Yolanda Poveda, cuidadora invisible: “A nosotros nadie nos pregunta si estamos bien”
500 kilómetros. Esa es la distancia que Yolanda Poveda (Cuenca, 1969) recorre en coche para que su hermana Sandra, con Síndrome de Down, pueda ver y visitar a su padre durante solo unas horas. El camino siempre es el mismo, siempre de ida y vuelta, cada fin de semana. Sin pereza, sin una sola queja o mala cara, aunque tenga otras mil cosas y preocupaciones en la cabeza.
Primero conduce desde Pinto hasta Aldea del Fresno —al oeste de la Comunidad de Madrid— para recoger a su hermana en el centro en el que vive cuando no están juntas. Después, inician la marcha hacia Montalbo, en Cuenca, el pueblo en el que se encuentra la residencia de su padre. Comen los tres juntos, recuerdan, sonríen. Y a desandar el camino… Cuando vuelve sola a Pinto ya de noche, después de dejar a Sandra, Yoli respira tranquila. Los 500 kilómetros han merecido la pena, siempre la merecen.
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Hace una tarde magnífica de verano. Las dos hermanas pasean despacito por el Parque del Egido, en el centro de Pinto. Yolanda viste una blusa verde esperanza, y lleva los ojos y los labios pintados. De vez en cuando, apoya la mano en el andador de Sandra para ayudarla en la marcha y dirigirla. La acaban de operar por segunda vez de la cadera y todavía se está recuperando. “Soy una mandona y la tengo todo el día dando vueltas por el parque, subiendo y bajando escaleras… En la última operación, la médico dijo que hacer esto le había venido muy bien”, explica bajo la atenta mirada de su hermana pequeña que ya tiene ganas de sentarse en el banco.
Ella sabe en primera persona que la labor de los cuidados es dura, invisible y poco reconocida. El 85% de los cuidadores no profesionales de personas dependientes como Yolanda son mujeres, según la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG). Aun así, esto no es para ella ninguna carga, nunca lo ha sido, no quiere llamarlo así: “A veces, los cuidadores nos sentimos agotados, la gente no nos pregunta si estamos bien. Porque yo, a veces, me agoto... Me siento agobiada, cansada, agotada, pero es lo que me han enseñado a ser como persona, a atender a mis mayores, a mi familia... Mi madre tuvo meningitis con nueve años y se quedó con retraso mental, así que fue mi abuela la que nos crio… Cuando ella falleció, me pasó el relevo”.
Yolanda lleva encargándose de Sandra desde que nació cuando ella tenía solo cinco años, pero también de su abuelo y de sus padres, a quienes en un momento dado, cuando no podía más, se vio obligada a ingresarlos en una residencia. “La gente se cree que es fácil, pero es muy duro”, explica intentando contener la emoción. “Yo me sentía mal porque en aquella época en mi pueblo no había nadie en las residencias y era como que les estabas abandonado. Yo no daba de sí, tenía que atender a mis abuelos, a mis padres, a mi hermana, mi casa, con dos niños pequeños…”.
Llegó a tener cuatro trabajos a la vez para “poder dar de comer” a sus hijos. Cuando salía de trabajar como asistenta del hogar en un domicilio de Madrid encadenaba contratos en centros comerciales y limpiaba en locales y clínicas: “Por desgracias de la vida, mi marido se marchó de casa un día y desde entonces llevo trece años sacando adelante sola a mis hijos…”. Incluso tuvo que pedir ayuda a Cáritas y a la Cruz Roja para llegar a fin de mes y que Daniel y Eva, cocinero e ilustradora, pudiesen estudiar y ser libres. Hoy ellos son su mejor orgullo, su gran equipo.
“Hay muchas familias que luchan entre ellos por cosas banales, pero como a mí la vida me ha dado tantos palos, cuando alguien viene contándome los problemas tan gordos que tiene, me quedo asombrada...”. Por eso, como su hermana Sandra —que no deja de admirarla asombrada durante toda la conversación— Yoli nunca pierde la sonrisa.
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