Nadia Calviño y Yolanda Díaz no conviven dentro del Consejo de Ministros. Se soportan. Una es, tras el cese de Carmen Calvo a finales del pasado julio, vicepresidenta primera y responsable de Economía; la otra ocupa, tras el abandono de la política de Pablo Iglesias, la vicepresidencia segunda con la cartera de Trabajo.
Quienes las han tratado aseguran que ambas estaban llamadas a chocar desde el mismo momento en que se pactó la coalición, pero la virulencia de sus enfrentamientos –los más sonados, puertas adentro– ha sorprendido incluso a quienes desde el principio asumieron que ahí iban a saltar chispas. Quienes han asistido a algunas de las reuniones de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, el órgano donde están presentes todos los que tienen algo que decir en los números del Gobierno y que preside desde 2018 Nadia Calviño, relatan enfrentamientos por asuntos de lo más variopintos.
Sus perfiles reflejan con bastante nitidez el abismo que separa a los dos polos de la coalición. Calviño es dentro del Consejo de Ministros la más insigne representante de la ortodoxia de esas élites de Bruselas con las que había tratado los últimos lustros antes de recibir en 2018 el encargo de Sánchez para incorporarse a su Gobierno. Tan poco lo disimula que algunos de sus compañeros de gabinete (y no solo en los bancos de Unidas Podemos) daban por hecho hasta hace no mucho que sus movimientos en la vicepresidencia económica estaban más encaminados a un intento de hacer carrera en altas instituciones de la UE que a labrarse un medio plazo en el Gobierno de Sánchez.
Yolanda Díaz es una comunista bregada en las concejalías de Izquierda Unida en Ferrol, a la que salieron los dientes en las gradas de los astilleros de la ciudad naval, que se crió entre el humo del tabaco de las asambleas del metal contra la reconversión industrial de una comarca que no acabó de serlo.
Como Calviño, Díaz también estudió Derecho, pero lejos de encaminarse hacia los altos despachos de la burocracia comunitaria, se especializó como abogada laboralista. Si los orígenes sirviesen para explicar algo, una es hija de José María Calviño, el director de Radio Televisión Española en el primer Gobierno de Felipe González. El padre de la otra es un obrero encarcelado por la dictadura que llegó a ser líder de Comisiones Obreras en Galicia y se manifestaba contra las reconversiones de aquellos primeros gobiernos socialistas.
Díaz y Calviño coexisten en el Gobierno pero habitan dos planetas distintos. Y, a diferencia de lo que sucedió en la primera mitad de la legislatura, donde todo era pandemia, el éxito de la vacunación y la caída de los contagios han abierto un nuevo escenario político con los miles de millones de los fondos de Bruselas para hacer política más allá de la emergencia. Y la vicepresidenta segunda prometió hace un par de semanas en la fiesta del PCE que lo urgente es derogar la reforma laboral del PP, un compromiso fundacional de la coalición, que Sánchez llegó a refrendar con EH Bildu en una de las prórrogas del estado de alarma, y que se había ido aparcando en medio de la crisis sanitaria.
Así que Díaz se había puesto manos a la obra. “Ahora la reforma laboral”, ha repetido estas semanas a quien quisiera oírla. Antes que echar abajo la ley mordaza de Rajoy, que paradójicamente ha servido al Gobierno de Sánchez para multar durante el confinamiento, y de aplicar otros compromisos pendientes. El calendario le era propicio: apuntarse el tanto de tumbar el endurecimiento de las condiciones laborales impuestas por Rajoy contra el que claman desde hace casi una década la izquierda y los sindicatos sería el escaparate perfecto para que la dirigente más valorada del Gobierno lanzase su proyecto de unir a la izquierda del PSOE. El campo de juego también convenía a una dirigente comunista que ha llenado el Ministerio de técnicos muy reputados en derecho del trabajo y que acumula media docena de acuerdos con la patronal.
Y entonces, cuando llevaba cinco meses de negociación en las mesas del diálogo social, con los sindicatos y el ala más zurda de Unidas Podemos metiendo prisa, volvió a cruzarse en su camino Nadia Calviño para decir que la negociación de la reforma laboral comienza ahora y que todo lo anterior habían sido preliminares. Díaz y Unidas Podemos creyeron ver de nuevo a Calviño actuando por su cuenta por encima del pacto de coalición. Denunciaron la “gravísima injerencia” y pidieron una reunión urgente al PSOE para hacer seguimiento del acuerdo de Gobierno, meter en cintura a la vicepresidenta primera del Gobierno y espantar el fantasma de la tecnocracia comunitaria que creían de vuelta. Y entonces, antes siquiera de que los dos partidos se citen para resolver sus discrepancias, apareció Sánchez, precisamente desde Bruselas, para dar a entender que esta vez no es una idea suelta de Calviño, sino que la reforma laboral va a pilotarla también el PSOE.