Amaya Uranga: “Estamos pasando por un estado aberrante, necesitamos más sentido común”
Eres tú siempre será ella. Una dulce cenicienta bilbaína que no tuvo más hada madrina que Valentina, “una vieja guitarra regalada llena de parches y esparadrapos”. Acariciando su mástil, comenzó a cantar en el baño, el único sitio a veces vacío de una casa con nueve hermanos.
Como una promesa fue ella, la pequeña que jugando a tocar acordes aprendió sola a versionar los discos que atesoraba su padre mientras quería ser de mayor enfermera.
Como una mañana de verano aquella niña, que llegó a amar tanto la música que nunca pensó profesionalizar su pasión, se convirtió en una adolescente que se divertía cantando folk americano con amigos y hermanos en fiestas universitarias.
Como una sonrisa luminosa fue para Juan Carlos Calderón escuchar por casualidad una cinta grabada por ella y el resto de los componentes de su grupo Voces y guitarras, buscarlos, firmar de inmediato un contrato con ellos, componer sus nuevas canciones y presentarles al mundo como Mocedades.
Como lluvia fresca en las manos fue aquella veinteañera de dócil y dulce aspecto que, arropada por su banda, entonaba inteligentes melodías de libertad, a menudo disfrazadas por historias de amor, e incluso una versión de un texto litúrgico, Pange Lingua, que enfureció tanto al obispo de Madrid que prohibió la difusión radiofónica del tema.
Como fuerte brisa fue una de los solistas que enviaron por sorpresa a Eurovisión con una mochila de responsabilidad tan cargada que solo fue capaz de abrir la boca, para regalar magia a nuestros oídos, cuando escuchó al mánager Emilio Santamaría gritar “¡Aupa!: ”Oye, eso fue como respirar“.
Como agua de nuestra fuente fue aquella joven vasca que, escoltada por los coros privilegiados de sus cinco compañeros, alzó a nuestro país a una segunda posición en el festival y, sin ganar, acabaron siendo los rotundos triunfadores: vendieron un millón de copias solo en EEUU y su canción se convirtió en un himno mundial.
Como el fuego de nuestro hogar al que extrañamos cuando se apaga, tras dieciséis años de giras, conciertos, anuncios de televisión, doblaje de películas, y el desgaste de los intereses comunes del grupo, la artista se bajó de los escenarios “para respirar y parar”. Después de cantarle a Gardel con la frente marchita, de susurrar a Serrat historias de amor y sueños de poetas, de corear al arrullo de Dios con María Dolores Pradera y proclamar con Sabina que cualquier tiempo pasado fue peor, volvió a buscar compañía.
Como una guitarra en la noche se rodeó de El Consorcio para mimar lo mejor del ayer y, con más palabras de amor, sencillas y tiernas, volver a iluminar todo nuestro horizonte.
Eres tú es Icíar Amaya Uranga, “la voz femenina más portentosa de la década de los 60, 70 y 80”, la joven que derrochaba dulzura, pero nunca quiso ser princesa sumisa ni vivir del cuento. La mujer que un día se preguntó “¿Dónde estás, corazón?” y respondiendo “No oigo tu palpitar”, rechazó ser una famosa de éxito para ser una artista de valor: “La música ni se toma ni se deja, está contigo. Puede cambiar el mundo porque puede cambiar a las personas”.
Acunada por el folk americano
Quizás porque creció alumbrada por la calle Esperanza de Bilbao. Tal vez porque siempre le atrajo, como un imán, la colección de discos de música folk que el aita había traído como un tesoro de EEUU, donde vivió su infancia y juventud como hijo de emigrantes. También porque sus ocho hermanos menores cantaban siguiendo la batuta de su padre, delineante de Aceros Echeverría, y de su madre, ama de casa. Y muy probablemente porque la música era la única nota de color de un mundo en el que, mientras ella abría los ojos, se iniciaba la Guerra Fría y nuestro país continuaba teñido de oscuro sumido en el aislamiento internacional: “La memoria histórica de los vascos lleva música. En el País Vasco, cantar es algo con lo que uno nace. La música siempre ha estado presente en mi vida. Desde aquellas subidas por las colinas de Zurbarán cantando en familia hasta cuando mi padre me llevaba al kiosco del Arenal para escuchar a la Banda Municipal o cuando íbamos a ver concursos de otxotes, las agrupaciones corales vascas”.
En aquel tiempo con menos relojes porque lo urgente no se confundía con la prisa, a ella siempre le gustó cantar: “Sin embargo, jamás pensé en dedicarme profesionalmente a la música. Quería ser enfermera, pero no me gustaban los estudios. Aprendí algo de fisioterapia y lo dejé. Entonces, en mi casa me dijeron: ”¡A estudiar Secretariado!“. No me interesaba nada, no soportaba la taquigrafía y comencé a refugiarme en la música”. Sin saber tocar ningún instrumento, Amaya cogió en sus brazos a “Valentina” y aquel abrazo cambió su vida: “Mi tía Makutxa me regaló una vieja guitarra llena de parches y sola fui aprendiendo acordes. Otra tía me traía discos de Norteamérica e iba formándome. A veces tocaba con dos amigos y también hacía grupo con mis hermanas, Estíbaliz e Izaskun, éramos las Hermanas Sisters. Cantábamos canciones de Dylan, de Atahualpa, de Joan Báez, de Peter Paul and Mary, de Pete Seeger, de The Beatles…” En la senda de la formación, la oportunidad llamó a su puerta: “Un día nos ofrecieron cantar en la inauguración de la tuna de la Escuela de Ingenieros de Bilbao, en el Coliseo. A nuestro pequeño grupo se sumaron hermanos, éramos cinco Urangas, y varios amigos. Y allí empezó el grupo Voces y Guitarras”, el germen de lo que una discográfica rebautizaría como Mocedades.
Rotando para comer
Ni treinta y cinco años fumando “hasta tres paquetes diarios” han podido con unas cuerdas vocales tocadas por los dioses que continúa tensando, aunque lejos ya de humos. Es el aroma fresco de la colonia que su madre le ponía cuando era niña y que hoy sigue usando, el que le lleva a momentos dorados cantando en familia, a ratos placenteros de lectura de las novelas policíacas de Agatha Christie y de El corazón de piedra verde de Salvador de Madariaga y a tardes de jueves en Radio Popular presentando sus primeras versiones. También a la caprichosa casualidad que cambió el rumbo de su vida: “Un amigo se llevó a Madrid una de las cintas que Voces y guitarras grababan cantando en la emisora. La maqueta llegó al compositor Juan Carlos Calderón y este, de la noche a la mañana, les convirtió en un grupo que dejaba los escenarios de clubes parroquiales y de fiestas juveniles para cantar en televisión Happy Christmas amadrinados por la gran estrella de aquel 1969, Marisol.
Mientras los años setenta nacían con el impacto de la muerte de Jimi Hendrix y el escándalo del Watergate, en España, todavía amordazada por una dictadura que sin saberlo caminaba hacia su final, comenzaba el milagro económico, los 600 y R-8 ya no eran una rareza en la escasa red vial, y la nueva Ley de Educación estrenaba el COU, el curso previo a la entrada en la Universidad. Buñuel regresaba al país para grabar Tristana aunque la taquilla se decantaba por el cine patrio de Paco Martínez Soria. Un valenciano, Nino Bravo, conquistaba las emisoras entonando Te quiero, te quiero y, entre tanta sentida declaración, sonaba Camilo Sexto, Víctor Manuel y un exfutbolista, Julio Iglesias, que cantando Gwendolyne había conseguido un meritorio cuarto puesto en el Festival de Eurovisión.
Para la nueva banda de Bilbao se sucedían las actuaciones, “teníamos muy buenas críticas, pero aquello no daba para comer y éramos nada menos que ocho”. El estómago y las facturas se impusieron a las promesas, por eso se redujeron y fueron rotando varios de los cantantes. Una de las hermanas de Amaya, Estíbaliz, y su pareja, Sergio Blanco, abandonaron el grupo en 1972, tres años después de que Mocedades sacara su primer disco. Bajo la dirección de Calderón, quien además de componer, producía y arreglaba los temas, fueron sumando más y más aplausos. Con armonías vocales excelsas, las canciones, a menudo envueltas en textos de amor, enmascaraban las ansias de libertad de un país en el que aún la censura se aplicaba a conciencia: “Yo nunca he escrito lo que canto, pero comparto muchas de esas realidades. Para mí las letras son esenciales en la canción e incluso me he negado a cantar algunas cuando no estaba de acuerdo con las letras”. El casamiento de Negros, la composición de Violeta Parra con cuyos derechos de autor la chilena pudo comprarse un terreno y construir a su familia una casa, “y nuestra balada Tómame o déjame son las canciones con las que me he sentido más yo y más cómoda cantando”.
“Eurovisión lo cambió todo”
“Nunca me han gustado los concursos musicales”. Sin embargo, apenas cinco años después del nacimiento de Mocedades, “de repente nos dijeron: 'Os vais a Eurovisión'. Aquello lo cambió todo”. Sobre el escenario del Gran Teatro de Luxemburgo, el 7 de abril de 1973, el sexteto formado por los hermanos Amaya, Izaskun y Roberto Uranga, y Javier Garay, José Piña y Carlos Zubiaga, con trajes ellos y abotonadas ellas desde el cuello hasta los pies, interpretaron una nueva composición de Calderón, “Eres tú”. Una larga ovación, récord de puntos jamás obtenidos por nuestro país en el festival, y una segunda posición en la tabla final solo superada por cuatro puntos de la luxemburguesa Anne-Marie David, fue el resultado de aquella noche en la que, por primera vez, se pudo ver, en España, el concurso en color. Aquel día también cambió la historia para el sexteto bilbaíno: “Yo lo pasé muy mal porque me habían mentalizado mucho de la responsabilidad, pero, al final, salimos a cantar y estuvo muy bien. Cuando acabó, lo pasamos genial con los irlandeses, nos tomamos todo el whisky que había allí y nos vinimos a Bilbao. Y sin quererlo, aquello empezó a crecer de una manera que jamás hubiéramos imaginado”. Un millón de copias del Eres tú en castellano y en inglés se vendieron solo en EEUU. La canción se editó incluso en Vietnam y se versionó en varias lenguas: “Los americanos la cantaban en las iglesias, pero también en las universidades para aprender nuestro idioma”.
Aquí se convirtieron en el grupo de moda. Aclamados y reclamados por todos “en una época en la que las canciones perduraban mucho más”, las voces del grupo se podían escuchar en los anuncios de televisión, se colaban en las primeras cintas del cine de destape, como en Las adolescentes de Pedro Masó, en las emisoras de radio, en el Festival de San Remo e, incluso, en series de dibujos animados dando La vuelta al mundo en 80 días con Willy Fog. La inconfundible voz de Amaya se hizo reconocible internacionalmente con otros éxitos como Tómame o déjame, El vendedor, La otra España, Secretaria, Desde que tú te has ido o Solos en la Alhambra. Las giras y los conciertos se sucedían sin descanso y, mientras algunos componentes de la banda reclamaban al productor cantar y no hacer solo coros para la solista, ella se desgastó y la luz del alba se oscureció. En 1984, cuando España tarareaba Amor de Hombre, los dieciséis discos de Mocedades se vendían como churros y en el rostro de la artista aún había cicatrices del grave accidente de tráfico que la banda había sufrido, cantó “quién te ha dicho que yo no sé cerrar nuestra última página” y la mayor de los Uranga dijo adiós: “Muchos me recuerdan por mi etapa en Mocedades, pero a mí nunca me gustó ese nombre. Me dirán, 'a buenas horas lo dice esta', pero es así. El nombre lo puso la discográfica. Hoy me veo en el papel de 'más edades' que en el de moza”.
De solista a El Consorcio
“Cuando me bajé del tren de Mocedades estaba muy cansada. No dejé la música sino el mundo del espectáculo, que es demoledor, durísimo”. Regresó a su sitio, “a mi casa y a la de mis hermanos”, dejó de arrastrar maletas, se alejó del fenómeno fan “que no me gusta”, volvió a disfrutar de la música sin obligaciones, del Mediterráneo de su amigo Serrat, “el disco que no me canso de escuchar”, de su colección de cerámicas y de su afición por cocinar: “Al que le gusta comer, acaba cocinando normalmente”. Pero en aquellos dos años de sosiego le faltó “el escenario y el público”.
En 1986 decidió Volver con su primer disco como solista versionando a sus cantautores favoritos como Aute, Joaquín Sabina, Billy Joel, Jim Croce, Caetano Veloso, y también con un repertorio de boleros. Después se sumó a Miguel Ríos, a Víctor Manuel, a Ana Belén y al propio Sabina para entonar que Cualquier tiempo pasado fue peor. Recreó en euskera temas procedentes de la cultura popular del País Vasco y después de hablar con Armando Manzanero, respondió a la propuesta de su amiga Rosa León para conmemorar el cuarenta aniversario de la radio en España. La celebración le llevó a volver a cantar con sus hermanos Iñaki y Estíbaliz, y con dos de los históricos de Mocedades: Sergio Blanco y Carlos Zubiaga. Y como el que tuvo, retuvo, de aquella puntual colaboración en 1994 nació El Consorcio, “una unión de intereses entre hermanos” que después de veintisiete años de melodías y del fallecimiento de uno de sus integrantes, Sergio, exhibe el premio Excelencia Musical de los Grammys Latinos: “A pesar de la edad que tengo y de mi pelo cano, del cual me siento muy orgullosa, creo que no he llegado al máximo esplendor. No he llegado a mi meta en la vida ni me gustaría. ¿Qué queda después de la meta? Solo te queda bajar.
Desafiando a la ley de la gravedad, con una voz que nos lleva a las alturas y una pierna cargada de titanio, Amaya Uranga Amézaga despide su Playlist. Antes de repasar repertorio para el próximo concierto el 25 de julio en Las Palmas de Gran Canaria, regresa al cine de John Steinbeck y a su película favorita, Las uvas de la ira, para tratar de entender por qué “formamos lo mejor y lo peor de este estado absolutamente aberrante por el que estamos pasando ahora y para el que necesitamos tener mucho más sentido común”. Preocupada por el tiempo que nos toca vivir, pero con la huella de la sonrisa y el sosiego que solo deja la música, recuerda que “el éxito solo consiste en obtener lo que se desea, pero la felicidad es disfrutar lo que se obtiene”.
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