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Cinco siglos volando sobre las campanas de Utrera: “A la campana se la respeta”

En la actualidad perviven en España más de treinta modos diferentes de toque manual de campanas, en iglesias donde los dispositivos electrónicos o bien no existen o en determinados momentos del año se dejan en manos de gente que se encarga de que suenen como siempre lo han hecho.

Ese toque de campanas es, desde esta semana, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad de la UNESCO, y si hay un lugar de las 52 provincias españolas donde se ha celebrado especialmente este reconocimiento es en la localidad sevillana de Utrera, donde hace más de medio milenio que sobrevive la tradición de los campaneros. En una decena de ocasiones al año llegan a lo más alto de las iglesias para no solo hacer tocar las campanas a mano, sino subirse a las mismas para llegar a asomarse al vacío a decenas de metros de altura.

Una costumbre arriesgada en la que rara vez hay algún accidente a pesar de su espectacularidad si se siguen una serie de normas básicas, que se resumen en esta frase del veterano Jesús Quesada: “A la campana se la respeta”.

Jesús preside la asociación de campaneros del pueblo, la entidad que vela por la supervivencia de esta costumbre, plasmada en la película de Paco Ortiz ‘Llamando al cielo’, de Sarao Films, y que, a día de hoy, sigue siendo una de esas cosas que solo se puede entender en su verdadera magnitud si se ve en vivo, por encima de las mil grabaciones que hay por redes sociales, algunas incluso recogiendo la imagen de los campaneros en el vacío sobre la campana desde la propia calle.

El chico de los “mandaos”

El presidente de los campaneros es un veterano de 57 años, que tenía poco más de 14 cuando comenzó a acercarse a los mayores del pueblo que subían al campanario en días de fiesta. Por aquel entonces “solo me dejaban mirar cómo lo hacían, y era el chico de los ”mandaos“, el que iba a buscar alguna bebida o ayudaba a barrer o poner las cuerdas”.

A los más jóvenes se les van dando distintas labores poco a poco, como barrer un suelo que puede tener sobre todo excrementos de aves, para que todo esté limpio cuando trabajen los campaneros. Jesús recuerda que no podía subir al campanario siempre que quería, “pero tenía dentro ese gusanillo”. Poco a poco se fue metiendo en ese mundo pero, curiosamente, tardó mucho en entrar en toda su extensión. Fue hace unos 15 años, “con los niños ya mayores, cuando comencé de pleno”.

Este tapicero y patronista de 57 años cree que los 16 es la edad ideal para que alguien se inicie en este mundillo, que tiene sus días grandes en fechas como La Inmaculada, el Día de Reyes, el Domingo de Ramos o en la onomástica de La Consolación, la patrona de Utrera.

En este último caso, los campaneros galopan sobre las campanas durante nueve días, tantos como los de la novena de la Virgen.

Los cambios con los años

La costumbre ha cambiado con los años, como todo, tanto que ahora el alcohol está prohibido mientras se tocan las campanas, y hace años “el campanero vivía en el campanario y se le daba una arroba de vino cuando se iba”. Además, siempre se buscaba algo para pagar al campanero profesional, y cuando había fiesta iba la gente más humilde a tocar las campanas para cobrar algo, de modo similar a las hermandades que pagaban a los costaleros para garantizar la salida de los pasos de Semana Santa a la calle.

Lo que se mantiene igual en el tiempo es el proceso que los más jóvenes tienen que seguir para llegar a subirse a una campana y asomarse al vacío desde lo más alto del pueblo. “A los chavales se les dan las campanas pequeñas, para que tengan un manejo con la cuerda poco a poco. Se les enseña algo muy importante: hay que manejar la cuerda sin mirarla, y la campana siempre tienen que tenerla a la vista, y cuando se les ve preparados se les dice que hagan un pequeño salto al poyete”.

Eso sí, cuando un novato quiere dar su primer salto, siempre hay tres veteranos vigilando. La campana lleva dos cuerdas, “y cuando salta un chico y vemos un fallo nos lo traemos para atrás enseguida”.

Jesús recuerda que en una ocasión hubo un accidente grave, pero fue “por una falta de respeto a la campana”, porque “tenía tal manejo que hacía lo imposible, como sentarse encima o soltarse de manos, y si te caes desde lo alto al campanario, caes de espaldas desde cuatro metros de altura”.

Por eso, “se extreman medidas de seguridad, y si se ve que algo no corresponde a lo que hay que hacer, cortamos enseguida. Hay normas muy importantes, como que nunca se puede soltar la cuerda, porque es tu seguro de vida y tu compañero te va a rectificar si pasa algo, pero la cuerda nunca se suelta”.

De todas formas, asegura que, por encima del miedo a una caída, tampoco hay que despreciar que una campana te golpee en la cabeza en una distracción. En la iglesia de Santa María hay ocho, y el peso oscila de los 300 o 500 kilos de las pequeñas, a los 700 de las medianas o los 1.300 de las grandes. La mayor llega a 2,3 toneladas, y la llaman “la gorda”. Una data de 1493, y conmemora la conquista de Granada.

Sin lista de espera

A día de hoy, la asociación de campaneros la componen unos 70, y en activo hay unos 40. “Cuando hacemos un repique estamos contentos si vamos 20 ó 25”, dice Jesús. Hay unos 15 chicos de 15 a 22 años como cantera, que poco a poco irán cogiendo el testigo. “Es verdad que es complicado decirle a alguien que en el día de fiesta, cuando todo el mundo está elegante y disfrutando de la procesión y la fiesta con los amigos, tú tienes que irte al campanario a hacer un esfuerzo físico como ese rodeado de mierda de palomas, además de que los chicos tienen muchas distracciones y hay menos disciplina que cuando éramos pequeños”, explica.

La asociación intenta, de todas formas, que la tradición no se pierda, con distintas actividades que incluyen charlas en colegios e institutos. La próxima cita para verlos volar, será poco después del amanecer del 8 de diciembre, Día de la Inmaculada.

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