La idea de celebrar un debate sobre el estado de la nación fue de Felipe González. En 1983, el socialista lo concibió como una gran discusión parlamentaria que prolongara el espíritu de la Transición y sirviera para rendir cuentas ante la oposición y buscar acuerdos con ella. En la práctica se ha convertido en dos días de largos monólogos cruzados en los que los portavoces parlamentarios de la oposición critican al Gobierno y el presidente defiende su gestión. Este año, el debate cuenta con el aliciente de que debutan Pedro Sánchez y Alberto Garzón, y de que también participa Pablo Iglesias, aunque desde fuera del Congreso.
El interés de los españoles por el que se considera el debate más importante del año, junto al de los presupuestos, ha decaído hasta el escaso 1,2% de cuota de pantalla del año pasado. Era el segundo de Mariano Rajoy como presidente ante un Alfredo Pérez Rubalcaba en retirada. Solo una media de 73.000 personas lo vieron por el Canal 24 horas de RTVE. El año anterior fueron más del doble, 185.000.
El Congreso como foco de atención ha perdido su papel, mientras que los programas televisivos en los que se habla de política ocupan el prime time de los sábados y calientan los mediodías. El lugar donde se deciden las políticas atrae menos la atención que las mesas o sillones en los que dirigentes y candidatos explican sus planes o se pelean con un adversario político o un periodista.
Los números prueban que la política da dinero a las televisiones. Programas como 'La Sexta Noche' (La Sexta) o 'Un tiempo nuevo' (Tele 5) se mueven los sábados por la noche entre el 12% y el 14%. Esta semana, el primero obtuvo un 10,5% y 1.343.000 espectadores, mientras que su competidor ascendía hasta el 12,4% y congregaba a 1.564.000 personas.
Las cifras suben en los programas del mediodía entre semana. 'Al rojo vivo', presentado por Antonio García Ferreras, logró este viernes un 13,2%, lo que supone 770.000 espectadores, mientras que su competidor, 'Las mañanas de Cuatro', llegó al 13,8% y 820.000 espectadores. En el otro lado, 'El debate de la 1', presentado por Julio Somoano, que se emite en la franja del late night y que el pasado miércoles atrajo a 381.000 personas, un 6,1% de cuota de pantalla.
Las cadenas televisivas han sido el trampolín de partidos como Podemos o Ciudadanos gracias al hueco que se hicieron en los platós desde las tertulias más minoritarias hasta las entrevistas de las noches del fin de semana. También la sobreexposición mediática ha obligado a cambiar de táctica después de papeles menos airosos de lo acostumbrado, como le ocurrió a Pablo Iglesias tras su entrevista con Ana Pastor en 'El Objetivo'. El pasado 26 de octubre, la cabeza visible de Podemos reventó las audiencias de 'Salvados'. Casi cinco millones de personas vieron a Iglesias con Jordi Évole, un 23,8% de share.
Pablo Iglesias contraprograma
Justamente Iglesias, el líder de un partido aún extraparlamentario pero al que las encuestas le auguran una entrada por la puerta grande en las próximas elecciones, quiere estar en el debate sobre el estado de la nación aunque no tenga escaño. Para eso contraprogramará con un acto este miércoles a solo una manzana de distancia del Congreso de los Diputados. Iglesias contestará a Rajoy, y es previsible que a los debutantes Pedro Sánchez y Alberto Garzón.
Pablo Simón, de Politikon, augura poca audiencia para el debate de este año y señala que “la novedad está en los partidos extraparlamentarios, por lo que Sánchez puede tener el problema de que no se hable tanto de él”. Para este politólogo, la estrategia de Iglesias de responder con otro acto es buena: “Si quieres tener presencia y no tienes escaño, tiene sentido y es novedoso. El problema para el PSOE es que Iglesias trate de erigirse en líder de la oposición y difumine su papel”.
Igual opina Víctor Sampedro, catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política de la Universidad Rey Juan Carlos, que señala: “Cuando tienes un partido extraparlamentario al que algunas encuestas dan como primera fuerza, se refleja que el debate en la calle está en otros ámbitos”. Sampedro subraya que el Congreso ha quedado “superado por las tertulias de televisión, las portadas de los medios y el debate en la esfera digital, donde la opinión está completamente enfrentada con lo que sucede en las instituciones”.
El aburrimiento de la mayoría absoluta
Si la sede de la soberanía nacional supone una especie de escenario de segunda en cuanto a la atención de los españoles, la mayoría absoluta quita cualquier emoción sobre las negociaciones o las posibles sorpresas de última hora, como explica Simón: “Ese dominio desactiva el papel de la Cámara como caja de resonancia y el formato no ayuda, porque es un solapamiento de monólogos con muy poca agilidad e interacción”.
La previsión es que el alejamiento entre lo que sucede en el Congreso y fuera de él quede este año más de manifiesto que nunca. Sampedro recuerda que el Parlamento “refleja la opinión pública de las últimas elecciones y en tres años y medio han pasado muchas cosas; entre otras, la descomposición y pérdida de apoyo de la principal bancada de la oposición, el PSOE”. Pero, además del fin del bipartidismo, el debate suele pecar de aburrido “frente al de las tertulias de televisión, más crispado”.
El acaloramiento de las discusiones en plató sobre política, “que buscan una mezcla de '59 Segundos' y Salsa Rosa”, según Simón, tiene poco que ver con un debate en el que el Gobierno controla los temas y los tiempos y la sorpresa se reduce a los turnos de réplica y contrarréplica, donde se gana algo de agilidad.
En algunas ocasiones los debates han quedado resumidos en una sola frase, como el “váyase, señor González” con el que José María Aznar martilleó a Felipe González en 1995 o la acusación de Rajoy a Zapatero en 2005 a propósito del diálogo para acabar con ETA. Esa vez, la frase de Rajoy retumbó en el hemiciclo y demostró que el pacto antiterrorista había saltado por los aires: “Es usted quien se ha propuesto cambiar de dirección y traicionar a los muertos”.