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CRÓNICA

El pajarillo que se comieron vivo los depredadores de la Operación Kitchen

Francisco Martínez en su comparecencia en la Comisión Kitchen.
1 de junio de 2021 22:40 h

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El ignorante y la víctima. El que no se enteraba de nada y el que sabe mucho pero no puede hablar porque está imputado en la Audiencia Nacional. El que sigue viviendo de la política aunque sea con un puesto menor y el que la abandonó asqueado por lo que había visto. Dos perfiles muy distintos aparecieron el martes en la comisión de investigación del caso Kitchen en el Congreso. El primero es Ignacio Cosidó, que fue director general de Policía en el primer Gobierno de Rajoy. El segundo, Francisco Martínez, que fue secretario de Estado de Seguridad.

Empezó Cosidó, que ha ocupado puestos importantes en el Partido Popular y que tuvo un final político penoso al haber desbaratado la renovación del Consejo General del Poder Judicial con un mensaje muy revelador enviado a los senadores del partido. Fue el conocido whatsapp, que él dice que no escribió pero que reenvió a sus compañeros, en el que se alardeaba de que el PP iba a controlar “desde detrás” la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.

Antes fue director de la Policía durante casi cinco años, y por eso estaba en el Congreso, pero lo mismo podía haber sido director general de Agricultura. Mientras en el Ministerio de Interior un grupo de comisarios se ocupaba de asuntos que están siendo investigados ahora en los tribunales, Cosidó no intervino en nada, no vio nada ni conoció a algunos de los personajes fundamentales de la trama, en especial a José Manuel Villarejo.

Eso contradice las declaraciones de algún comisario en la Audiencia Nacional, pero Cosidó no se movió de su posición. Estaba al frente de la Policía como podía haber estado en Nueva Zelanda. Varios comisarios se habían enfrentado a muerte y él estaba tranquilamente en su despacho ocupado en lo que fuera que hiciera. “O fue usted un negligente o un colaborador necesario”, le dijo Gabriel Rufián, de ERC. Eran dos opciones que no dejaban en buen lugar a Cosidó, por lo que este no picó en el anzuelo. En la práctica, optó por lo primero. Con tanta gente imputada, es mejor pasar por tonto o incompetente que por otra cosa. Lo de tener pocas luces no aparece registrado en el Código Penal como delito.

Cuando Rufián le recordó que 71 agentes intervinieron para investigar a Luis Bárcenas e impedir que hiciera daño al Gobierno de Mariano Rajoy, según un informe de Asuntos Internos, Cosidó no se dio por aludido: “Yo desconocía que hubiera un solo policía destinado a vigilar a este señor”. Setenta agentes implicados en una operación policial relacionada con el mayor escándalo político del momento y Cosidó abanicándose en el despacho.

“No se entiende que su superior jerárquico esté imputado, su inferior jerárquico esté imputado y que usted no se enterara de nada”, le dijo Jon Iñarritu, de EH Bildu. Lo mismo resulta que eso es perfectamente entendible si se trata de un político incompetente. En teoría.

Cosidó ya no es senador. El PP le buscó un puesto de asesor del presidente de Castilla y León sobre despoblación (es el que más cobra, 55.000 euros al año, sin que le hayan visto mucho en la sede del Gobierno). Con sus antecedentes, es posible que si desapareciera toda la población de provincias enteras, él tampoco se enteraría de nada.

Quien sí supo mucho más fue Francisco Martínez, el número dos de Jorge Fernández Díaz en Interior, y bien que lo está pagando. Los portavoces de la comisión le trataron con guante de seda bajo la idea de que es más víctima que responsable de graves delitos. Le llamaron “chivo expiatorio”. Alguien que “se está comiendo un marrón”, en expresión de Rufián. Se parte de la idea de que las órdenes las daba el ministro Jorge Fernández Díaz y que las ejecutaba el comisario Eugenio Pino, el todopoderoso número dos de la Policía.

Como secretario de Estado, a Martínez le correspondía el mando y coordinación de todas las fuerzas de seguridad, por lo que es complicado que pueda alegar desconocimiento. A diferencia de Cosidó, él no puede decir que no se enteró de nada. Y por eso está imputado.

Al inicio de la sesión, explicó que se acogía a su derecho a no responder a preguntas relacionadas directamente con los asuntos por los que le investiga la Audiencia Nacional. Los diputados lo entendieron. A pesar de eso, estaban obligados a preguntarle sobre ciertos asuntos, como el mensaje que envió al presidente de la Audiencia cuando se enteró de que había sido imputado: “Mi grandísimo error fue ser leal a miserables como Jorge (Fernández Díaz), Rajoy o Cospedal”. En ese momento, parecía que Martínez iba a tirar de la manta, la expresión recurrente cuando se habla de casos de corrupción en el PP.

El ex secretario de Estado dijo que no iba a hablar de mensajes que considera privados (es una razón que no puede alegar ante un juez). Pero sobre el mensaje de los “miserables” sí dijo que había que entender que lo escribió “en un momento en el que yo estaba roto”, se supone que decepcionado y enfurecido al descubrir las consecuencias de haber tenido a esos jefes en la política y en el Ministerio. “Cuando abandono la vida pública, lo hago con un sentimiento bastante amargado”, había dicho minutos antes.

Martínez sí comentó que lamenta haber llamado miserable a su antiguo jefe. De hecho, le pidió disculpas por ese ataque. Al final, ha comprendido que también debe negarlo todo en público si no quiere agravar su situación penal. No puede negar que conoció a Villarejo del que incluso aceptó una invitación a comer en Estepona cuando estaba de vacaciones. Villarejo le señaló como el coordinador de la Operación Kitchen, algo que él niega por completo. Otro comisario afirmó que le entregó un pendrive con material robado a Bárcenas. Otra acusación que él niega.

Lo que es indudable es que el Ministerio de Interior de Fernández Díaz era un nido de comisarios con la dentadura de los tiburones, el instinto depredador de los leones y licencia para hacer lo que quisieran. Un pajarillo como Francisco Martínez era una presa fácil de esa fauna indudablemente peligrosa. No dejaron de él más que los huesos.

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