“Ya no nos quedan argumentos. Los hemos gastado todos y el presidente los ha deslizado hacia un peligroso 'electores, voten ustedes mejor'”. Quien así habla es un socialista, curtido en mil batallas electorales que para esta próxima no tiene buenos augurios. El PSOE se divide en este momento entre quienes confían en una campaña que movilice a base de mucha pedagogía sobre lo ocurrido entre el 28-A y este mes de septiembre, cuando el BOE publicará la disolución de las Cortes Generales, y quienes creen que un relato sobre “la culpa” es una fea razón para animar el voto.
Los primeros datos de participación que manejan las empresas de demoscopia no son muy halagüeños. Ni para los socialistas ni para nadie. Una altísima abstención como la que ha registrado estos días GAD-3 es un fracaso colectivo de la política, más bien de los políticos. Y, de momento, los españoles no parece que discriminen demasiado en el reparto de las responsabilidades. Un 50% de quienes fueron encuestados al día siguiente de que Felipe VI anunciase que no había candidato para la investidura confesaba que no tenía pensado ir a votar. Cuando llegue el 10-N no serán tantos. “Si hay un contexto en el que las encuestas pueden fallar es el actual”, reconoce el experto en demoscopia y director de GAD-3, Narciso Michavila. No hay experiencia en el mundo de cuatro elecciones generales en cuatro años. Y lo que apuntan los primeros sondeos tras la certificación del fracaso de la legislatura es que, de momento, los ciudadanos siguen en estado de shock por lo ocurrido en estos cinco meses.
El hartazgo de la ciudadanía es notable y el riesgo de esta segunda convocatoria, impredecible. El precio de la fatiga de un cuerpo electoral sometido a semejante bucle político desde 2015 lo describió de forma magistral José Saramago en Ensayo sobre la lucidez. Pocos textos pueden ser más oportunos para este momento que aquel en el que el Nobel de Literatura planteó una especie de experimento sociológico en el que la mayor parte de los habitantes de una ciudad sin nombre deciden de forma espontánea y sin acuerdo previo votar en blanco en unas elecciones municipales. Los políticos esperaban una gran abstención pero, para su sorpresa, el 60 por ciento votó en blanco. Se repitieron las elecciones ocho días después, y el 83 por ciento volvió a votar lo mismo. Esa mayoría social prefirió no quedarse en casa y no abstenerse en una especie de revolución pacífica de quienes estaban hartos de lo que pasaba y de lo que les ofrecían.
En España hoy el electorado de izquierdas está cabreado. Muy cabreado, desmovilizado e incrédulo tras la oportunidad perdida. Estar en el gobierno, ganar las elecciones, poder seguir en el Ejecutivo y haber preferido ir a unas elecciones porque al presidente Sánchez le hubiera quitado el sueño una coalición con Podemos, según ha asegurado esta misma semana en su primera aparición televisiva [en una frase en la que se refería a dar a los de Iglesias los ministerios de Hacienda, Trabajo e Industria], no ha hecho más que agrandar la distancia de los progresistas con sus representantes en el Parlamento. Esto sin entrar en quienes el 28-A decidieron meter la papeleta del PSOE en la urna para que no sumara el tripartito de derechas, a pesar de no haberlo hecho antes nunca. Un diputado escéptico lo expresa del siguiente modo: “Hace cinco meses nos votaron en mesas electorales donde nunca se habían encontrado papeletas del PSOE. Esa gente en noviembre no nos votará gratis”.
Si la de las anteriores elecciones fue para los socialistas la campaña del miedo a la ultraderecha, la del 10-N será la del voto útil y el miedo a la abstención. Sánchez sale al campo de juego convencido de que aumentar la victoria que tuvo el 28-A pasa por conquistar el centro. “A la izquierda ya la hemos perdido por humillarla innecesariamente”, lamentan quienes en el PSOE no acaban de entender la negociación fallida con Podemos. La Moncloa confía en que la baja fidelidad del voto de Ciudadanos –por debajo del 50%– y los bandazos de Rivera les ayuden a reforzar una mayoría que en abril resultó insuficiente para un Gobierno por la izquierda.
No lo tienen tan claro los expertos en demoscopia. Aun coincidiendo la mayoría en que el partido de Rivera es el que tiene la peor posición de salida ante las próximas elecciones, José Pablo Ferrándiz, doctor en Sociología e investigador principal de Metroscopia cree probable que el trasvase de voto de Ciudadanos al PSOE no sea tanto como esperan los socialistas por dos motivos. Uno, porque quien optó por el partido naranja el 28-A ya sabía del giro de Rivera hacia el centro-derecha y de su intención de sustituir al PP como partido hegemónico del bloque. Y dos, porque la mayor parte de su voto decepcionado y menos fiel dudará entre regresar al PP o quedarse en casa.
Tampoco ven en este momento los sociólogos que el PSOE pueda beneficiarse demasiado de una hipotética caída de Unidas Podemos, como prevén en el cuartel general de los socialistas. Los trabajos de Metroscopia pero también los de GAD3 detectan un suelo muy resistente en el partido de Pablo Iglesias, donde hubo un tiempo en que Pedro Sánchez, recuerda Ferrándiz, podría decirse que era el líder de Podemos por la alta valoración que le otorgaban sus votantes. El tiempo, el veto a Iglesias para entrar en el Gobierno y la percepción de que el presidente prefería unas elecciones a un pacto con Unidas Podemos ha anotado registros hasta ahora no conocidos en la valoración de Sánchez en el electorado de Iglesias.
Si a todo ello se suma que el PSOE tuvo una prima de 23 diputados el 28-A debido a la caída en picado del PP –que registró su peor marca en treinta años de historia–, los expertos coinciden en que a los socialistas les queda poco por ganar el 10-N. Ya lo ganaron todo, si bien la clave sigue estando en la participación y, dentro de ella, en cómo resulte finamente el dato en los distintos territorios. No será el mismo resultado para el PSOE si la abstención bate récord en Andalucía, Catalunya o Extremadura que en Galicia o Castilla y León.
Todo está, pues, abierto. Más si finalmente entra en juego el “factor Errejón” y el que fuera número dos de Podemos decide saltar de nuevo, como parece, a la escena nacional con candidatura propia. En ese caso, y aunque los socialistas confían en que arañe papeletas entre el electorado de Iglesias, los sociólogos no descartan que perjudique a Sánchez tanto o más que a su antiguo partido. En los trabajos de GAD-3, Errejón es entre todos los líderes de la izquierda el mejor valorado y a gran distancia del segundo, que sería el presidente del Gobierno en funciones. Su irrupción en el tablero zarandearía, sin duda, el mapa de la izquierda y haría aún mas impredecibles los resultados del 10-N.
Sea cual sea la decisión de Errejón, que se conocerá a principios de la semana próxima, la de Sánchez será una campaña que gire en torno a la moderación y la estabilidad en un contexto de incertidumbre por la sentencia del procés, el Brexit y la desaceleración económica. Y la derecha tendrá además, vaticinan en La Moncloa, muy difícil sostener el dibujo de un presidente dispuesto a seguir en el Gobierno a cualquier precio. Ni en su día aceptó las condiciones del independentismo para aprobar los Presupuestos Generales del Estado ni ahora ha querido pagar el precio exigido por los morados para seguir viajando en el Falcon. Y esto también formará parte del relato de su campaña.