De Hila y Mina a Shirzad, tres generaciones de afganos sanos y salvos en Sevilla

Hila y Mina no lo saben, pero van a crecer libres y lejos de la amenaza de muerte que los talibanes habían lanzado sobre su familia. Las dos niñas tienen seis meses y son gemelas. Son las hijas de uno de los hermanos de Sliman Shan Mohammadzai, el joven vecino de Sevilla que trabajó en su país, Afganistán, como intérprete para el Ejército español, y que el pasado 21 de agosto lanzó un llamamiento a la desesperada para que sacasen a su familia de Afganistán.

El delito de la familia para estar sentenciados a muerte era que el patriarca, Shirzad, que ahora tiene 62 años, es general del Ejército afgano, y ha trabajado durante 20 años para que su país viva en paz y controlando a los insurgentes radicales.

Entre las gemelas y el general hay 61 años. Son tres generaciones entre los cinco hijos del militar y su mujer, Torpekay, sus esposas y sus hijos. Todos han dormido tranquilos por primera vez en dos meses en un centro de refugiados que gestiona el Gobierno central en el barrio de Sevilla Este. Los 15 han despertado este miércoles sabiendo que tanto ellos como sus hijos viven fuera de peligro.

De las confusiones a los autobuses

A las nueve y media de la noche del martes llegaba a la estación de Plaza de Armas de Sevilla un autocar procedente de Madrid. En el andén número 20 de la estación esperaba Sliman junto a su pareja y el hijo de ésta. Mientras los pasajeros iban bajando, el intérprete se iba desesperando, porque no veía a nadie que le pareciese que era su familia.

A media tarde le habían dicho que sus padres, hermanos, cuñadas y sobrinos llegarían en ese autocar, pero no fue así. Fue una noche de confusión, en la que a las diez de la noche no quedaba nadie en la enorme estación sevillana, y nadie sabía dónde estaba su familia. 

Para averiguarlo, Karwan se apoyó en los periodistas que estaban acompañándole. Los teléfonos de su familia son de una compañía afgana y solo si se conectaban a una wifi podían hablar por Whatsapp, pero los mensajes no llegaban.

La luz llegó enseguida en forma de mensaje que fue transmitido por una periodista al afgano, y 15 minutos después estaba a la puerta del centro de refugiados, preguntando a los dos vigilantes de seguridad de la puerta si su familia estaba allí. Habían llegado todos sanos y salvos media hora antes, pero con todos los trámites a realizar nadie se había podido todavía enganchar a un wifi para avisar.

En realidad, lo que hizo el Gobierno fue subirlos en un autocar que les llevó directos al centro de refugiados. Dejarlos en Plaza de Armas y que tuviesen que ir por sus medios al centro no era viable, pero con todo el jaleo del día, desde que despertaron en la Base de Torrejón, no habían podido avisar.

Pero todo quedó en una anécdota cuando su familia salió por la puerta del centro. Su padre, un militar con una amplia experiencia y de muy alto rango en su país, lloraba como solo lloran los padres, sean o no militares. Su madre repetía la escena, mientras Hila y Mina miraba a su alrededor y sonreían, sin saber que estaban en Sevilla, en brazo de su madre y su tía, pero en Sevilla.

Shah Faisal, que tiene solo 3 años y es hermano de las gemelas, jugaba con el móvil de un periodista para ver dibujos animados, que hasta ahora era algo desconocido para él, y Arafat, que no tendrá más de seis, observaba todo en silencio, sonriendo y golpeando el puño con todo el que se le acercaba.

Sobre la visión de los niños, Sliman saludaba a sus cuñadas y su madre lloraba abrazada a la novia del intérprete, la única mujer de pelo rubio de la escena. Entre lágrimas, el joven cogía por primera vez en brazos a sus sobrinos. Tuvo que huir de su país en 2013, antes de que nacieran. El abrazo más largo de la noche fue de dos mujeres: la madre de Sliman y su novia, un abrazo de agradecimiento de una mujer afgana a una chica de Sevilla por cuidar de su hijo cuando los talibanes habían puesto su nombre en una diana.

El futuro por delante

Ahora, la familia tiene un futuro por delante para planificar qué harán a partir de este momento. Estarán en el centro de refugiados el tiempo necesario para gestionar sus vidas inmediatas, y luego comenzará su nueva cuenta hacia adelante a la orilla del Guadalquivir. Los hermanos de Sliman son médicos, y una vez convalidados sus títulos podrán ejercer en España. Sus sobrinos serán escolarizados y, sin darse cuenta, cuando pasen algunos años tendrán la riqueza cultural de ser bilingües. Lo demás, se irá viendo poco a poco.

Anoche, los niños disfrutaron por primera vez de unas chucherías. Reyes Calvillo, la periodista que inició esta historia con un tuit el pasado 21 de agosto, les llevó todo lo que los más pequeños necesitan para ser felices cuando no saben qué es una guerra ni les importa. A la madre le llevó un nardo, la flor que simboliza la inocencia del amor, sin fronteras, todo un mensaje entre líneas del trabajo de dos países para salvar 15 vidas. 

A los padres y hermanos de Sliman les llevó dos banderas, una de España y otra de Andalucía, que lucieron en una foto para el recuerdo para dar las gracias a todos los que han peleado para que sigan respirando, pero aire libre y sin amenazas.

“Perdimos la esperanza muchas veces, pensamos que íbamos a morir. No nos creemos que estemos aquí”, decía el padre entre lágrimas. Ver llorar a un hombre de ese tamaño impresiona. Ahora, le queda llorar solo de alegría y ver crecer a sus nietos. Se trataba de morir en Kabul o arriesgarse a morir en el camino a Pakistán si los talibanes los interceptaban, pero todos están vivos. A veces, la vida es la que gana, y esta vez ha ganado por goleada.

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