Pedro Sánchez, 48 horas en el polvorín del odio
El mandatario extranjero que aterriza estos días en Jerusalén para entrevistarse con altos cargos del gobierno israelí llega a una ciudad en la que puede ver a parejas pasear el carrito de su bebé con un fusil de asalto colgado al hombro. Si se fija en alguna parada de autobús, la verá empapelada de carteles con los rostros de los rehenes de Hamás. Y también se encontrará un recibimiento que supone en sí mismo una ofensiva psicológica del ejecutivo de Netanyahu.
Junto a la Franja de Gaza, en el kibutz de Be'eri atacado por Hamás el 7 de octubre se llevan a cabo, entre el sonido de los disparos, visitas guiadas a mandatarios internacionales y a la prensa, que por un rato tienen ante sus ojos las huellas del horror que dejaron a su paso los terroristas. Casas arrasadas y quemadas, convertidas en escombros en muchos casos, y en las que llama la atención que se hayan mantenido intactos por casualidad algunos objetos de la vida cotidiana que parecen expuestos en un museo: una pequeña piscina hinchable, un correcaminos de bebé, un tendedero, unas gafas de sol, una pelota del Barça.
Además, quien despacha personalmente con el primer ministro Benjamin Netanyahu asiste obligado a una proyección macabra. Un vídeo, de unos 20 minutos de duración, que en realidad es una sucesión de imágenes de violencia extrema y explícita protagonizada por Hamás. Todo un bombardeo sensorial para el huésped de turno del anfitrión israelí. El recibimiento esconde una clara intencionalidad política: que quien asista a semejante barbarie pueda llegar a entender y a justificar la que también perpetra Israel en Gaza.
El plan, en vista de la inmunidad y de los apoyos internacionales de los que disfruta Israel mientras masacra a la población civil gazatí, parece salir según lo previsto hasta la fecha. Pero Netanyahu se topó esta semana con una pequeña piedra en el camino tras la visita de Pedro Sánchez, presidente de turno del Consejo de la UE.
El jefe del Gobierno español, de minigira por Oriente Próximo durante 48 horas, reconoció haber salido profundamente afectado de la visita al kibutz y del visionado impuesto por su homólogo israelí. “Es un dolor absolutamente injustificado que solo tiene un fin: la destrucción. Tenemos que rechazarlo y condenarlo y unirnos todos para que esto nunca vuelva a ocurrir”, dijo antes de abandonar la zona atacada por Hamás.
Pero Sánchez, a pesar de su condena reiterada a los ataques terroristas sufridos por Israel, se había saltado el guion diseñado por Netanyahu. Horas antes, frente al primer ministro y en la sede del parlamento israelí en Jerusalén, había condenado igualmente la matanza de civiles, miles de ellos niños, en territorio palestino. “El mundo entero está impresionado por las imágenes que vemos a diario de Gaza. El número de palestinos muertos es realmente insoportable”, le dijo a la cara.
El mensaje lo repitió al día siguiente, en el paso fronterizo de Rafah, única puerta de conexión con Palestina no controlada por Israel que, sin embargo, bloquea en la práctica con bombardeos continuados en las inmediaciones. “La matanza indiscriminada de civiles inocentes, incluyendo miles de niños y niñas, es totalmente inaceptable. La violencia solo conducirá a más violencia”, dijo Sánchez a unas pocas decenas de metros de Gaza y ante las cámaras de televisión de medio mundo, pendientes de la salida por esa misma puerta de los primeros rehenes liberados por Hamás.
En esa comparecencia, y a preguntas de la prensa española, Sánchez hizo un llamamiento a la Comunidad Internacional para abordar de manera urgente el reconocimiento del estado palestino, algo que no descartó que España pueda afrontar a corto o medio plazo de manera unilateral en el caso de no contar con aliados. Sus palabras tuvieron un gran impacto en los medios de comunicación de toda la región.
Porque cuando Sánchez pisó este viernes suelo de Rafah, el paso fronterizo entre Egipto y Gaza era un auténtico hervidero de periodistas de todo el planeta, de ciudadanos egipcios y palestinos que asistían expectantes a las primeras horas de alto el fuego y de cientos de conductores de camiones de ayuda humanitaria que esperaban para entrar en la Franja.
En los 45 kilómetros de carretera que separan el aeropuerto internacional egipcio de El Arish del paso de Rafah, y que discurren entre el desierto y el muro de hormigón que delimita la Franja, una hilera interminable de tráilers repletos de toneladas de comida y servicios básicos aguardaba en los márgenes del asfalto a que llegasen los permisos necesarios para entrar en Gaza a socorrer a una población hostigada por las bombas y el desabastecimiento. Un escenario estratégico en un momento clave que suscitaba las miradas del mundo entero y que redobló el impacto del mensaje explícito de Pedro Sánchez.
Aún no había alcanzado la delegación española el avión que le llevaría de vuelta a casa cuando saltó la noticia: el ministerio de Exteriores de Israel convocaba de manera urgente a la embajadora española en Tel Aviv y acusaba a Sánchez y a su compañero de gira, el primer ministro belga, de connivencia con el terrorismo. “Condenamos las falsas acusaciones de los primeros ministros de España y Bélgica que apoyan el terrorismo. Israel está actuando de acuerdo con el derecho internacional y luchando contra una organización asesina peor que ISIS”, trasladó Israel en una nota pública que citaba declaraciones de Eli Cohen, ministro de Exteriores Israelí.
El Gobierno español respondió con la convocatoria urgente también de la embajadora israelí en Madrid. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, calificó como “falsas” e “impresentables” las acusaciones del Ejecutivo de Netanyahu. En el equipo del presidente intentan templar los ánimos ante el choque diplomático con Israel, aunque admiten la profunda preocupación con la que regresa Pedro Sánchez tras constatar de primera mano en su encuentro del jueves en Jerusalén que el primer ministro israelí está muy lejos de abandonar “una lógica de guerra” y de “escalada de violencia”.
La percepción del presidente español se constató en la misma nota pública en la que Israel le acusaba de complicidad con los terroristas. “Reanudaremos los combates después del alto el fuego hasta la eliminación del gobierno de Hamás en la Franja de Gaza y la liberación de todos los secuestrados”, rezaba el comunicado que ahogaba cualquier expectativa de una tregua duradera.
Antes de que el viernes se pusiera el sol en el desierto que se extiende frente al paso de Rafah, se confirmó la liberación de 24 rehenes secuestrados por Hamás y de 39 presos palestinos. Del cielo de Gaza dejaron de llover bombas. Sin embargo, la esperanza de un alto el fuego sostenible apenas se mantenía con un hilo de vida este sábado por la noche. La confirmación de Israel de que “volverán los combates” se unió al retraso en la entrega de rehenes por Hamás, que denuncia que los camiones de ayuda humanitaria siguen sin entrar en territorio palestino bloqueados por la administración Netanyahu. A última hora de la noche, no obstante, fueron liberados otros 17 rehenes.
En algún lugar de la Franja permanecen retenidos el resto de secuestrados por los terroristas islámicos, algunos de ellos bebés y niños, mientras decenas de miles de gazatíes esperan la comida y los suministros bloqueados. Todas las piezas de la macabra partida de este conflicto, por tanto, parecen estar puestas para que el alto el fuego resulte apenas una ensoñación fugaz. Y para que la eterna pesadilla de quienes sufren el terror en cualquiera de sus formas a un lado y otro de este pequeño rincón del mundo se retome de manera inminente y por tiempo indeterminado.
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