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Los supermercados empiezan a vetar el aceite de palma por el daño al medio ambiente y la salud

Los supermercados han admitido al fin los daños que el aceite de palma de sus productos infligen a la salud y el medio ambiente, como ha adelantado El Confidencial este lunes. La retirada que Alcampo y Súper Sano ya han anunciado afecta al gigante que representa un mercado de 62 millones de toneladas al año con un valor de ventas aproximado de 41.000 millones de euros. Otras cadenas se lo están planteando.

La palma no es un sector menor. El aceite obtenido de la planta es el más usado en el mundo y el precio de la tonelada subió unos 200 dólares en 2016. La Unión Europea es el tercer consumidor de este producto y compra más de siete millones de toneladas. España es el tercer importador de Europa con 1,2 millones de toneladas por detrás de Holanda e Italia.

Con esas dimensiones, es muy difícil que no aparezca en una amplísima gama de alimentos procesados (no solo bollería) y sea muy frecuente en la cosmética, a los que da aspecto y textura untuosa. 

Pero su imagen ha ido deteriorándose según se conocía el impacto ambiental que conlleva su producción masiva y sus efectos en la salud. Para contrarrestar lo primero, las productoras han ido buscando nuevas latitudes para plantar y las empresas que lo usan en sus productos exhiben certificados de sostenibilidad. La sombra sobre los daños a la salud ha comenzado a provocar un rechazo traducido ahora en las incipientes decisiones de los comerciantes. Pero si está presente en tantos productos, ¿con qué va a sustituirse?

Laura Villadiego, del grupo Carro de Combate, contesta a eldiario.es que “la presión de los consumidores es fundamental”, pero avisa también de que, a pesar de los problemas de salud y medioambientales, “hay que tener cuidado porque el problema también es del modelo alimentario. No se trata tanto de sustituir el aceite de palma como de dejar de comer tanto procesado: si nos ponemos a sustituir todo el aceite de palma por, digamos, soja no hemos resuelto ningún problema y puede que en términos ecológicos lo empeoremos”.

Iniciativa en el Congreso

Basta con pasearse por cualquier supermercado para comprobar la enorme variedad de alimentos en los que está presente. Eso sí, en muchas ocasiones, hay que leer una letra minúscula en las etiquetas. A veces está bajo el epígrafe grasas vegetales, otras veces aceite… Por eso, el grupo parlamentario de Esquerra Republicana somete a votación este miércoles una iniciativa en la Comisión de Sanidad del Congreso para pedir que la Unión Europea obligue a los fabricantes a dejar más claro en las etiquetas si sus productos contienen esta grasa.

Su moción solicita que se “modifique el reglamento sobre información alimentaria facilitada a los consumidores”. También quiere que no se pueda hacer publicidad de los productos destinados al público infantil y que se prohíba promocionarlos con “ganchos” como “juguetes, accesorios o incentivos”.

El 28 de febrero, la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo se pronunció en contra del monocultivo de palma tras un informe presentado por el diputado de Equo Florent Marcellesi. Marcellesi subrayaba los mismos problemas de pérdida de bosques y multiplicación de emisiones de gases. El eurodiputado se felicitó por haber excluido “de los fondos públicos el uso del aceite de palma como agrocombustible”. Precisamente este lunes, el asunto pasó al Pleno de la Eurocámara.

De la planta –original de África– se hace aceite tanto de su carne (aceite de palma) como de su almendra (aceite de palmiste). Su éxito llegó a partir de los años 70 del siglo XX como alternativa fácil y barata a las grasas trans (hidrogenadas) y sus efectos nocivos. En Asia aprovecharon el nicho económico y se lanzaron abrir plantaciones: más de la mitad de la producción mundial proviene de Indonesia. Otro tercio de Malasia.

El daño ambiental más evidente del cultivo industrial de esta planta es la deforestación: se calcula que en Indonesia se ha llevado por delante 31 millones de hectáreas de bosque para plantar palma. Pero, además, la transformación de los suelos provoca la emisión de grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Tanto que, al final del proceso de producción y uso, los biocombustibles a base de este vegetal contaminan casi tres veces más que la combustión de gasolina o gasóleo para la automoción. La UE utiliza para bioenergía 3,2 millones de toneladas de este aceite.

El problema de imagen que ha provocado su impacto ecológico ha hecho que las empresas hayan ido buscando nuevos territorios donde plantar palmas. Siempre en zonas tropicales. Así, en los últimos 20 años, la producción en Latinoamérica se ha multiplicado por cuatro, en Tailandia por cinco y en África occidental por 1,5, según la patronal europea del sector European Palm Oil Alliance.

Las certificaciones de palma sostenible también tienen su reverso. Laura Villadiego pone el acento en la escala: “Se puede llegar a un consenso sobre qué significa una plantación sostenible. Pero la industria en sí misma nunca podrá ser sostenible si se basa en una expansión infinita”. Es decir, conquistando nuevos suelos para continuar su crecimiento.

Un testigo de esa expansión acelerada es la escalada de producción mundial: de 2005 a 2015, se cuadruplicó, según European Palm Oil Alliance. Las certificaciones de palma sostenible, en principio, tienen en cuenta que las nuevas plantaciones no supongan deforestación, aunque han surgido dudas sobre los criterios que se usan para considerar que no hay pérdida de bosque.

Además, las propiedades de este aceite se han ido revelando como poco saludables para el consumo como alimento. Es especialmente rico en grasas saturadas. Sus ácidos grasos son de cadena corta e impar, la combinación considerada menos recomendable. En comparación, el aceite de oliva tiene menos del 20% de ácidos grasos saturados.

Uno de los últimos reveses a la imagen de la palma llegó a finales de 2016 cuando un estudio del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona (IRB) concluyó que el ácido palmítico (principal componente de esta grasa) era un claro acelerador de la metástasis cancerosa. El trabajo, publicado en Nature explica que la proteína que inicia y promueve la multiplicación de células tumorales absorbe grasas y el palmítico encabeza la lista.