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Crónica
Si esto es España y en el horizonte cercano hay elecciones, toca debatir sobre debates. Un clásico de toda campaña... Ahora es Madrid, pero antes pudieron ser Andalucía, Catalunya, Galicia o cualquier otra comunidad. Si la cita fuese nacional, el asunto abriría telediarios. La historia no es nueva: un candidato que se resiste a confrontar con sus adversarios, otro que pretende imponer el lugar del encuentro, un tercero que exige que el cara a cara sea solo a dos y un cuarto que quiere cuantos más mejor… Cualquier excusa vale para evitarlos. También el nombre del posible moderador, una práctica ya habitual en la política española y con la que ha transigido desgraciadamente el periodismo. Todo en la era de la telepolítica que inauguró el multipartidismo y en un tiempo en el que se dice más en un plató que en los parlamentos, cuenta más el relato que el discurso y la imagen se antepone a los proyectos. Han pasado 28 años después del primer cara a cara televisado, y nuestro país sigue sin regulación sobre un modelo que en el mundo anglosajón ni se cuestiona ni se evita.
Pasen y lean, porque Madrid no iba a ser distinto. En realidad, sí. Isabel Díaz Ayuso no tiene igual. Ni dentro ni fuera de sus siglas. Esta semana por primera vez desde que existe Telemadrid ha decidido ignorar a la televisión autonómica –que es en realidad lo que ha hecho desde que es presidenta– y ha exigido que la cita se celebre el 20 de abril, que haya solo un debate y que lo organice la Academia de la Televisión.
Telemadrid había propuesto celebrar el cara a cara entre los aspirantes a la presidencia al 29 de abril y ofrecía gratis la señal a todos los medios de comunicación. PSOE, Más Madrid y Podemos apuestan por la televisión autonómica, pero tampoco se atreven a aceptar la fecha propuesta por sus directivos y dejar a Ayuso ante la disyuntiva de acudir o dejar su silla vacía. “Después de todas las peticiones que nos han trasladado las cadenas, ya que el debate ha generado tanto interés, el director de mi campaña considera que lo óptimo es ampliarlo y dárselo a la Academia, que representa a todas las cadenas nacionales, como hizo Pedro Sánchez en su último debate electoral”, ha afirmado Ayuso.
En efecto, el espejo en el que se mira la candidata del PP es el de Pedro Sánchez, que para eso ha decidido convertirlo en eje central de su campaña hasta dejar en segundo plano a quienes compiten como ella por la presidencia de la Comunidad de Madrid. Ni Gabilondo, ni Iglesias, ni Mónica García, ni Edmundo Bal, ni Rocío Monasterio son competidores para el equipo de la presidenta. El 4M, según su estrategia, “los madrileños eligen entre Sánchez o Ayuso”. “A Iglesias ya logramos sacarle de La Moncloa y está por ver si obtiene el 5% que necesita para obtener representación en la Asamblea”.
El PP apuesta por separar lo máximo posible el debate de la votación para que haya tiempo de rectificar cualquier error en la intervención de la candidata que lidera todas las encuestas mientras que la izquierda prefiere que sea lo más tarde posible para mantener vivo hasta el día de las elecciones cualquier desliz que pudiese tener Ayuso. Una disyuntiva que podría tener sentido hace 20 años cuando no existían las redes sociales, que hoy multiplican por miles los impactos de cualquier declaración o imagen durante días, como sostiene Óscar López, uno de los socialistas con más experiencia en debates electorales. Exsecretario de Organización del PSOE y excandidato a la Junta de Castilla y León, López conoce todos los ángulos del formato. Ha participado como protagonista, ha preparado a varios socialistas para distintos cara a cara y ha negociado con el PP las condiciones de otros tantos celebrados en España entre 2004 y 2019, que dejó la primera línea de la política.
Los debates forman ya parte de una tradición nunca regulada en España y a la que dieron el pistoletazo de salida Felipe González y José María Aznar en 1993. Ambos se enfrentaron en un cara a cara moderado por Manuel Campo Vidal, un clásico en este tipo de citas. Eran tiempos de bipartidismo y dos no debatían si uno no quería. Ahora todo es distinto. Y la amenaza del atril vacío es una imagen que todos quieren evitar, aunque sea con la presencia de otra figura del partido, como hicieron los populares en 2015 en el primer debate a cuatro, organizado por Atresmedia y para el que Rajoy delegó en su vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
Cuando las encuestas son favorables, los equipos de campaña minimizan riesgos y se impone la máxima de que en un debate hay mucho que perder y poco que ganar. Entonces es cuando empiezan las excusas, las evasivas, las condiciones y las exigencias. Justo la dinámica en la que ha entrado el equipo de Ayuso a las puertas de una campaña ante la que, sin haber comenzado oficialmente, ya está movilizado el 92% del voto conservador mientras que el de la izquierda apenas acaba de pasar el umbral del 70%.
¿Puede un mal debate arruinar las posibilidades de un candidato? La respuesta está en Nixon. En 1960, durante el primer debate televisado de la historia de las elecciones estadounidenses, el todavía senador John F. Kennedy había cancelado todos sus actos para preparar la cita mientras que el republicano, sin embargo, había ofrecido ese mismo día un discurso en una sede sindical, desde donde se desplazó al plató de televisión, y una vez allí rechazó que le maquillaran. La imagen de Nixon fue la de un hombre cansado, con sudor en el rostro y bolsas bajo los ojos, especialmente marcadas por las luces en televisión.
Los expertos en comunicación política coinciden en que un error igual no hunde una campaña, pero sí puede tener un efecto negativo en tanto en cuanto se trata del acto central de la misma y el que tiene mayor cobertura en términos de audiencia. Así lo admiten en el equipo de campaña del candidato socialista, Ángel Gabilondo, donde creen que “las consecuencias de un error pueden ser multiplicadas hasta el infinito”. En este sentido, recuerdan que Ayuso no es una política “con especial habilidad ni capacidad retórica, sino más bien de argumentario”, algo que limita sus posibilidades ante las cámaras en un plató y con una audiencia millonaria. El segundo encuentro celebrado entre González y José María Aznar a mediados de los años 90 cosechó una cuota de pantalla de más del 73%. Y de todos los emitidos en España hasta ahora ninguno ha bajado de 8,9 millones de espectadores, mínimo que registró el celebrado en RTVE en abril de 2019, donde por primera vez se vieron las caras al mismo tiempo Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias.
Miguel Ángel Rodríguez, hoy jefe de gabinete de Ayuso y gran conocedor del formato desde sus tiempos con José María Aznar, sostiene que en los tiempos del bipartidismo los debates a dos tenían todo el sentido y decidían un porcentaje no menor de voto, algo de lo que hoy no está tan convencido por lo que han cambiado desde entonces tanto la política como la televisión. Un análisis que no comparte Oscar López, para quien cada vez hay un mayor porcentaje de electores que cambian su voto tras un debate por tres motivos: porque el sufragio es cada vez menos identitario, hay mayor transferencia de voto entre partidos y porque las papeletas cada vez se deciden más tarde.
Hay tres elementos también que, a juicio de López, han añadido dificultad a la celebración de los debates. El primero, la aparición de televisiones privadas y la consecuente proliferación de espacios para celebrar los cara a cara, una circunstancia que “el PP ha utilizado con frecuencia como excusa para enfrentar a los medios de comunicación”. De ahí que en algunas últimas citas se haya optado por que fuese la Academia de la Televisión quien hiciese de maestro de ceremonias, como ahora exige Ayuso para su campaña electoral.
El multipartidismo y la decisión de la Junta Electoral en 2016 por la que se avaló la presencia en los debates de formaciones políticas sin representación parlamentaria pero con un notable apoyo social en los sondeos han restado atractivo televisivo a los debates frente a los clásicos cara a cara entre dos candidatos. Una circunstancia que cuando Esperanza Aguirre concurrió a las elecciones municipales evitó que se convirtiera en un “todos contra uno”, tras proponer debates a dos y enfrentarse uno por uno a todos sus adversarios. Los cara a cara tienen además mucha más audiencia que los debates en los que participan varios aspirantes, que suelen acabar en una sucesión de monólogos, lo que sin duda complica la organización y la realización de los mismos.
López, que apuesta por un modelo educativo en el que se reforzasen las técnicas de oratoria como en los países anglosajones, añade un tercer elemento que ha complicado la celebración de este tipo de citas y es la proliferación de medios digitales y las redes sociales. Y es que todo debate televisado deja un momento, una imagen o un eslogan para el recuerdo “que se multiplica y amplifica por 10.000”. Ahí están el “indecente” que le propinó Sánchez a Rajoy en 2015; la foto de Montserrat Corulla que exhibió Miguel Sebastián en su cara a cara con Gallardón en alusión a su relación con una imputada del 'caso Malaya' o el adoquín que enseñó Rivera en el debate previo a las generales de 2019.
Nadie duda a estas alturas de que los debates juegan un papel decisivo en las campañas electorales de nuestros vecinos europeos, donde los “cara a cara” son una cita ineludible del periodo electoral. En Francia, Alemania, Italia y Reino Unido son las televisiones públicas las encargadas de organizarlos y en EEUU hay una comisión permanente que ha pautado los cara a cara entre aspirantes a la presidencia y la vicepresidencia desde 1988. En España, el PSOE ha sido el único partido que en una ocasión llevó a su programa electoral la necesidad de incluir en la LOREG la obligatoriedad de celebrarlos. Nunca se dio un paso más para aprobarlo. Los socialistas creen, pese a que sus socios de Unidas Podemos les piden lo contrario, que la ley electoral es una norma que no debe modificarse sin el acuerdo del PP que es el partido que más cálculo electoral hace de los debates.
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