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Tarde de teatro a ciegas

Pensaba estos días en cuánto me gusta el teatro y lo afortunada que me siento por compartir esta afición con mis hijas. Es cierto que la maternidad, cuando te metes en ella hasta el tuétano, te puede apartar temporalmente de otras cosas que te gustan, pero ya empezamos a estar en esa etapa en la que ir al cine o al teatro con mamá es maravilloso. De todas formas, me han dicho que esto también tendrá fecha de caducidad.

Recuerdo que volví a sumergirme en la oscuridad cálida de un patio de butacas gracias, precisamente, a mi hija. A sus siete años descubrió el teatro musical con la intensidad y el ímpetu propios de los niños.

Fue ella, desde el coche, un domingo, quien vio el cartel anunciando el montaje de una versión sinfónica de El Fantasma de la Opera en Sevilla. Es una de mis obras favoritas. “¿Podemos ir, mamá?” “Podemos”, le respondí. “Papá se quedará cuidando de la hermana y nos vamos las dos, juntas, solas”. Solas. El adjetivo era importante.

Por mi mente revolotearon varias buenas razones por las que era necesario aquella escapada exclusiva. Tarde de chicas, tarde solo de las dos. La princesita destronada tenía derecho a disfrutar de su mamá en exclusiva para realizar alguna actividad emocionante y, ¡qué demonios, me encanta el Fantasma de la Opera!

¿Cómo sería ir al teatro sin el apoyo visual de un adulto, que me contara lo que ocurre en la escena en los momentos sin diálogos? ¿Y cómo nos manejaríamos las dos en un espacio desconocido e inmenso como el auditorio de FIBES? Lo íbamos a averiguar juntas, solas.

¡Or ga ni za ción!

Mujer precavida vale por dos. Necesitábamos…

  1. Asistencia, para acceder desde la entrada al teatro hasta nuestras localidades.
  2. Asientos numerados en una fila próxima a las puertas de acceso al patio de butacas.

No soy fatalista, pero trato de ser previsora.

Como periodista, leo numerosas informaciones sobre desgracias que ocurren por falta de seguridad, por ausencia de previsión. El ser ciega no me impide llevar a mi hija al teatro, pero sí existen algunos condicionantes que lo hacen más complicado que para un padre o una madre sin discapacidad visual.

Por ejemplo, debo saber dónde están los baños, debo saber dónde están las puertas y el personal del teatro debe saber que entre el público de esa noche hay una persona ciega que lleva a un menor. Suponía que la normativa de seguridad de los espacios lúdicos y culturales contemplaría algo al respecto. Después de todo, ante un desalojo de emergencia, alguien tendría que ayudarnos, igual que en las empresas, cuyo plan de prevención de riesgos refleja el hecho de que una persona ciega puede necesitar ayuda ante una emergencia, como un incendio.

Quise averiguar si el teatro contemplaba alguna medida de seguridad respecto de las personas con discapacidad, pero más allá del espacio reservado para las sillas de ruedas en el patio de butacas, nadie supo aclararme nada en las llamadas que realicé días antes de la representación a la que pensaba asistir.

Llegamos a la entrada el día D. Solicité asistencia para acceder a nuestras localidades. La azafata avisó a otro compañero y, en cuestión de minutos, este llegó para acompañarnos por las largas galerías del moderno auditorio. Amablemente nos acomodó en nuestros asientos y le ofreció a mi hija un alzador, similar al de los vehículos, para ver la función sin que le estorbara ninguna cabeza. Un trato de diez. Nos dejó acomodadas, asegurando que estaría para cualquier cosa que necesitásemos, en la puerta que quedaba a pocos metros de nuestros asientos.

¿No es sorprendente que con tanta normativa de seguridad y planes de prevención con los que bombardean a cuantos montan un pequeño negocio, no se haya legislado nada concreto sobre la seguridad y prevención de las personas con discapacidad en eventos culturales?

Ah, por cierto, la obra absolutamente maravillosa. Mi pequeña se reveló como una audio descriptora de lujo.

Y ustedes, ¿pueden disfrutar de la programación cultural de su ciudad sin barreras?

Cordialmente,

Nuria del Saz

Pensaba estos días en cuánto me gusta el teatro y lo afortunada que me siento por compartir esta afición con mis hijas. Es cierto que la maternidad, cuando te metes en ella hasta el tuétano, te puede apartar temporalmente de otras cosas que te gustan, pero ya empezamos a estar en esa etapa en la que ir al cine o al teatro con mamá es maravilloso. De todas formas, me han dicho que esto también tendrá fecha de caducidad.

Recuerdo que volví a sumergirme en la oscuridad cálida de un patio de butacas gracias, precisamente, a mi hija. A sus siete años descubrió el teatro musical con la intensidad y el ímpetu propios de los niños.