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El PP se resiente tras 20 años de control en Madrid

El presidente madrileño, Ignacio González, y la alcaldesa, Ana Botella, en octubre pasado. / madrid.org

Andrés Gil

Ni la vertiente madrileña del 'caso Gürtel', ni los enfrentamientos públicos entre el exalcalde Alberto Ruiz-Gallardón y la expresidenta Esperanza Aguirre, ni la crisis de los espías, que ahora resurge, dejaron tan desorientado al Partido Popular de Madrid como lo está ahora. “Ni Nacho [por Ignacio González, presidente regional] es Esperanza ni [Ana] Botella es Alberto [Ruiz-Gallardón]”, comentan desde dentro del PP.

“Más que crisis, lo que hay es sentimiento de vacío”, explican otras fuentes, justo cuando se ha conocido este lunes que Aguirre abandona su puesto de funcionaria en Turismo -después de reintegrarse hace tres meses al Ministerio– y que se incorpora como asesora de la empresa de cazatalentos Seeliger y Conde, cargo que no le impedirá seguir como presidenta del PP regional. Y es que cada día hay un incendio. Los últimos, protagonizados por el exconsejero de Sanidad Juan José Güemes y el propio presidente a cuenta de su ático en la costa marbellí.

Ni Botella ni González tienen garantizado ser cabeza de cartel en las próximas elecciones locales y autonómicas, previstas para 2015. Las listas las aprueba Génova, y hasta diez meses antes de los comicios no se espera que se confirme a los candidatos: Rajoy ya colocó a Aguirre para la Comunidad y a Gallardón para el Ayuntamiento en 2003 ante la amenaza de Trinidad Jiménez, que forzó la salida del entonces alcalde, José María Álvarez del Manzano.

La situación puede repetirse ahora, toda vez que la erosión electoral del PP en Madrid está siendo grande por los numerosos conflictos abiertos y por el desgaste de tantos años en el poder (desde 1991 en la alcaldía y desde 1995 en la Comunidad).

Así, lo que en principio pareció un relevo previsible y tranquilo en las dos administraciones, se ha convertido en un problema donde antes no lo había. La autoridad de Gallardón y Aguirre, cada uno en su ámbito, no era discutida, y la confianza en su capacidad de liderazgo era indiscutible dentro del partido. Pero ahora las cosas son distintas.

Hasta tal punto existe sensación de vacío que, aunque el grupo parlamentario respalda en bloque a su líder, saben que su relación con Mariano Rajoy no es la mejor. Llegó a la presidencia después del pulso que echó Esperanza Aguirre, y en Génova y Moncloa prefieren otro cartel electoral. Además, todos en el PP cuentan con que en este año Rajoy moverá su Gobierno y se espera que salgan nombres del partido en Madrid. Pero la sensación de acorralamiento que existe por las movilizaciones en la calle hace que el cierre de filas hacia el exterior sea hermético. Al fin y al cabo, sólo unas elecciones pueden hacer cambiar de rumbo la política autonómica, y la mayoría absoluta del PP es cómoda tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad.

“No me gustan las bicefalias, eso se lo dejo al PNV [los nacionalistas prohíben en sus estatutos que el lehendakari presida el partido]”, dijo Esperanza Aguirre cuando se marchó en septiembre. Una bicefalia que combatió hasta que desalojó a Pío García Escudero de la presidencia del PP regional en 2003 para ocuparla ella. “Estaré disponible para lo que mi partido necesite”, dijo en su despedida. Pero, en realidad, el partido ha sido ella durante todo este tiempo: han pasado cuatro meses y Aguirre sigue siendo la presidenta del PP madrileño y la página web del partido, en la que es omnipresente, no deja lugar a dudas.

Incluso en su blog, que recoge sus columnas semanales en Abc, va dejando reflexiones de no poco contenido político:

“A esos intelectuales les caracteriza la obediencia, bien remunerada, eso sí, pero obediencia” (ver).

“Muchas de las aspiraciones que dice tener esa izquierda no son más que consecuencias del mensaje de Jesucristo” (ver).

“Los liberal-conservadores creemos que la escuela está para instruir a los alumnos, nuestros adversarios creen en el adoctrinamiento” (ver).

  • “El carácter político de las huelgas generales creo que está fuera de toda duda. Y, con la legislación hoy vigente, deberían estar prohibidas” (ver).

“Parece que se ha arrepentido de haberse marchado”, afirma un dirigente del PP. “Tomó la decisión en caliente, cansada como para afrontar una legislatura difícil”, explica. Quizá por eso mantiene su cuota de poder en la presidencia del partido, opina de todo lo que quiere sin cortapisas y hace gestos incómodos para Moncloa como ir a la prisión donde estaba encarcelado Ángel Carromero. Muy lejos de aquel “volveré a mi plaza de funcionaria” que entonó en su despedida.

Y, mientras, González permanece a la espera, en Sol. “Aguirre y González ya no se llevan como antes”, dicen algunos en el PP. Además, el presidente regional “tiene grandes enemigos” en el partido. Prueba de ello es el veto que empleó Rajoy para que no presidiera Caja Madrid y la forma en que Aguirre impuso su relevo: el presidente del Gobierno lo tuvo que aceptar como un hecho consumado.

Pero si la situación de González es delicada, la de la alcaldesa, además, es muy débil. Ninguno de los dos ha llegado al cargo a través de las urnas como candidato, pero es que en el caso del Ayuntamiento, seis de los primeros 12 puestos de la lista ya no son concejales. La tragedia del Madrid Arena ha sido el desencadenante de todas las dudas sobre la capacidad de Ana Botella para liderar la ciudad. Tanto González como Aguirre presionaron públicamente desde el primer momento para que se produjeran dimisiones, que se han ido escalonando de forma agónica. La última, el miércoles 9 de enero, cuando se precipitó la destitución de Miguel Ángel Villanuevadestitución de Miguel Ángel Villanueva como vicealcalde. “Comparar a Botella con Gallardón es imposible”, dicen dentro del PP.

La forma de abordar la crisis está siendo muy discutida en el partido, y hay quien duda que pueda agotar la legislatura. Otros ofrecen una interpretación alternativa sobre su futuro: “Dependerá de si prospera la candidatura olímpica [el corte se producirá en septiembre]; puede marcar su carrera”.

Mientras tanto, Botella intenta superar la crisis del Madrid Arena con un salto adelante maquillado de reestructuración austera. El Gobierno regional, por su parte, encadena movilizaciones cada semana, y la sensación de conflicto es permanente: la comunidad educativa, Telemadrid (860 despidos) y, la que más está erosionando a González, la sanidad por los planes privatizadores (con dimisiones de médicos sobre la mesa) y el cobro del euro por receta, que será recurrido al Constitucional por el Gobierno central. Y, de fondo, la crisis de Bankia, en la que la antigua Caja Madrid, en la que ha tenido mucho que ver el PP, ha sido nacionalizada y afronta 5.000 despidos.

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