Cuando Beatriz tenía cinco años le dijo a sus padres que no saldría de casa si no era con ropa de niña. Sus padres ya habían visto algunas señales de que ella tenía una identidad sexual distinta a la que su cuerpo marcaba. Aunque no habían identificado la realidad de Beatriz. Es más, a veces, la niña les decía: “Es que no me véis”.
Beatriz es una niña que, a sus diez años, parece tener muy claro que su tránsito por la vida con un nombre masculino es algo coyuntural. Intenta comprender todo lo que pasa a su alrededor pero su identidad no tiene ninguna dificultad para ella. Todo se refleja en una breve conversación con Beatriz, viendo algunos vídeos de su canal en Youtube o escuchando hablar a su madre, Sonia, sobre la naturalidad con la que el abuelo materno de la niña fue el primero en darse cuenta de todo.
En su casa de Tomares, Sonia y Beatriz explican cómo habían depositado su confianza en que la Ley Trans que acaba de aprobar el Gobierno, y que coinciden en que supone un avance, les pondría las cosas más fáciles para algo tan sencillo como que la niña tenga su nombre en el DNI (que ya lo tiene), pero también su sexo femenino, ya que a día de hoy ese documento solo refleja la mitad de esa lucha. “La nueva Ley no ampara esa circunstancia para este tipo de niños, porque tienen que esperar a los 14 años para tener un carnet de identidad completo”. Esto es, que en el DNI se podría llegar a poner “sexo femenino”, pero el “sexo registral” seguiría siendo el mismo, con lo que el problema no se solventaría. Es decir, en los organismos oficiales no cambiaría.
Problemas para viajar y batallas ganadas
Y eso que ahora la cuestión es una casilla, “pero en un viaje a Italia tuvimos todos los problemas del mundo, porque la documentación de la niña no les cuadraba a las autoridades”. A ese viaje a Italia renunciaron, pero cuando en su DNI se colocó el nombre de Beatriz y la foto actualizada de la niña, lo celebraron con un viaje a Londres. Eso fue en 2018.
A la vez que recuerda, eso sí, batallas que se van ganando poco a poco, como la Primera Comunión de la niña, donde lograron que, como cualquier otra compañera de su colegio, fuera vestida “como le dio la gana”. Sonia rememora, hablando de la Comunión, que no tuvo facilidades para que la niña la hiciera con un traje de niña, y que incluso tuvo que corregir al cura en reuniones previas para que se refiriese a Beatriz siempre en femenino; pero al final todo salió conforme a lo previsto.
Aparte de eso, recuerda cómo tuvo que aguantar comentarios “y cuchicheos” cuando Beatriz ganó una carrera en una prueba deportiva con menores de su edad. “Era la más rápida, simplemente, pero era evidente que la estaban juzgando y poniendo en duda su capacidad”, lamenta.
Eso sí, todo el desparpajo que Beatriz tiene en sus vídeos o sus conversaciones en persona desaparece cuando se enciende una cámara, y ahí sale la timidez lógica de una niña de diez años: “Soy una persona que la gente piensa que es de un género, y en realidad es de otro”, y cuando se le pregunta cuántos niños hay en su clase, pregunta: “¿quieres decir niños y niñas?” No es de extrañar que su madre admita que, por muchos seminarios, cursos y ponencias que protagoniza y visiona “ella sea la que me enseña a mí más que nadie”.
“Mi hija me puso a prueba”
“Los primeros indicios los tuvimos cuando tenía diez meses, cuando comenzó a expresarse, cuando se ponía un pañuelo o una toalla en el pelo fingiendo tener el pelo largo, o cuando comenzó a hablar con año y medio y se expresaba en femenino hablando de ella”, recuerda Sonia, que explica que otra cosa es “el tránsito social”, que en el caso de Beatriz se produce a los seis años.
En ese momento “tomamos conciencia de que es transexual, cuando ella se lo dice a mi padre”, porque hasta entonces “estábamos convencidos de que teníamos un niño gay, pero identidad sexual y orientación no tienen nada que ver”, subraya la madre, que pone el acento en “lo poco que sabía del tema, porque yo pensaba que las personas transexuales nacían con 18 años, pero evidentemente estaba equivocada”.
“Yo me creía muy tolerante, pero me di cuenta de que no era así”. En casa se hablaba de homosexualidad, cuando, en realidad, “mi hija no tenía disforia de género, tenía euforia de género”. El punto de inflexión llegó cuando a los seis años, le dijo a su padre: “Abuelo, ¿qué hay que hacer para ser una niña?, simplemente”. “Mi hija me puso a prueba”, asegura Sonia. Algo que resultó mucho más natural para su hermano, reconoce.
La madre de Beatriz pertenece a una asociación que pelea por los derechos de estos niños y niñas, que lucha por que sus derechos no sufran merma alguna, que no tengan que ser “analizados” si ganan una carrera en el colegio o ir a un juez para tener un DNI completo. Con ese género claro como el agua, Beatriz busca que su pelea beneficie a otros chicos y chicas, olvidando cuando en su carnet había un nombre masculino que, precisamente, ni se cita en la entrevista porque es lo menos importante de su historia.