La de este domingo ha sido la primera concentración memorialista frente a la Basílica de la Macarena que se ha vivido en un ambiente festivo. Pero, dentro de la celebración, en el ambiente estaban todavía los miles de desaparecidos y represaliados históricamente por el franquismo, y la petición de que el cortijo de Gambogaz, en Camas, vuelva a manos del pueblo.
Una doble petición que no esconde la alegría de los convocantes y participantes por haber conseguido un importante objetivo: que el general ya no esté en un lugar de culto, pero “queda mucho por hacer”, como subraya Paqui Maqueda, la componente del colectivo de memoria histórica que esta semana se hacía viral al gritar los nombres de asesinados y desaparecidos mientras salían los restos del general en la madrugada sevillana camino del crematorio de Alcalá de Guadaíra.
Así, haber conseguido el primer objetivo “es motivo de celebración, por el gran paso que el movimiento memorialista ha dado en la ciudad”, por lo que se ha organizado “un acto de recuerdo de homenaje a las víctimas, que siempre hah sido las protagonistas”.
Maqueda sostiene que “la Ley de Memoria Histórica es un instrumento válido para todos los objetivos que queremos conseguir”, pero queda mucho trabajo para “respirar aire puro” después de eliminar todas las denominaciones fascistas en la ciudad y abrir las fosas comunes aún cerradas, “para que las víctimas tengan el lugar que se les ha negado siempre, que es un sitio de dignidad”.
Un cortijo “regalado”
La petición de que Gambogaz y sus casi 600 hectáreas vuelvan a manos del pueblo de Camas no es nueva, pero que la Ley haya conseguido algo impensable hace años, como exhumar a Queipo de Llano, abre una nueva puerta a las peticiones de la plataforma creada a tal efecto.
El cortijo es propiedad de la familia del general desde 1937. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó ese año para que uno de los activos económicos más importantes de la provincia fuese le “regalado”.
Se ha especulado con los años que fue un regalo del Ayuntamiento de Sevilla por su labor en la represión, o que pagase por él 1,3 millones de pesetas, algo que tiene su análisis, teniendo en cuenta que su sueldo de general no llegaba a las 2.500 al mes. Otra fórmula fue la de disfrazar la compra de suscripción popular para que pareciese un regalo de los vecinos al militar.
Sea como fuere, el cortijo sigue en manos del responsable documentado de la muerte de miles de personas, tras ser heredado a su muerte por sus hijos y posteriormente por sus nietos, y fue el lugar al que se retiró ya anciano hasta que falleció a los 76 años de edad el 9 de marzo de 1951.
Hoy se encuentra abandonado en muchos de sus puntos, y la plataforma que lleva su nombre intentar aclarar “las muchas irregularidades que se cometieron y que se hicieron a través de un notario”, como explica una de sus componentes, Lourdes Farratell.
Farratell lleva en sus brazos el retrato de su abuelo, Joaquín Farratell, periodista desaparecido el 29 de agosto de 1936. Queipo de Llano, no contento con eso, abrió una larga lista de años de represalias a su familia. Hoy, “esté donde esté, estará contento de ver lo que hemos conseguido”, porque “que haya salido es un triunfo de la justicia y de la reparación de las víctimas”.
Sin incidencias
La cita de este domingo se ha desarrollado con tranquilidad. Aunque ha sido a las 12.00, la hora en que se rezaba el Rosario en la Basílica, unos y otros han desarrollado su domingo sin molestarse. Tan solo ha habido algunos enfrentamientos verbales que no han ido a más. A las puertas del templo, un vendedor ambulante de pulseras con la cara de La Macarena a un euro llamaba “antiguos” y “busca muertos” a los manifestantes. Una mujer se le quedó mirando fríamente y éste tomó nota de que el comentario no había sido demasiado afortunado. Su siguiente frase ya era distinta: “Franco sí que era un asesino”.
Dentro, el seglar que dirigía el Rosario pasaba por sus distintas etapas, y pedía por todos los difuntos, sin citar a nadie. Había hasta sillas supletorias para seguir el Rosario del domingo a las 12.00 este domingo.
Al fondo de la Basílica, una mujer de unos 40 años se detenía frente al lugar en el que hasta hace unos días estaban el general y su esposa, para decirle al niño de unos diez años que estaba a su lado: “Mira, aquí estaba, y menos mal que ya no está”.