- Juan Ignacio se hizo viral por un vídeo que colgó en Facebook buscando trabajo. Pero fue noticia por tener síndrome de down
“Me gustaría trabajar, atender al público, tengo una discapacidad, una enfermedad, pero soy muy útil, muy trabajador, soy igual que todos los demás”, así dice Juan Ignacio en un vídeo que se hizo viral.
Los titulares lo vendieron como “el vídeo emotivo” que inundó las redes sociales. Si Juan Ignacio no tuviera síndrome de down no hubiera aparecido ni en los paneles de anuncios de cualquier bar de barrio. Pero se presupone que Juan Ignacio lo tiene más complicado que el resto porque se le infantiliza al tener una copia extra de un cromosoma.
De primeras puede parecernos tierno y digno de alabanza, pero si ahondamos un poco en el origen es cuando le vemos las orejas al lobo. El lobo es la sociedad competitiva en la que vivimos y nosotros somos la Caperucita.
Tenemos un problema cuando el hecho noticiable es la mínima integración que existe de la diversidad funcional en el mercado laboral. Decir que las personas con discapacidad deben tener los mismos derechos y oportunidades a estas alturas me cuesta hasta escribirlo, pero lo haré de nuevo.
Cuando alguien con algún tipo de discapacidad realiza –o lo intenta- alguna actividad que no se le presupone, los medios y por contagio todos, ponemos medallas a los campeones. Para luego olvidarlos. Se venden noticias de momentos puntuales positivos de superación, pero ¿qué superación es la que nos venden? Aquí está el quid de la cuestión.
Si bien esta discriminación positiva es fundamental para motivar a muchas personas a tomar la iniciativa y el control de sus vidas, ese falso “instinto de superación” puede llevar a engaño y frustración. Si entendemos que la novedad es la superación de la persona con discapacidad, estamos dando por hecho que es un caso aislado.
Es cierto que las personas con diversidad funcional y depende de cuál sea su caso, tienen más barreras para abrirse hueco en esta sociedad, pero especialmente si estamos hablando de competitividad y productividad. Nos quieren máquinas. Y hay quien puede apretar el acelerador más fuerte y quien necesita hacer pausas en el camino o cambiar de marcha. El problema es que se suele penalizar al que camina más lento y se premia –y no siempre- a quien le pisa fuerte. Aunque la velocidad permitida sea otra.
Por algo las cifras en el desempleo con personas con discapacidad son escandalosas. Estamos hablando de un 31 por ciento, tasa que es aún 9,1 puntos superior a la registrada en la población general, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
A las empresas no les interesa contratar a personas que tienen “ciertas limitaciones”, a las empresas no les interesa contratar a alguien que no trabaje 24 horas a todo trapo y sin rechistar. Vivimos en un Metrópolis continuo, que si ya es complicado para personas sanas y jóvenes, imaginen para las que tienen alguna dificultad extra.
¿Desde cuándo se puso de moda esto de vivir para currar y no al revés?, ¿desde cuándo se ha establecido una normalidad en esta economía perversa que bonifica a quienes más tienen y penaliza a los que vamos a gatas? En un país justo deberían respetarse los derechos fundamentales, pero ¿qué demonios era eso?
En el film de Lars Von Trier Bailar en la Oscuridad podemos ver a una trabajadora –interpretada por Björk- que se deja la vida en la fábrica de un pueblo del EEUU profundo. La vida y la vista. Intenta esconder sus problemas de visión, porque es madre soltera y necesita dinero para cuidar a su hijo enfermo. En este auténtico dramón con pinceladas de luz gracias a su toque musical, vemos un reflejo de la realidad. Si tienes discapacidad es más que probable que no te contraten, pero si lo hacen tendrás que hacer piruetas y el pino puente para no fallar. Es necesario ser productivo para ganar un salario, y después consumir para que la economía crezca en manos de unos pocos que te seguirán dando trabajo cada vez más y más mísero. Pero hemos de dar las gracias. Virgencita que me quede como estoy, rezamos muchos. ¿Hasta cuándo?
La productividad está sobrevalorada. Tanto cobramos, tanto valemos. Eso hace creer a las personas con diversidad funcional que son menos útiles y les aleja aún más del mercado laboral y de la autoestima. No creen ser capaces de alcanzar la meta y no es para menos porque es una meta inalcanzable.
La productividad está sobrevalorada, pero cotiza en Bolsa al alza. ¿Dónde quedamos las personas en medio de todas esas cotizaciones bursátiles? Una sociedad se construye en común, en positivo e incluyendo, sean cuales sean las dificultades que tengamos en cada momento. En una sociedad justa no debería ser necesario anunciarte y ser viral para que contaran contigo como uno más. De no ser así estamos hablando de un Gran Hermano a escala mundial o de un Battle Royale, película japonesa en el que adolescentes pelean entre sí luchando por la supervivencia. ¿Y no es acaso algo parecido lo que está ocurriendo? Los penúltimos robándole unos centavos a los últimos, como si fueran a heredar la empresa de Amancio Ortega.
Esta competición constante nos deja fuera de una vida digna y muy lejos de ser una sociedad encomiable. La diversidad funcional no necesita medallas, pero tampoco bailar en la oscuridad entre vallas infranqueables. Tomemos nota.