La Fiscalía del Tribunal Supremo envió el martes al juicio del procés a su principal batería de artillería contra los acusados: el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos. Comparado con él, los anteriores testigos de la acusación parecían un coro de niños de escolanía. Aparecía el actual jefe de la Guardia Civil en Madrid, que Interior traspasó a Catalunya cuando ostentaba un alto cargo en el Ministerio para que se ocupara de la coordinación de fuerzas policiales ante el referéndum del 1-O a través de una orden de la Fiscalía del TSJC.
Una primera paradoja: la principal víctima de sus acusaciones no estaba en la sala, sino presumiblemente en su casa viendo la retransmisión del juicio. El exjefe de los Mossos Josep Lluís Trapero está acusado del delito de rebelión en una causa de la Audiencia Nacional, cuya vista se celebrará después de este juicio.
Pérez de los Cobos tenía cuentas que ajustar con Trapero y se ocupó de soltarlas todas. Lo considera uno de los principales responsables del 1-O, o al menos de que el referéndum llegara a celebrarse.
A pesar de la insistencia de la Fiscalía por preguntar sobre ello en este juicio, la simple descripción de hechos violentos no serviría por sí sola para justificar una condena por rebelión. Se necesitaría probar una acción concertada de dirigentes y organizaciones, un complot surgido de varios ámbitos en el que los Mossos d'Esquadra jugaran un papel básico.
A eso se dedicó con intensidad Pérez de los Cobos, que se convirtió en muy pocos minutos en el principal testigo de cargo contra el procés, y en especial contra su némesis particular. Dijo que en la reunión de la Junta de Seguridad del 28 de septiembre, el mayor Trapero “hizo unas intervenciones que estaban en la línea de los sentados en el mismo lado de la mesa, que era el de los convocantes del acto ilegal”, refiriéndose a los responsables políticos de la Generalitat, incluido su presidente, Carles Puigdemont, y el conseller de Interior, Joaquim Forn.
De esa manera, el coronel ponía al entonces jefe de los Mossos en el centro de la presunta trama, le acusaba de negarse a cumplir el mandato judicial de impedir el referéndum y finalmente denunciaba que la Policía autonómica eligió un despliegue que facilitaba que se llevara a cabo la consulta y que obstaculizaba los intentos de Policía y Guardia Civil de acabar con ella.
Pérez de los Cobos –hermano de un expresidente del Tribunal Constitucional– alegó que “nunca llegamos a pensar en la inacción absoluta (de los Mossos) que vimos el día 1”. Por la contundencia de su declaración, la impresión que dio fue la contraria, es decir, que siempre sospechó de Trapero.
El ataque llegó al punto de que una medida tomada por los Mossos para comenzar a cumplir el auto de la magistrada del TSJC –las visitas de patrullas de los Mossos a los colegios electorales el viernes y el sábado previos al 1-O– fue descrita por el coronel como un intento de facilitar la votación al advertir a la gente sobre lo que se iba a hacer. Lo que se estaba haciendo, según Pérez de los Cobos, era avisar de que los Mossos actuarían “a no ser que hubiera tal masa de ciudadanos” que fuera imposible hacerlo y que “en ningún caso harían uso de la fuerza”.
Pérez de los Cobos no estaba en terreno tan consistente al proseguir con la argumentación. “Luego supimos que esta circunstancia fue conocida por organizaciones, lo que hizo que hicieran un llamamiento para que por la noche acudiera el número suficiente de personas para que los mossos no pudieran actuar”, dijo. Si los Mossos formaban parte de la conspiración, algunos no se enteraron hasta el día anterior. Otra opción es que los grupos independentistas se aprovecharan de una decisión anterior anunciada por la Policía autonómica.
Se puede considerar que esa medida no era del todo sorprendente, porque se supo bastante antes de la celebración del referéndum. Trapero había dejado claro que cumpliría las órdenes judiciales, pero no al precio de lanzar a los Mossos a impedir con violencia el ejercicio del voto. Por eso, las defensas han insistido tanto en una frase del auto de la magistrada del TSJC, que ordenó a Mossos, Policía y Guardia Civil que impidieran el referéndum “sin afectar la natural convivencia ciudadana”. Ese es un punto en que las defensas insistirán en sus alegatos finales.
Pero para alguien como Pérez de los Cobos, eso era un defecto o una excusa, y es en ese sentido como describió la orden del mando de los Mossos de ser especialmente cuidadosos en las situaciones en que hubiera niños y ancianos presentes en el lugar de los hechos. En su opinión, lo que se hizo con estas medidas fue encubrir “una pasividad absoluta” en el cumplimiento de las órdenes recibidas por el TSJC.
Además, llegó a acusar a algunos mossos –en número desconocido– de realizar “seguimientos y vigilancias” a las patrullas de Policía y Guardia Civil, un dato del que no quedó claro si figura en algún informe aportado a la causa.
El coronel entró en el territorio de la especulación cuando sostuvo sin más pruebas que su propia opinión que la colaboración de los mossos podría haber marcado la diferencia: “Yo creo que esos 6.000 efectivos (de Policía y Guardia Civil), con la colaboración de los Mossos d'Esquadra, hubieran sido suficientes para cumplir una parte considerable del auto de la magistrada”. A las preguntas tipo 'qué hubiera pasado si...', todo el mundo puede responder lo que quiera. Sería extraño que el tribunal las aceptara en la sentencia como un hecho indiscutible.
Xavier Melero, abogado de Forn, había hecho el día anterior un completo ejercicio de demolición de buena parte del testimonio del exsecretario de Estado de Seguridad José Antonio Nieto. Esta vez, con Pérez de los Cobos, tuvo delante un rival mucho más duro, casi impenetrable, y no pudo ser tan efectivo. Sí dejó de manifiesto cierta extrañeza por el hecho de que el coronel y el comisario de los Mossos Ferran López se despidieran sin problemas el 30 de septiembre, cuando unas horas después, a primera hora de la mañana del 1 de octubre, Pérez de los Cobos decidió poner fin a la colaboración con los Mossos al considerarla inútil.
El coronel llegó a esa conclusión tras hablar con los jefes de la Policía y Guardia Civil en Catalunya al darse tres condiciones que explicó sobre la conducta de los Mossos, tal y como él la veía: insuficiencia, inadecuación e ineficacia.
Enric Millo y las guerras del Fairy
Una impresión muy diferente dio el testigo de la mañana del martes, el exdelegado del Gobierno Enric Millo. Se manejó con la hipérbole tan habitual en la política española y acabó convertido en carne de chistes en Twitter. Millo, diputado del PP en el Parlament durante una década, no resistió la tentación de pintar un retrato horrible sobre los actos violentos denunciados. “Tenebroso” es como llamó a lo que le contaron los policías en el barco de los Piolines cuando les visitó en los días posteriores al referéndum: “Pude ver lesiones, pude ver dedos rotos, fracturas, un chaleco antibalas rajado de arriba a abajo”.
Todo eso en el día en que se supo que la Audiencia de Barcelona ordenó reabrir la investigación de las cargas policiales del 1-O, además de negar en un auto que el cumplimiento de las órdenes del TSJC fuera una “patente de corso para cualquier acción de violencia de la Policía”.
El día anterior, el exsecretario de Estado de Seguridad confirmó que no hubo agentes hospitalizados. Tampoco hubo muchos que tuvieran que pedir la baja médica. Es difícil creer que un policía pueda seguir haciendo su trabajo con una fractura. Trabajan mucho con las manos.
Millo debió de pensar que era el momento perfecto para hablar de un hecho desconocido. “Un agente me dijo que habían caído en la trampa del Fairy. Entraban en un centro, resbalaban, caían al suelo y les pateaban en la cabeza”, dijo Millo en un comentario que despertó comentarios no demasiado favorables entre el público, lo que obligó al presidente del tribunal a recordar que no están permitidas en la sala las “muestras de desaprobación”, incluidas las sonrisas.
No se conocían las virtudes deslizantes del Fairy, más allá de su papel fundamental en el conflicto entre Villarriba y Villabajo, y mucho menos como recurso en guerras de baja intensidad.
Hubo risas generalizadas en las redes sociales y después del momento chispeante era posible pensar que es muy raro que hayamos tardado quince meses en enterarnos de una historia tan singular y también violenta.
Los abogados defensores están en condiciones de desdeñar el testimonio de Millo, con o sin lavavajillas. Con el de Pérez de los Cobos lo tienen más complicado. Dos de los letrados tienen que interrogarle el miércoles por la mañana. Para el interés de sus defendidos, les conviene tener algo consistente para cuestionar su declaración.