La felicidad es escuchar a Bob Dylan en el salón de tu casa mientras esperas a unos amigos a cenar. En el momento de escribir este post llevo 4 días en mi casa y la verdad es que estoy de lujo. Hoy me preguntaba mi padre si no me aburría. Para nada. Pasada la edad en que una casa sin padres es una invitación a montar una fiesta, ahora valoro el silencio, la luz natural y la soledad elegida y dosificada.
Pues de eso se trata la emancipación. De hacer lo mismo que hacías en casa de tus padres pero sin que nadie interrumpa la escena de una serie ni te llame para cenar. De alguna forma, las horas cunden más.
Por el momento el asistente personal - Domingo a partir de ahora- y yo nos estamos tanteando. Yo le explico que quiero comer la mitad de lo que me pone en el plato y él se preocupa si no me oye la primera vez que le llamo para que me limpie después de ir al baño. Ya perdonarán la grosería pero es el momento más importante del día. Puedo pasar 48 horas sin comer, puedo dormir una noche con las prótesis puestas y entro y salgo de casa sin ninguna ayuda. Pero ay, el baño. Durante años he acostumbrado a mi cuerpo -con más o menos éxito- a llevar los horarios de mis padres. Ahora toca enseñarle los horarios de Domingo. Cuestión de tiempo.
En realidad, Domingo está poco en casa. A la hora de dormir, desayunar, comer y cenar: cuando realmente necesito ayuda. En cierto sentido, tengo las mañanas y tardes libres. Se agradece.
Estos momentos de relax sólo se interrumpen por el ring ring del teléfono inalámbrico. Durante los últimos años, me negaba a cogerlo en casa de mis padres; nunca era para mí. Ahora suena 5 o 6 veces al día. “¿Has comido? ¿Seguro? ¿Y qué vas a cenar? ¿Sólo eso? ¿Estás bien, no?” Preguntas razonables. Lo malo es que, por ahora, mi teléfono no identifica las llamadas entrantes y, claro, no puedo seleccionar a quién quiero contarle que sí, que como 3 veces al día :)
También he comenzado a usar Facetime, el servicio de videoconferencia de Apple. Me parece mucho más sencillo que Skype; compré un iPad a mi madre sólo para que utilizara esta aplicación. Bendita tecnología.
Por ahora, pues, todo positivo. El día 30 les contaré si me ha llegado con mi sueldo y la ayuda a la dependencia o si me ha tocado pedir a las puertas de la Basílica del Pilar.
La felicidad es escuchar a Bob Dylan en el salón de tu casa mientras esperas a unos amigos a cenar. En el momento de escribir este post llevo 4 días en mi casa y la verdad es que estoy de lujo. Hoy me preguntaba mi padre si no me aburría. Para nada. Pasada la edad en que una casa sin padres es una invitación a montar una fiesta, ahora valoro el silencio, la luz natural y la soledad elegida y dosificada.
Pues de eso se trata la emancipación. De hacer lo mismo que hacías en casa de tus padres pero sin que nadie interrumpa la escena de una serie ni te llame para cenar. De alguna forma, las horas cunden más.