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Este es un espacio donde opinar sobre Sevilla y su provincia. Sus problemas, sus virtudes, sus carencias, su gente. Con voces que animen el debate y la conversación. Porque Sevilla nos importa.

La 'caló'

Personas con ropa veraniega paseando por el Puente de Triana.
17 de junio de 2025 10:32 h

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Los sevillanos estamos acostumbrados al calor. La nuestra es una ciudad calurosa, acostumbrada a las altas temperaturas. Probablemente, la que más altos registros acumula de España, sino de Europa, a la par con Córdoba o Badajoz.

No es extraño pasar calor, mucho calor, en Semana Santa o en Feria, en algún día suelto de sol y moscas, cuando el cuerpo aún no está acostumbrado y la ropa sudada aún le resulta extraña a tu cuerpo. O en septiembre u octubre, cuando crees que ya pasó lo peor, incluso has probado a sacar alguna rebeca del armario, y de repente vuelve un fin de semana asfixiante y culpas a la comunidad de propietarios por haber cerrado la piscina demasiado pronto.

Pero eso es calor. A lo que ya hemos dado la bienvenida en la ciudad esta temporada, y parece que esta semana nos va a demostrar que ha venido para quedarse, es algo distinto. Es la caló, esa sensación constante y pegajosa de sudor y combustión interna que nos acompaña a los sevillanos desde poco más tarde del amanecer hasta el amanecer siguiente. Esa bofetada de temperatura extrema y viento hirviente que te quita las ganas de vivir cuando bajas del coche o, pero aún, cuando lo coges después de tenerlo varias horas al sol. Esa certeza de que no habrá agua fría ni gazpacho ni cerveza helada que te alivie y que sólo el acceso a un espacio refrigerado por un buen aire acondicionado, o al portal de un edificio revestido de mármol, conseguirá devolverte las constantes vitales.

El problema es que este fenómeno de la caló, que nunca ha sido extraño para un sevillano, cada vez llega antes y dura más en nuestros calendarios. Será el cambio climático probablemente, pero no es normal, no debería serlo, que superar los 40 grados de máxima fuera moneda de cambio desde los últimos días de mayo y durante todo junio.

Además, el impacto de las altas temperaturas en nuestros cuerpos, en nuestras vidas, es mucho mayor y más palpable en estas semanas, y hasta comienzos de julio, que de ahí en adelante, aunque nuestra costumbre sea la de esperar hasta la segunda mitad de ese mes y de agosto para escapar de la ciudad y refugiarnos en playas y otros destinos más refrescantes.

Las horas de sol son muchas más en estos días que a partir del 15 del mes próximo, con el día 21 de junio como el más largo de todo el año. Eso provoca que el impacto del sol en la ciudad sea más duradero e intenso durante el día y que, con calles, edificios y coches hirviendo literalmente, la temperatura apenas baje al caer la noche, dejando muchas horas de oscuridad con más de 30 grados y noches eternas por encima de los 20, en las que dormir se hace casi imposible si no es bajo el chorro del aire acondicionado.

Los sevillanos estamos educados para evitar las peores consecuencias de este periodo climático

Los sevillanos estamos educados para evitar las peores consecuencias de este periodo climático. Tenemos hábito de concentrar la actividad en las primeras horas del día, evitar la vía pública en la parte central y más calurosa de la jornada mientras nos compadecemos de los turistas y no salir a la calle hasta que refresca, si lo hace, una vez que anochece. Pero la vida cotidiana de trabajadores y estudiantes no siempre lo permite, con horarios muchas veces incompatibles con la protección contra el calor.

Por eso los responsables municipales de esta ciudad, anteriores, actuales y futuros, deberían plantearse qué alternativas pueden ofrecer a los sevillanos para aliviar esta sensación tan incómoda, agotadora y prolongada en el tiempo.

La tala de árboles en calles, plazas y avenidas de Sevilla, por ejemplo, es mal negocio y no hay argumento regeneracionista o de saneamiento que justifique la pérdida de patrimonio verde en la ciudad. Cientos de ejemplares han caído en los últimos años y, con ellos, la sombra y frescor que generan, mucho mejores y duraderos que los que pueden ofrecer toldos o lonas.

El urbanismo moderno, además, propugna espacios comunes duros y secos, con mucho hormigón y grandes losas de piedra y granito. Necesitamos lugares de encuentro sombríos y refrescantes, en los que la sombra sea la norma, y no la excepción. El tejido urbano de ciudades con pasado árabe como Sevilla, de calles estrechas y en las que el solo no es bienvenido, no es caprichoso. Tiene un fin evidente, y un resultado logrado, de rebajar la temperatura de la vía pública.

Más nos vale, entre todos, acertar con los mecanismos públicos y privados más adecuados para protegernos de este fenómeno sofocante y agotador que cada año resulta más intenso y más duradero.

Y mientras, el ingeniero estadounidense Willis Carrier, inventor del aire acondicionado hace más de un siglo, sigue sin tener una calle en Sevilla. ¡Increible!

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