Víctor Parrado en una operación a risa o muerte
El cómico Víctor Parrado tiene la peculiaridad de haber llegado al mundo del monólogo por un recorrido poco habitual. Estudió Derecho en Barcelona y se dedicó laboralmente a recorrer España, como comercial. Tras quince años de trabajo, tomó la decisión de cambiar de vida de forma radical y centrarse en lo que más le gustaba: el humor. Después de formarse en diversas academias y junto a algunos especialistas en el mundo de la comedia ha conseguido abrirse un hueco. Comparte micrófono junto a Christian Gálvez en el De sábado de Cadena 100. Además representa, ahora en Madrid, su monólogo El peliculero, en la sala Pequeño Teatro Gran Vía en Madrid.
¿De qué va tu espectáculo El peliculero?
Pues la verdad es que El peliculero es un show que tiene un poco de todo. El cine está presente, obviamente, pero es un show autobiográfico basado en la técnica de stand up, con muchos elementos externos. Hay improvisación, bailo, canto, todo mal, pero lo hago y se trata un poco de buscar cine. Hay música, hay mucha interacción pero está todo basado en mi vida. Entonces hay un cierto paralelismo entre el cine y la vida que llevo hasta ahora.
¿Por qué te ha dado por el cine como tema central?
Uso el cine un poco buscando cierto paralelismo con mi vida, porque yo he sido muy loser. Uso películas como Ghost o Grease para explicar cosas que me han pasado, vivencias mías, buscar esos puntos de unión entre las películas. Me gusta mucho bailar y todo eso. Nunca me ha servido para nada. En el cine siempre funciona y en la vida real, no. Entonces, busco un poquito ese gag y ese punto de unión con mi vida. Por eso, lo de peliculero se refiere al que, como persona, que se monta películas.
¿También estás ahora en Cadena 100 con Christian Gálvez?
Empecé hace dos meses, en Cadena Cien. Estoy con Cristian Gálvez todos los sábados en un programa matinal en directo de nueve a dos. Ahí, pegando las chapas por la mañana en un programa en el que hay música y entrevistas y hay humor. También trabajo mucho para empresas. Vengo del mundo de la empresa y entonces realmente ahí me he dado cuenta de que la gente se ríe muy poco. De hecho, nos reímos poquísimo, porque he estado ahí quince años de comercial. Entonces, he vuelto al mundo de la empresa desde fuera, como cómico, para dar charlas para eventos.
¿Cómo te dio por cambiar de trabajar en una empresa a dedicarte a la comedia?
Pues fue por accidente. Estudié la carrera de Derecho. Luego me hice comercial porque no me vi como abogado. En 2012 me rompí el ligamento y estuve parado como siete o ocho meses. Realmente, en la clínica en la que yo estaba en Barcelona era tan aburrido ir cada día a hacer rehabilitación que empecé a hacer coñas. Me dedicaba a hacer concurso de chistes, montaba cenas con los pacientes y ahí conecté un poco con lo que me hace feliz, que es hacer reír a la gente. Me sentí útil. Por primera vez en la vida dije “¡Hostia! Pues esto no se me da mal. A lo mejor no es lo mejor que sé hacer pero no se me da mal”. Entonces, cuando regresé al trabajo entré en crisis otra vez con el traje y la corbata. Apareció un curso de comedia de Luismi Cómico y me apunté por curiosear. Empecé a formarme como hobby y una cosa llevó a la otra y a los dos años dejé el trabajo y me dediqué a la comedia.
No debe ser muy normal empezar la carrera de cómico en un hospital.
A mí el humor hubo un momento que me salvó la pierna, literalmente, cuando me operaron del ligamento. Yo estaba en quirófano. Era marzo de 2012. Me durmieron de cintura para abajo, pero me sedaron en la parte superior y no sé por qué, en mitad de la operación, me despierto con la boca super seca, fatal. Y veo aquella tela verde que te ponen, que no ves un carajo, pero al otro lado se escucha ahí con un montón de utensilios y cosas raras y herramientas. Te juro que lo primero que pensé fue: “Hostia, 2012, digo, a ver si con tantos recortes de sanidad se han quedado justos de anestesia”. Y lo segundo que pensé fue: “¿Cómo les aviso de que me estoy despertando?”. Pensé que si a lo mejor pegaba un grito, a lo mejor estaban ahí con el bisturí y “¡Fua!” y me cortan el tendón.
¿Llegaste a tomar alguna decisión?
Me salió como una manera super rara de avisar y es que saqué la mano por un lado y levanté el dedo índice, así como diciendo “que me estoy despertando, pero tú a tu rollo, pero que lo sepas”. En ese momento lo veía claro, pero ahora me imagino el alucine de la enfermera que, de repente, ve una mano que se asoma como señalando. El caso es que la enfermera destapó la tela que me cubría con unos ojos como de extrañeza y me pregunta: “¿Estás bien?”. Yo le digo: “Pues estoy despierto, ¿sabes lo que quiero decirte?”. Y ella, me dice: “¡Ah! Vale, vale. Ya estamos acabando”. A lo que yo le respondo de inmediato: “Que no tengo prisa ninguna. No tengo prisa”. Pues oye, empieza la tía a reírse: “¡Ja, ja, ja!”. Y el cirujano le sigue: “¡Ja, ja, ja!”. Todo el mundo allí descojonándose y yo, con la pierna que no sé cómo estaba, me acuerdo que le dije: “Ja, ja, ja, ¡pero acaba el remiendo!”.
¿Te has aficionado a practicar el humor en sitios peculiares?
Recuerdo una vez un ataque de risa involuntario, en un tanatorio. Se había muerto el padre de una amiga mía y hostia, vas ahí, pues dolido por la situación y con mucho respeto. Y era una misa y aparece el cura y se pone a hablar y la voz era muy parecida a la del Fary. Además, el tío empieza super serio y dice: “Buenos días. Hoy tenemos aquí al hermano Antonio”. Y claro, a mí me viene directamente el Fary a la cabeza. Yo por suerte estaba un poco atrás. Entonces le digo a mi hermano: “Es un poco El Fary, ¿no?”. Y dice: “Total, total”. El cura siguió hablando y cuanto más hablaba yo ya era como de “¡no, tío, cállate ya!” Y lo hizo largo. Es que le faltaba decir. “¡Era un fenómeno!”. Acabó diciendo: “Bueno, pues ya está”. Dijo, “bueno, pues ya está”, como el que cierra un chiringuito.
¿Conseguiste controlar la risa?
¡Qué va! No pude. Empecé a llorar de la risa y claro, hubo gente que se giró, como diciendo “¡Tío!”. Y yo intentaba decir: “Hostia, perdón, perdón”. Pero es que fue una risa de esas que no puedes, no puedes parar.
Contigo el espectáculo está siempre garantizado.
Es que muchas veces me ha ocurrido que he acabado haciendo algo que no debía hacer. Me han pasado muchas historias de estas en viajes. Me acuerdo una vez que estuve en Malawi y Zambia hace años. Yo tenía novia por entonces y a ella le gustaba mucho el trekking. Venga a caminar todos los días, y yo odio caminar. Y me acuerdo que en una caminata de estas íbamos con un guía que nos iba explicando ahí todo. Íbamos andando, a pleno sol, con treinta grados, completamente quemado y los pies reventados. Subimos a lo alto de una cima en la que había una mesa que era histórica porque la reina Isabel II de no sé qué había estado allí hacía muchos años. Y yo ya estaba tan cansado que decidí pasar del guía y sentarme en el suelo. Pues resulta que me senté encima de un hormiguero. Entonces, empiezo a notar un cosquilleo. Las hormigas en África no son como aquí. Si te muerden, ampútate el brazo porque lo has perdido. Veo que empiezan a subir y empiezo a rascarme y veo unas hormigas chunguísimas. Me empezaron a subir por los pantalones, por dentro. Ya me ves. Así que pegué un salto encima de la mesa sagrada histórica y me bajo los pantalones, porque era como de “me van a arrancar las peladillas”. Yo, ahí arriba, en calzoncillos, sacándome las hormigas como si fueran ladillas.
¿Nadie te echó una mano?
Veía a mi pareja mirándome alucinada y los dos guías como diciendo: “Te has bajado los pantalones encima de la mesa sagrada”. No sé qué le dije, pero uno de ellos me dijo algo así como: “What are you doing?”. Y yo, angustiado, le respondí: “¡Salvar mi vida!”. Y el tío flipando,. Como esta tengo un montón de historias de viajes en las que he acabado haciendo algo que no debería, pero te juro que era elegir entre mis peladillas o la mesa sagrada. Un friki, tío.
¿Eres de los que llevan el humor a todos los aspectos de su vida?
Para mí es un modo de vida. Sin humor, no concibo la vida. He pasado por momentos, como todo el mundo, complicados. Hace cosa de un mes cogí el coronavirus. Toda mi familia lo pilló y yo, no es que me riera de esa situación, pero sí que intentaba sacarle un poco de humor. Me decían: “¿Qué tal estás?”. Y yo respondía: “Parezco Mowgli. Sólo como plátanos”. No tenía hambre para nada. Me bajaba de la cama reptando porque no tenía fuerzas, iba a la nevera y pensaba: “Al menos, estoy perdiendo peso”. Siempre le busco el lado positivo a la vida. Creo que el humor es realmente una vacuna y creo que esa sí que debería administrarse mucho más entre la gente.
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