Este es un espacio donde opinar sobre Sevilla y su provincia. Sus problemas, sus virtudes, sus carencias, su gente. Con voces que animen el debate y la conversación. Porque Sevilla nos importa.
La lluvia en Sevilla

La famosa frase hecha que dice que la lluvia en Sevilla es una maravilla es, en su origen, un forzado juego de palabras usado por el doblaje español para traducir la canción The rain in Spain con la que el profesor Henry Higgins (Rex Harrison) enseñaba a Eliza Doolittle (Audrey Hepburn) a hablar como una dama de la alta sociedad en My Fair Lady, la película que dirigió en 1964 George Cukor.
Más allá del recurso lingüístico, la lluvia en Sevilla es necesaria para garantizarnos que no habrá sequía en los próximos años; conveniente, para alimentar las fincas agrícolas de los municipios de la provincia y, especialmente, permitir que se plante después de varios años todo el arroz de la zona de las marismas del Guadalquivir; y oportuna, para limpiar calles y atmósfera.
También puede ser romántica, si la observas tras los cristales de un ventanal en un salón cálido y con un buen libro en las manos; o incluso divertida, si eres niño y vas por la acera con las botas katiuskas dando saltos de charco en charco. Y sirve, sin duda, para asentar el albero del recinto ferial, ahora que ya se ha empezado a montar la portada y ya tenemos por fin calendario para la Feria de Abril en mayo de este 2025.
Pero no seamos inocentes. Los chubascos persistentes y reiterados también pueden ser muy molestos en Sevilla, tan poco acostumbrada y nada preparada para que esta situación meteorológica se convierta en algo crónico.
Los sevillanos sufrimos este monzón inesperado en distintas cuestiones del día a día. La más condicionante, probablemente, es la del tráfico. Es caer cuatro gotas y no se puede circular por Sevilla
En las cuatro primeras semanas del mes de enero, en esta bendita ciudad ha llovido uno de cada dos días. Se ha acumulado ya la cuarta parte de la media anual de precipitaciones (105 de 420 milímetros). Los pantanos de Melonares y El Gergal llevan varios días desembalsando agua, mientras todos nos preguntamos si no se podría hacer algo con ese caudal antes de devolverlo al Guadalquivir camino de Sanlúcar de Barrameda.
El otro día leí que los británicos residentes en la capital hispalense están pidiendo cita en el psicólogo por depresión, ante tantos días seguidos de lluvia. O que las madres ya han empezado a reñir a sus hijos con acento gallego. Al menos, el humor aún no se nos ha echado a perder con la humedad.
Los sevillanos sufrimos este monzón inesperado en distintas cuestiones del día a día. La más condicionante, probablemente, es la del tráfico. Es caer cuatro gotas y no se puede circular por Sevilla. Yo, que después de tantos años en Madrid ya sufro y critico la lentitud y parsimonia del conductor local medio, llevo varias semanas que me subo por las paredes cada vez que tengo que coger el coche.
Por no hablar de los desplazamientos a pie. Al margen del riesgo de que un paraguas te saque un ojo, hay que conservar la vista para poder mirar bien por donde se pisa y evitar un posible resbalón que, según el pavimento, puede llegar a ser un accidente más que probable. Y cuesta trabajo, con solo dos globos oculares, evitar a la vez las varillas de los paraguas y las zonas deslizantes en aceras y cruces. De montar en bici ya sí que nos olvidamos, que en estos días se vuelve una opción prácticamente suicida.
El otro gran inconveniente de la lluvia en Sevilla es sin lugar a dudas la dificultad que supone para la limpieza de la ropa y de la casa. Si a la humedad natural de esta ciudad, bañada por el Río Grande de los árabes, el Betis romano, le sumas que cae agua del cielo, un suelo recién fregado puede estar hasta primeros de junio sin terminar de secarse.
Y olvídate de poner una lavadora. Imposible tender en la azotea o la terraza. Y si lo haces dentro de casa, se te queda la ropa con un persistente olor a húmedo. Si esto sigue así dos o tres días más, como si estuviéramos en Nueva York, voy a tener que probar la lavandería autoservicio que hay cerca de casa, que tiene en el local varias máquinas secadoras.
Digo yo que lo que se ahorra el Ayuntamiento en baldeo se lo podía gastar en recogida, poda y limpieza de estos árboles, ¿no?
Por último, hay que hacer referencia también a la limpieza viaria. La lluvia, como los chaparrones de mayo a los pinos del camino del Rocío, lava las calles y avenidas de la ciuda, peroo tiene un efecto negativo sobre nuestros naranjos urbanos, preñados de naranja amarga sin recoger del árbol. Los aguaceros aceleran la caída de la fruta y, lamentablemente, nadie la recoge durante días. Esto provoca naranjas aplastadas y podridas en aceras y calles de toda la capital hispalense. Digo yo que lo que se ahorra el Ayuntamiento en baldeo se lo podía gastar en recogida, poda y limpieza de estos árboles, ¿no?
Imagino que al final ocurre como con tantas otras cosas. Uno añora lo que no tiene y protesta por lo que le sobra. Tantos y tantos meses rogando por que lloviera y ahora nos quejamos (lo hago yo al menos) en cuanto juntamos tres semanas seguidas de agua. Lo más sensato será aguantar el tirón, coger el coche lo menos posible, andar con cuidado por la calle y ser paciente para lavar y secar la ropa. Mientras, nos quedamos con los pantanos llenos y los campos regados de sobra. Y si dice el refrán que marzo ventoso y abril lluvioso hacen de mayo florido y hermoso, ¡veremos a ver cómo se nos queda Sevilla de bonita después de este enero de temporales!
Sobre este blog
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