El jueves a las 12.00 horas se constituyen las Cortes de Castilla y León. Será el primer test real para averiguar cómo van las negociaciones entre el PP y Vox para la investidura de Alfonso Fernández Mañueco. Lo que ocurra en la votación para la Presidencia del Parlamento autonómico dará una pista sobre las que hay opciones de que la ultraderecha entre por primera vez en casi medio siglo en un gobierno. Una decisión que marcará el camino para los futuros pactos en la derecha, el más inmediato este mismo año en Andalucía, y sobre la que ya se pueden intuir algunos elementos. El primero, que las opciones de que el PP gobierne pasan por Vox. El segundo, que en una semana han pasado de ser “extrema derecha” a no serlo.
El calificativo se lo puso el presidente del Comité Organizador del Congreso (COC) que encumbrará el próximo mes de abril a Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del PP. “Vox es un partido de extrema derecha”, dijo el pasado miércoles 2 de marzo Esteban González Pons, eurodiputado y exportavoz del partido con Mariano Rajoy, en su primera ronda de entrevistas tras su designación. Este lunes, cinco días después y desde el mismo cargo, el político valenciano se negó a confirmar sus palabras. “Como presidente del comité organizador, eso no entra entre mis atribuciones”, se limitó a responder.
El giro es consecuencia de la necesidad. Salvo con la excepción del propio Feijóo en Galicia, cuya Presidencia abandonará tras ser elegido para comandar al primer partido de la oposición, el PP depende de Vox para gobernar. Tras su última mayoría absoluta, el presidente de la Xunta dijo: “Cuando se le habla a la gente así de claro, el populismo no entra, ni el de extrema izquierda ni el de extrema derecha”. Pero la frase aplica poco en el resto de España. Hasta ahora lo había hecho de forma indirecta, con apoyo parlamentario. Así se lograron los que el todavía presidente del partido, Pablo Casado, llama “gobiernos de libertad”, en coalición con Ciudadanos y con los votos imprescindibles de la ultraderecha.
Pero la debacle del partido de Inés Arrimadas, laminado en Madrid y con apenas un solo procurador en las Cortes, ha cambiado la correlación de fuerzas en la derecha. Y Vox no está dispuesto a seguir apoyando al PP desde fuera. Lo hizo en Madrid, pero Mañueco no ha logrado los números de Isabel Díaz Ayuso. El líder del PP de Castilla y León ha intentado atraer a los partidos provinciales para rebajar la relevancia de Vox, pero de momento solo ha logrado avances con ¡Soria, Ya!. Sus tres procuradores pueden ser relevantes en la elección del presidente de las Cortes y animar al PP a intentar desligarse de Vox.
Aun así, los votos de la ultraderecha parecen imprescindibles para la investidura. Eso, o repetir elecciones. Y el partido de Santiago Abascal no tiene intención de ceder, según han declarado en público y, más importante, han trasladado al PP en las reuniones que han mantenido hasta ahora. De hecho, es la dirección de Madrid la que ha tomado el mando de la negociación. Abascal mandó a uno de sus principales asesores, Kiko Méndez Monasterio, una persona que tiene una condena en firme por ejercer violencia política en la universidad. En concreto, fue condenado por agredir a un joven Pablo Iglesias cuando este era estudiante de Derecho.
Feijóo, quien ha dedicado en el pasado duras palabras a Vox, ha mutado una vez más su perfil público para acondicionarlo a las circunstancias. “¿Hay un debate interno sobre cómo relacionarse con Vox?”, le preguntaban en una entrevista en El Mundo el pasado fin de semana. “Hay distintas sensibilidades porque el PP es un partido grande”, se limitaba a responder el dirigente gallego. Repreguntado, insiste Feijóo en la evasiva: “Son ellos los que tienen que definir qué son. Y después que contrasten lo que dicen con lo que hacen, y a qué familia política europea pertenecen. No seré yo quien utilice una etiqueta para descalificar a un partido político si ese partido niega ser eso”. En el Parlamento Europeo Vox se alinea con partidos como Fratelli de Italia, Demócratas de Suecia o Ley y Justicia, de Polonia.
Por si acaso, el futuro líder del PP descargó la responsabilidad en el propio Mañueco: “Verá si se puede encontrar una fórmula para el Gobierno en solitario, que es la mejor opción. Si no puede, y tiene que decidir entre repetir elecciones o acceder a algunas cuestiones con Vox, ya nos informará”.
La fórmula de Mañueco
La fórmula que plantea Mañueco es la de “primero el programa, luego los cargos”. Es decir, pactar el qué y, desde ahí, hacer menos doloroso en términos de opinión pública su presencia en los gobiernos autonómicos. Porque en Castilla y León todavía hay opciones de limitar la presencia de Vox en determinados sillones por la atomización de las Cortes, pero en otras latitudes el fenómeno no es tan pronunciado. De hecho, en algunas regiones ya están tomando nota ante la imposibilidad de alcanzar el Ejecutivo en solitario. A nivel estatal ninguna encuesta pinta un escenario en el que Feijóo pudiera siquiera soñar con gobernar en solitario o con una política de alianzas variables.
La casualidad ha querido que el día 10 coincidan la constitución de las Cortes con la proclamación de los candidatos a las primarias del PP. Salvo sorpresa, solo Feijóo presentará los avales. En ese caso el partido puede optar por ir directamente a la votación de los compromisarios en el congreso de abril. Si hubiera rivales que lograran los 100 avales, lo evidente solo se postergaría unas semanas porque todo el partido está volcado en el liderazgo del gallego.
Desde el Gobierno aumentan la presión y señalan que el calendario obliga a Feijóo a salir de la ambigüedad porque cuando llegue la investidura de Mañueco, el gallego ya será el presidente del PP y responsables de las alianzas. Este jueves, durante un viaje a Letonia, Pedro Sánchez decía: “Vamos a ver si se da ese primer paso hacia algo inédito y grave, que pueda haber un gobierno regional cogobernado por la ultraderecha”. Y zanjaba: “Son problemas que va a tener que enfrentar. Espero que recapacite y reconsidere la oferta que le ha hecho el PSOE”, en referencia al apoyo que los socialistas se abren a dar al PP si rompe sus acuerdos con Vox.