La muerte vino en busca de Rafael de Cózar una noche de hace ahora diez años, en su casa de Bormujos (Sevilla). Un incendio desatado por unas conexiones eléctricas deficientes, en un momento en el que el escritor se encontraba solo, amenazó con extenderse por su frondosa biblioteca. Antes de lograr abrir la ventana, cayó asfixiado por los gases concentrados en la vivienda. “No hemos querido volver a la casa”, recuerdan Natalia Turrión, su viuda, y su hija Ana, hoy publicista afincada en Madrid. “Todavía nos llegan periódicamente mensajes y llamadas de compañeros, escritores, profesores, que recuerdan mucho cariño a Fito. Hace poco me han escrito incluso de una revista de Uruguay, donde quieren hacerle un homenaje. Dejó un buen recuerdo en mucha gente”.
También en la Universidad de Sevilla, donde De Cózar fue Catedrático de Literatura Española, han querido recordarlo, y hoy mismo (19.00 horas) celebrarán un acto de recuerdo en el Aula de Grados de la Facultad de Filología presidido por el Decano. En él participará también Rogelio Reyes Cano, compañero de mesa del homenajeado durante muchos años, quien asegura que se trataba de un profesional escrupuloso: “Rafael nunca faltó a una clase, ni llegó tarde jamás”.
“Se le recuerda con mucho cariño, tanto entre sus compañeros como entre su alumnado”, comenta el profesor Juan Ignacio Guijarro. “Era una persona culta, afable y cordial, con un excelente sentido del humor gaditano. Sus trabajos sobre poetas españoles experimentales como su paisano Carlos Edmundo de Ory siguen siendo de referencia en las aulas de la Facultad. Una década después de su muerte, su huella sigue siendo imborrable en toda la Facultad”.
Nacido en Tetuán (Marruecos) en 1951, recriado en Cádiz y finalmente afincado en Sevilla, Rafael de Cózar cultivó casi todos los géneros, desde la poesía (Entre Chinatown y Riverside, Ojos de uva), el relato corto (Bocetos de los sueños), la novela (El corazón de los trapos) o el ensayo (Poesía e imagen), pero sobre todo fue un fértil cultivador de amistades, que no han olvidado aquella figura con sus inconfundibles bigotes de herradura o su gusto por los llaveros copiosos.
Los tres mosqueteros
Lo recuerda sin duda el novelista Juan Eslava Galán, que llegó a componer junto a de Cózar y Arturo Pérez-Reverte una suerte de trío de mosqueteros en una infinidad de coloquios y actos culturales. “Lo conocí nada más llegar a Sevilla, en el año 1981. De él recuerdo sobre todo dos cosas: su absoluta generosidad y el hecho de que fuera una persona de curiosidad insaciable, siempre al tanto de lo más avanzado en poesía y novela”, explica. “No fui alumno suyo, aunque todos lo éramos en cierto modo, pero sí me consta que tenía con sus discípulos una relación informal y muy directa, algo que se agradece en esos ámbitos”.
“Con Pérez-Reverte nos encontramos en unas jornadas de la Universidad no mucho después de que nos conociéramos nosotros, nos caímos bien e hicimos muchas cosas juntos”, agrega Eslava, quien apunta también que uno de los personajes de la saga del capitán Alatriste lleva el nombre de Rafael de Cózar. “Ahora, cada vez que me encuentro con Arturo, lo que sucede muy a menudo, notamos su ausencia”.
Antonio Molina Flores, también profesor, cree no obstante que “Rafael está considerado un personaje de la ciudad muy querido, que murió de un modo quijotesco, pero corre el riesgo de quedarse ahí. Para mí es muy interesante como investigador en una tradición que tiene que ver con su personalidad y de la que se habla poco, la del sentido del humor, la imagen y el erotismo. Es de los pocos poetas españoles que hacen poesía visual, siempre entendiendo el vanguardismo como avance. Sin embargo, diez años después no hay ediciones actualizadas de su obra”
Del buen trato con los alumnos da fe Manuel García, editor, escritor y profesor: “Fue de los mejores que he conocido. Las cosas que me explicó de Bécquer las sigo transmitiendo hoy a mis alumnos. Era además muy generoso, me ayudó a publicar mis primeros poemas y no fue el único. Llegamos a ser amigos, no de vernos continuamente, pero sí de quedar de vez en cuando para tomar algo”.
Papeles calcinados
Lo que no podía sospechar Manuel García cuando acudía al aula donde De Cózar hablaba de vanguardias y de poesía era que un día entraría en la habitación llena de libros calcinados que fue la trampa fatal del profesor. Hoy, la casa de Bormujos está alquilada a una profesora –que casualmente conoció al escritor años atrás– pero en aquel momento era un caos de papeles ahumados y ennegrecidos.
“Su familia me pidió que acudiera a ver qué libros podía rescatar en buen estado, de los que valieran la pena. Fui tres o cuatro semanas después del incendio, y allí descubrí otra faceta de él, viendo su biblioteca. Me llamó la atención cómo el tipo seguía la pista a todo el mundo. Vi incluso libros míos con el lomo quemado, y los de Antonio Carvajal, que también fue mi maestro. Estaba al tanto de lo que hacían los poetas jóvenes, los alumnos, pues guardaba los manuscritos de las tesis que le interesaban”.
A raíz de aquel encargo, García publicó un libro, Mejor la destrucción (Renacimiento), inspirado en libros quemados, que culminaba en un elogio a Rafael de Cózar, el hombre que dio la vida por salvar sus libros de las llamas, uno de cuyos fragmentos reza: “Y tú moriste por tus libros, diste/ consuelo con tus libros al herido/ memoria con tus libros al que olvida”.