La gente lo lleva como puede mientras la política sigue cogiendo las curvas a 140
No hay que dejarse engañar por el último descenso de la curva de contagios. La pandemia sigue estando en nuestras vidas, el proceso de vacunación avanza pero lentamente y los gobiernos estudian levantar algunas restricciones con el temor a un nuevo rebrote. Los ciudadanos se palpan las heridas emocionales y económicas y son conscientes de que 2021 no es el año de la euforia, sino el del cauto optimismo. Mientras tanto, los que están absolutamente desatados son los políticos, precisamente cuando se daba por hecho que se abría un periodo de casi dos años sin elecciones. Como los adictos a la adrenalina, no pueden pasar mucho tiempo sin saltar a las trincheras y hacer apuestas arriesgadas. Todo o nada. Órdago a la grande y a la pequeña. Todo el dinero al negro. Y después tienen hora reservada para tirarse en parapente.
Murcia los ha vuelto locos a todos. En cierto modo, la cosa empezó con las elecciones catalanas. Pedro Sánchez prescindió de su ministro de Sanidad (la pandemia, ya saben) y lo envió a la candidatura del PSC. Medida en votos, la decisión fue un éxito y parece que todos tomaron nota. En Murcia, Ciudadanos rompió su pacto con el PP y presentó una moción de censura junto al PSOE. Los populares se agenciaron los servicios de tres tránsfugas para neutralizar el desafío. Díaz Ayuso vio abierta una ventana y se lanzó a través de ella para convocar elecciones. Los votos perdidos por Cs le servirían de colchón y, en plena borrachera, dijo que aspira a la mayoría absoluta (sacó un 22% en los comicios de 2019). El PP procedió a saquear los restos del partido de Inés Arrimadas, que ahora tiene que hacer lo que sea con el fin de evitar el naufragio total.
Este lunes, tuvimos otro giro de la trama a golpe de noticia bomba. Pablo Iglesias anunció que deja el Gobierno y su cartera de vicepresidente por la que había luchado sin descanso en las negociaciones con el PSOE. No ha durado más que un año en el Gabinete. Ahora siente la llamada de la batalla y se autopostula como candidato de Unidas Podemos a las elecciones de Madrid. Y de algunos más.
Puesto a quemar etapas rápidamente, no sólo elige a Yolanda Díaz para sustituirle en la vicepresidencia, sino que la considera la mejor candidata de cara a las próximas elecciones generales. Por tanto, Iglesias abandona la política nacional, quizá para siempre o hasta la siguiente ocasión de sorprender a todos con otro salto mortal sobre un tejado del que faltan algunas tejas.
En un mensaje en vídeo, Iglesias pasó revista a los logros del Gobierno en este año –“sacando adelante políticas que hasta hace poco parecían imposibles”– y también a la lista no menor de tareas pendientes. Lo segundo resulta secundario. Antes de eso, está impedir un Gobierno del PP y Vox en Madrid: “Hoy es imprescindible hacer frente a esta derecha criminal”. ¿Cómo? Hay estrategias que no le convencen, como la que ha probado el PSOE en Murcia. “A la derecha no se la frena con partidos de tránsfugas, sino con una candidatura fuerte y con carácter”. Se refiere a la suya.
La iniciativa tiene un futuro incierto si Podemos no alcanza un pacto preelectoral con Más Madrid, el partido que dirige Íñigo Errejón. Ya tiene una candidata, Mónica García, que se ha bregado contra Díaz Ayuso en la Asamblea y que en un año ha adquirido una buena reputación en la izquierda madrileña. La posible reunificación de Iglesias y Errejón, por la vía interpuesta de una coalición electoral, añade más suspense al drama.
En una entrevista en 'El intermedio' en la noche del lunes, Iglesias puso las cartas sobre la mesa. Quiere unas primarias conjuntas de los militantes de Podemos, IU y Más Madrid. Es probable que el partido de Errejón responda con el hecho de que obtuvo 475.672 votos en las últimas elecciones autonómicas de Madrid. Unidas Podemos se quedó en 181.231 (en la mañana del martes, Mónica García confirmó que Más Madrid concurrirá en solitario a la cita del 4 de mayo).
Al ser la política española que más ha invertido en la polarización, Isabel Díaz Ayuso se sintió en la gloria al conocer la noticia. En su doble condición de mártir y santa, ahora podrá erigirse en la última defensora de la civilización occidental ante el comunismo ateo y en una mezcla de Juana de Arco, Agustina de Aragón y Eva Braun. Tendrá delante al Maligno, al Príncipe de las Tinieblas, al Stalin de Puente de Vallecas. Ella salvará Madrid, España, la Tierra y la mitad de la Vía Láctea. De momento, todos están en deuda con ella. “España me debe una”, dijo, por haber convocado las elecciones y provocado la salida de Iglesias del Gobierno de Sánchez. Ya saben los 47 millones de españoles que deben pasar por caja.
La candidatura de Iglesias hizo que Díaz Ayuso cambiara el eslogan de su campaña. Ahora es “comunismo o libertad” con el que inicia su cruzada. Si parece que ella vive aún en la Guerra Fría, lo entenderás mejor si escuchas su opinión desenfadada sobre las acusaciones de fascismo. No le ofenden. Más bien al contrario. “Cuando te llaman fascista, sabes que lo estás haciendo bien”, dijo en Telecinco. En ese caso, “estás en el lado bueno de la historia”. En el lado bueno y con una compañía escalofriante.
Igual es por eso que Díaz Ayuso ha empezado a sumar apoyos, incluido el del presidente de la Fundación Francisco Franco, que ha mostrado su “admiración creciente” por ella. Hay que admitir que Ayuso se ha trabajado a conciencia los apoyos de esta clase.
Fuera del mundo de las hadas, Miguel Ángel Rodríguez ya habrá tomado nota de que la candidatura de Iglesias elimina el riesgo de que Unidas Podemos quede por debajo del 5% y sin representación parlamentaria en la Asamblea de Madrid. Alguna encuesta la ponía en ese brete, lo que hubiera redundado en favor del PP.
Por otro lado, Iglesias ha decidido ir a la guerra en el terreno político que en principio es más propicio para la derecha (PP, Cs y Vox sumaron el 50,5% de los votos hace dos años en Madrid). Si además de no impedir una victoria de Ayuso, Iglesias queda en votos por debajo de Ángel Gabilondo (27% en 2019), el líder de Podemos habrá saltado a una piscina sin agua desde un trampolín de diez metros.
La política como sucesión de decisiones dramáticas con las que se deja con la boca abierta al enemigo está teniendo sus momentos más intensos en marzo. Es el zasca de Twitter elevado a la máxima expresión. El paraíso en la mente de los asesores que se sienten transportados a esas películas y series que necesitan un instante tipo 'cliffhanger' en cada escena o capítulo. Nuestros protagonistas no tienen la percha de Martin Sheen o George Clooney, pero nos conformamos con menos. Nos basta con que no parezcan salidos de una película de Berlanga. En este marzo, no estamos teniendo mucha suerte.
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