La sobrecarga de cuidados o la violencia, detrás de que las mujeres tomen más tranquilizantes que los hombres
Todas las drogas en España son consumidas más por hombres que por mujeres menos dos tipos de psicofármacos: los hipnosedantes y –en menor medida– los analgésicos opioides. Los primeros son, según el último estudio EDADES del Ministerio de Sanidad, la tercera sustancia más consumida, por detrás del alcohol y el tabaco y por delante de la cocaína o el cannabis. El 15,4% de la población femenina ha tomado alguna vez en los últimos 12 meses hipnosedantes frente al 9,3% de la masculina. La mayoría de los también llamados tranquilizantes se adquieren, al contrario de las más consumidas por varones, con receta médica.
¿Qué está pasando con los psicofármacos, especialmente, entre las mujeres? El uso de hipnosedantes se ha casi triplicado en doce años y el 63,9% de los consumidores en 2018, ya sea tanto de uso ocasional como abusivo, son mujeres. Su edad media es de 47,5 años. Al revés de lo que ocurre, por ejemplo, con la cocaína, el consumo aumenta con los años, por lo que el grupo de mujeres entre 55 y 64 años es el de más prevalencia. Son algunos de los motivos por los que en febrero se comenzó a utilizar la perspectiva de género en el Plan Nacional contra Drogas y ya el actual Gobierno anunció en octubre que elaboraría uno específico centrado en ellas sobre buen uso de psicofármacos. En la Estrategia Nacional sobre Adicciones 2017-2021 describían el uso de hipnosedantes como “oculto, no ligado al estigma, sino al desconocimiento y a la consideración de su consumo como 'normal', especialmente en mujeres” y recomendaban la aplicación de programas específicos de género.
El abuso de estas sustancias tiene como principal contraindicación la dependencia. “Es un fármaco depresor que provoca adicciones graves”, explica el médico de Energy Control –ONG Asociación Bienestar y Desarrollo– Fernando Caudevilla. En última instancia, y aunque el cuerpo humano sea tolerante, también puede provocar intoxicaciones. Que la consuman más las mujeres se debe en opinión de Caudevilla a motivos culturales: “Las drogas, legales e ilegales, las consumen más los varones. Aunque la tendencia mundial, a lo largo del tiempo y entre jóvenes, es que se vaya igualando. Pero si las mujeres van más al médico y expresan más problemas de salud mental, lógicamente tienen más recetas de hipnosedantes”.
El Ministerio calcula que hay en total 775.762 personas en España que hacen un consumo problemático de psicofármarcos. Caudevilla detalla que la tendencia a que se consuman cada vez más y con receta viene de un problema de base: a mucha gente le cuesta verlos incluidos en una encuesta sobre drogas al lado de la heroína, “y son drogas, como el resto. Unas te las dan en el centro de salud, por problemas, y otras en la calle. La diferencia es legal, no científica. La heroína deriva de la morfina [un opioide]”. El hecho de que lo prescriba un médico provoca además “la percepción de que conllevan menos riesgo”.
Orfidal, Tranxilium, Lexatin o Trankimazin son algunos de los hipnosedantes más consumidos, normalmente recetados para trastornos del sueño o ansiedad. España está además a la cabeza de Europa en uso inapropiado. Para Caudevilla, se podría “entrar a discutir si normalmente la receta se manda con buena indicación. La sensación es que hay algo de manga ancha”. Sobre el otro grupo de psicofármacos, los analgésicos opiáceos –codeína, tramadol o morfina–, cree que normalmente “sí se prescriben bien, aunque en EE.UU esté empezando a haber sobreprescripción”.
El EDADES menciona que se ha observado “un aumento de la prescripción de medicamentos con potencial adictivo (benzodiacepinas e hipnosedantes)”, aunque no arroja datos sobre sobreprescripción. Desde el Ministerio de Sanidad señalan a eldiario.es que “su consumo mayoritariamente se produce bajo una prescripción facultativa correcta y su dosificación se ajusta a lo establecido por el profesional sanitario”. Para Patricia Martínez Redondo, educadora social y experta en género y drogas, el problema del consumo feminizado sobre todo de hipnosedantes “viene de lejos” y tiene “muchos factores”. El principal: la medicalización de las mujeres. “Si una mujer llega con ansiedad, el ansiolítico es lo más fácil antes de ver qué pasa, tapando solo los síntomas. Se empieza a extender a los hombres, pero es muy tradicional con mujeres”, explica.
No tiene tanto que ver, desde su punto de vista, con que las mujeres acudan más al médico, sino con el sesgo de género en la salud: “Somatizamos la ansiedad. Muchas veces llevan a consumirlos condiciones de vida vulnerables asociadas al género: responsabilidades de cuidados, estrés, violencia”. También por eso aumenta con la edad “y por tanto con las sobrecargas. Funcionan para evadirse. Estás administrando medicación a procesos que requieren soluciones sociales”. En casos de violencia de género “sorprendería lo asociadas que van estas sustancias a las víctimas para soportar situaciones. También el alcohol”.
Lo cultural actúa para todo. Son drogas a veces “que te recomienda pedir o incluso te pasa una madre o una vecina. Por eso no ha llamado la atención que lo consumiéramos”. “El abuso del alcohol, por ejemplo, tiene más sanción social para una mujer que para un hombre. Se la juzga más. Los hipnosedantes tienen otras asociaciones, y además, cuando el consumo es problemático no es disruptivo –es decir, no resulta problemático socialmente ni sus síntomas llaman la atención a otros–, como puede ocurrir con la heroína o la cocaína. Tampoco se engloba como un problema de salud en muchas ocasiones: al revés, casi se relaciona con cuidarse”, insiste.
No se reconocen como drogodependientes
En la descripción de la Estrategia Nacional 2017-2021, al reto sobre el consumo oculto de hipnosedantes añadían que “no existen campañas generalizadas de prevención y sensibilización”. Martínez Redondo, que trabaja con pacientes, confirma otra traba: es prácticamente imposible que una señora mayor adicta a las pastillas pida ayuda. “El alcohol en mujeres ahora, por fin, está llegando a centros especializados. Con los psicofármacos no va a ser nada fácil”. Por eso es esencial la cooperación con unidades de Atención Primaria, “ahí es donde van a ser detectadas”.
Lo dice también María del Mar García Calvente, de la Escuela Andaluza de Salud Pública: “No solamente no acuden a centros especializados, sino que no se perciben como dependientes”. Ante esa situación se han desarrollado algunas intervenciones en varias comunidades: en Andalucía la Junta y los profesionales médicos han puesto en marcha, por ejemplo, los Grupos Socioeducativos de Atención Primaria en Salud (GRUSE).
GRUSE, cuenta García Calvente, surge para “abordar esa indefinición que desemboca en fármacos. Es interesante porque en cuanto comenzaron a trabajar se vieron esas razones de género relacionadas con la sobrecarga o incluso la violencia”. Se trata de fomentar otros recursos como el “apoyo mutuo o la autoconfianza”. Comenzó con mujeres pero se extendió a hombres al comprobar que, con la crisis, muchos habían respondido con síntomas parecidos “en su caso por la pérdida del empleo”. García Calvente también dirige un Diploma sobre Salud y Género en la Universidad de Granada que busca formar a personal sanitario. Entre otras cosas, “concienciamos con que es importante entender que el malestar a veces no es orgánico. Un fármaco no soluciona la desigualdad”.