San Albert Rivera, mártir de España y enemigo de las “clases pasivas”
Una conferencia de Albert Rivera es como ir al Museo de El Prado a ver el cuadro de San Sebastián pintado por El Greco. “San Sebastián es un muchacho casi adolescente, imberbe y enjuto, de piel blanca”, dice la ficha que aparece en la página web. Siete flechas están incrustadas en su cuerpo de mártir. La mirada perdida en lo alto. Murió por todos nosotros y se quedó desnudo después de perder lo más valioso en política, los votos.
Desde entonces, ha realizado varias intervenciones públicas para que la gente compruebe que no se equivocó en nada. Tenía razón en todo, en especial sobre Pedro Sánchez, y los votantes fueron unos ingratos.
El expresidente de Ciudadanos estuvo en la noche del miércoles en el Club Siglo XXI de Madrid, presentado por una de sus grandes admiradoras –la vicealcaldesa Begoña Villacís–, junto a dos periodistas que no le aman menos. Marta Robles le preguntó, dolida en lo más hondo, cómo pudo haber dimitido hace tres años, porque “un capitán de un barco no se va cuando el barco se está hundiendo”.
No se le ocurrió decir que esa catástrofe ocurrió porque fue Rivera el que hundió el barco.
Recibió cuatro millones de votos en las elecciones de abril de 2019 y siete meses después perdió 2,5 millones. Pocas veces en política alguien pierde tanto caudal en tan poco tiempo. Él nunca ha reconocido los errores de estrategia que ayudan a explicar cómo se puede subir como un cohete para terminar cayendo en barrena. En algún momento alguien debió de equivocarse al apretar un botón. No puede ser que se precipitara al vacío sólo por la fuerza de la gravedad.
Rivera respondió que tuvo que asumir la responsabilidad de la derrota: “Unos lo llamarán abandonar. Yo le llamo dignidad”. Que conste que Robles no derramó lágrimas al escuchar esa frase, quizá no por falta de ganas.
Lo más que ha llegado en alguna ocasión anterior ha sido admitir que pecó “un poco de pardillo”. Se refería a que era difícil sobrevivir en un ambiente político tan polarizado (todas esas flechas clavadas en el cuerpo inerme de San Sebastián), sin reconocer que él también contribuyó a esa polarización. Rivera nunca fue con una pistola de agua a una pelea de navajas.
En la cita del miércoles, apuntó que “a veces hay que ser algo más cínico”, lo que él no fue, según su versión. Esto es como cuando a alguien le preguntan por su peor defecto y responde que la sinceridad. Tuvo tiempo para dar otra posible explicación: “Igual no quise ser presidente a cualquier precio”. Eso también podría haber provocado un río de lágrimas.
Pudo haber sido al menos vicepresidente de un Gobierno de coalición encabezado por Pedro Sánchez después de abril de 2019. A posteriori, ha sostenido que Sánchez ya sabía con quién quería pactar. Será por eso que el socialista prefirió ir a la repetición de unas elecciones en las que no tenía garantizada la victoria.
“Pedro Sánchez era y es la persona que más ganas tenía de ser presidente de España”, dijo. En ese esquema, Sánchez hace el papel del malo. Claro que en ese caso Rivera se adjudica a sí mismo el papel de tonto. Evidentemente, Rivera tenía tantas ganas de ser presidente como Sánchez, lo que es legítimo.
Rivera no quiso dar su opinión sobre la difícil situación en que se encuentra Ciudadanos, del que las encuestas nacionales prevén que puede quedarse fuera del Parlamento o con un puñado de escaños inferior a los diez que tuvo en noviembre de 2019. Tampoco opinó sobre su proceso de “refundación”, un intento desesperado por no desaparecer dentro de un año: “No soy nadie para dar consejos”.
A estas alturas, es posible que ya le dé igual y que él tampoco querrá molestar a sus antiguos compañeros. Casi ni una palabra de ánimo les dio. Ni un mal elogio para Inés Arrimadas.
En ese tono pesimista, comentó que “las reformas pendientes en España no van a estar en la agenda”. Es decir, las reformas que planteaba su partido. No ahorró previsiones alarmistas. “En España vamos a un modelo en que las clases pasivas predominan sobre la España productiva”. Resulta un poco duro escuchar a alguien desdeñar de esa manera a niños, estudiantes y jubilados. No forman parte de la España productiva. Como no producen, son pasivos. Está claro que se opone a la subida de las pensiones a la altura de la inflación.
Para resaltar que este tipo de decisiones se toman por puro cálculo electoral, admitió que cuando estaba al frente de Ciudadanos no hizo algunas propuestas que podían perjudicar a “las clases pasivas, los pensionistas”. Todo el mundo sabe que a los jubilados les encanta votar –más que a los jóvenes, desde luego–, pero nadie ha hecho una defensa de la democracia liberal afirmando que eso sea negativo.
Rivera no oculta que ya no presta la misma atención a la política. De hecho, dijo que ni siquiera está al tanto de las últimas noticias sobre su partido, el futuro congreso y todas las iniciativas que ha puesto en marcha no para ganar votos, sino para seguir existiendo. Pero algunas de las ideas que provocaron su defunción política siguen estando ahí.
Le preguntaron por la falta de médicos en España y el hecho de que muchos de ellos se vayan a trabajar fuera del país. Ni siquiera mencionó los sueldos o sus condiciones de trabajo. “Faltan médicos, pero sobran burócratas”, respondió. “Un día dije que había que reformar las diputaciones y casi me matan”.
Ese es un ejemplo del populismo que él dice despreciar. Prometer a la gente que se pueden solucionar los problemas estructurales graves –la financiación de la sanidad– sin asumir sacrificios. Los votantes de Ciudadanos en las ciudades grandes y medianas nunca han necesitado las diputaciones y por eso no les supondría ningún coste que desaparecieran. Probablemente, los habitantes de los pueblos pensarán de una forma diferente.
Para cerrar la sesión, volvió a disfrazarse de San Sebastián y resaltar lo mucho que le debe el país. “A mí me llamaron de todo porque demostré que Pablo Iglesias recibió siete millones y medio de euros para financiar a un partido”, dijo para responder a la pregunta de un expolítico venezolano. En realidad, Rivera no demostró nada. Estaba citando informaciones periodísticas basadas en las operaciones de la llamada brigada política del Ministerio de Interior.
Acabó la charla, se quitó las flechas de su cuerpo con las que se había presentado y volvió a su vida para recordar a todo el que le quiera escuchar lo mal que le ha tratado España.
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