas y al relato que la izquierda había dejado mancillar por su mala conciencia. Aznar reclamó a los historiadores una historia “sin complejos”, que mostrara al mundo lo que verdaderamente fue aquella España: una implacable máquina cultural. La propaganda que el Gobierno conservador difundió por América y España, entre el año 2000 y 2004, es que hubo más arte que sangre en la conquista.
La neohistoria del PP
El Gobierno de Aznar puso mucho empeño en redactar y difundir la neohistoria. También, mucho dinero público en la creación del mito español como origen de la modernidad global. Según el relato del PP, España se convirtió en la civilización que iluminó las tierras que fue invadiendo. Si los franceses podían reivindicar la Ilustración, los conservadores españoles quisieron hacerlo con la hispanidad. El anterior heredero de Aznar en el PP, Pablo Casado, recogió el guante de su mentor muchos años más tarde, al asegurar, pocos días después de la celebración de la Fiesta Nacional de 2018, durante una intervención en Málaga, que la hispanidad “es el hito más importante del hombre, solo comparable con la romanización”.
De ellos, 15 millones llegaban a las cuentas de la Sociedad Estatal de Acción Cultural en el Exterior (SEACEX), un organismo de propaganda creado por Miguel Ángel Cortés –entonces secretario de Estado de Cooperación del Ministerio de Asuntos Exteriores, padre del Clan de Valladolid que arropó a Aznar y muñidor de FAES– cuyo objetivo era un calco del franquista Consejo de la Hispanidad que pretendía defender “la continuidad y eficacia de la idea y las obras del genio español”.
La SEACEX no dependía ni de Cultura ni de Exteriores, sino del Ministerio de Hacienda, por lo que fue bendecido con un presupuesto muy superior al que Cultura destinaba a las políticas de ayudas a las artes en España. De las 20 exposiciones que se montaron entre 2000 y 2004, diez estuvieron dedicadas a la época imperial y al Siglo de Oro. La más ambiciosa e insignificante se instaló en el Museum of Modern Art (MoMA), en Nueva York, museo que, previo pago que nunca se hizo público (aunque se calcula que estuvo cerca del millón y medio de euros), hizo un hueco para esta colectiva de 19 jóvenes valores del arte contemporáneo español. El título era The Real Royal Trip, en alusión al cuarto viaje de Cristóbal Colón. El comisario de aquella muestra, Harald Szeemann, no pudo disfrazar la verdad y declaró: “Colón llevó la sífilis, el catolicismo, el esclavismo y un montón de cosas malas”.
Isabel, la católica
Si Franco -apoyado en Ramiro de Maeztu- buscó en el relato imperial el símbolo perfecto para levantar el mito de la nación imbatible y para insistir en el paralelismo entre la épica de 1492 y el golpe de Estado de 1936, el PP de Aznar usó el imperio para reivindicarse como heredero de un legado cultural fraguado en la lengua y las artes para vetar la memoria de la violencia invasora.
Veinte años después, el ex secretario de Estado de Comunicación y ministro Portavoz del Gobierno con Aznar Miguel Ángel Rodríguez es jefe de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso y ha reciclado la fórmula de la hispanidad para convertir a la presidenta de la Comunidad de Madrid en una suerte de Isabel la Católica moderna y crear un nuevo relato evangelizador: ella reconquistará la España del Gobierno socialcomunista que quiere romper la unidad del país. Es la versión femenina del discurso de Santiago Abascal. Ya con Rodríguez como jefe de campaña de Díaz Ayuso, la presidenta dijo en una entrevista con El Mundo que se identificaba con la monarca esposa de Fernando II por “el proyecto de unidad de España y lo que representó… me gustan las mujeres que han roto el techo de cristal”.
El caldo de cultivo para la recuperación del falso enemigo que quiere acabar con la cultura española “sin complejos” fue el referéndum ilegal de autodeterminación el 1 de octubre de 2017, cuando las derechas intelectuales y políticas endurecieron el lenguaje y recuperaron la exaltación de la Hispanidad. María Elvira Roca Barea, ensayista y defensora del imperio español frente a la leyenda negra, publicó aquel día 12 una columna de opinión en El Mundo titulada “Hispanidad con futuro”, en la que declaró a Mario Vargas Llosa “príncipe de la Hispanidad” y reclamó “autoestima” y “aprecio por lo propio” en contra del “autoodio”.
Hispanidad es, según la autora de Imperofobia, el antídoto de “ese relato dañino de nosotros” que “nos destroza por dentro y nos obliga a reconstruirnos una y otra vez”. Para los adoradores de la hispanidad sólo hay un remedio: “Abrazarse al imperio que nos engendró”, como ha escrito Roca Barea en un intento de regreso al pasado abocado al fracaso. Aun así, José María Aznar lo intentó cada 12 de octubre desde 1997 cuando instauró la parada militar en la Plaza de Colón (convertida en síntesis emblemática del renacido españolismo).
La negación del indígena
La súper-España que defiende Ayuso ha añadido un componente a la fórmula de la hispanidad: el odio a los pueblos indígenas y a los movimientos que los defienden y a los gobiernos que los representan. La hispanidad de Ayuso reivindica la mezcla de los pueblos originarios con los invasores, tal y como defenderá el musical de Nacho Cano. Una historia de amor, no de violencia. Incluso el hispanista Hugh Thomas llegó a declarar que “el mestizaje fue la mayor obra de arte lograda por los españoles en el Nuevo Mundo”. La hispanidad es mestiza, pero no indígena. Los pueblos originarios no tienen lugar en esta nueva hispanidad de Ayuso, que ha censurado las palabras “racismo” y “restitución” en la exposición de la artista peruana Sandra Gamarra, en Alcalá 31.
El historiador del arte Jorge Luis Marzo ha investigado las políticas de la imagen hispana y cree que la hispanidad responde a un complejo de inferioridad de España cuando queda apeada de la modernidad, a finales del XIX. El término “hispanidad”, dice Marzo, es una provocación porque es una palabra completamente borrada del mapa de los estudios científicos poscoloniales. Es similar a cuando la ultraderecha usa “cruzada” para referirse al golpe de Estado de 1936 y posterior guerra. “Básicamente, la hispanidad se legitima asegurando que no abandona a los derrotados, aunque los rechacen”, indica. Lo define como “contramodelo culturalista”.
El festival “Hispanidad” que acaba de inaugurar Ayuso es un buen ejemplo de ello. En casi un centenar de actividades no hay ni rastro de las culturas indígenas. Es un modelo opuesto a las celebraciones culturales dispuestas bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, que con el festival Viva América mantuvo entre 2007 y 2011 una marcha folclórica de los migrantes latinoamericanos por el centro de Madrid.
El equipo de cultura de Isabel Díaz Ayuso, con Toni Cantó y Marta Rivera de la Cruz al frente, reivindican al español en su festival. La voluntad de ensalzar la importancia del de Cervantes, con 500 millones de hablantes, es una aspiración franquista, tal y como reconoce el historiador Javier Moreno Luzón. En su libro Centenariomanía (Marcial Pons) cuenta cómo para los círculos franquistas el autor del Quijote era un católico comprometido con la monarquía española, militar y héroe de la batalla de Lepanto. La hispanidad celebra la lengua compartida a la fuerza.